Editorial
Como herencia de nuestras costumbres, sanas y encomiables, registramos en los tiempos presentes a los gremios, término con el que en nuestra Mérida secular acostumbramos a llamar a las organizaciones que reúnen a hombres y mujeres identificados por actividades útiles en las que sirven a la sociedad.
Así, los ferrocarrileros, abastecedores, camioneros, entre muchos otros que desempeñan múltiples oficios útiles socialmente, conviven anualmente en festividades religiosas para expresar, de acuerdo con su fe cristiana, tanto su unidad laboral como las raíces de su fe heredada.
En las antiguas iglesias del centro histórico de Mérida, desde hace muchos años, las llamadas “entradas” y “salidas” de gremios tienen sus épocas seleccionadas para estas ocasiones; en ellas trabajan por igual hombres y mujeres, unidos por la creencia religiosa cristiana.
Hermosos pabellones con bordados religiosos y alegorías son preservados para estas grandes ocasiones, para unirse a estandartes con las mismas calidades de buen bordado que son portados y lucidos en el recorrido por las calles, previo a la “entrada” del gremio a la iglesia –en su turno y fecha–, quedando en exposición en el santuario eclesial por un día, para ser relevados por los que corresponden al gremio siguiente.
Estos gremios, movimientos propios de arraigada fe, de sacudimiento de conciencias religiosas de revitalización de nuestras raíces históricas cristianas, mantienen los recuerdos en los que se suman los repiques de campanas, recorridos callejeros en compañía de charangas jaraneras y convivencia abierta en las calles de los vecinos en grupos multitudinarios.
Los gremios religiosos aún existentes renuevan la fe en los valores heredados.
Al igual que estos, los gremios civiles mantienen unidos, vivos y actuantes los derechos de miles de trabajadores humildes, amparados hoy por la vigencia de leyes a su favor –de las que debe decirse– no son siempre respetadas y/o acatadas por quienes están obligados a hacerlo.
