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El Palo Encebado

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Letras

XVII

Una vez al año, la parroquia celebraba la kermés dedicada a la Virgen de Guadalupe. Entre buñuelos endulzados con piloncillo, atole de calabaza, corundas, uchepos y tostadas de tinga de res, los feligreses y visitantes se daban un festín inolvidable.

Al filo de la medianoche, ya se tenía elaborada la lista que contemplaba a los participantes para intentar subir al palo encebado, que no era más que un poste de siete metros de altura embadurnado de manteca de cerdo. El premio era descubierto por el ganador al llegar al final del palo. La copa del poste se hallaba regularmente rodeada de regalos que aun a la distancia se antojaban valiosos: Botas de trabajo de buena calidad, un par de tenis exorcista, unos lentes de sol, un sombrero tejano, unos pantalones de mezclilla, y más. El único detalle era que el reto no resultaba para nada sencillo.

Ante todo este espectáculo festivo, el padre Rafael se mantenía siempre un tanto al margen, permitiendo así que las mismas personas de la comunidad se organizaran y generaran entre ellos una mayor cordialidad. Disfrutaba viendo a las parejas bailar en el entarimado y, cuando alguna mujer lo sacaba a bailar, en el primer descuido se escapaba. Luego se le veía lleno de alegría hablando con alguien, mientras saboreaba un delicioso ponche de guayaba.

Esa noche sería distinta.

Mientras el tercero de los participantes hacía todo por subir al palo encebado, una gran astilla se desprendió del poste de madera. Sin darse cuenta, el joven que seguía ascendiendo, resbaló y la astilla se clavó en su trasero atravesándole totalmente el glúteo. La sangre brotó al mismo tiempo que el pobre quedó atorado sin poder bajar. El padre corrió de inmediato y pidió una escalera. Se hizo a un lado la sotana y él mismo subió a desatorarlo. Era una cornada brutal, y el burel era el poste inmisericorde. Pero el padre había aparecido para hacerle el quite.

Meses después, aquel joven presumiría la marca de su osadía. Contaría una y otra vez la forma en que el padre Rafael lo desencajó de aquella lanza de kermés.

Jorge Pacheco Zavala

Continuará la próxima semana…

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