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El Alma Misteriosa del Mayab – XXXIX

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Leyendas del Mayab

XXXIX

LO DE LA AGUADA DE HAMPOLOL

Podrá ocurrir un día, si los dioses no lo impiden, una gran catástrofe para esta tierra del Mayab. Podrá ser engullida por una aguada que al desbordarse se una a las aguas del mar y lo inunde todo. Y entonces habrá de repetirse lo que se dice que en otras ocasiones, allá en los tiempos muy lejanos, ha ocurrido, esto es, que esta tierra sufra de grandes conmociones marinas. Se dice que una gran conmoción marina le dio la forma que hoy tiene y que en consecuencia es posible que otra cambie su forma de hoy o la haga desaparecer. El indio sabe de estas cosas que a su tierra se refieren más que los hombres de ciencia, y las busca su origen. Y asegura que es fácil que la catástrofe ocurra porque sabe que las aguas de ese manantial desde hace mucho tiempo pugnan por unirse al mar.

La aguada que en su día habrá de unirse a las aguas del océano es la que se llama de Hampolol, nombre también de una población bien humilde.

Antaño, en el lugar en que hoy se ve esa aguada, vivían una mujer, su hijito de pocos meses de edad y un buen perro que era el guardián de la casa. Reducida era la familia y la mujer tenía que hacerlo todo. Entonces no existía la aguada, ni ojo alguno de agua, ni cenote, ni sarteneja, ni tomadero alguno de aquel líquido. La mujer para surtirse tenía que caminar un buen trecho, hasta un pozo lejano.

Por agua fue una vez como era su costumbre. Y con el cántaro lleno descansando sobre su cadera regresó a su choza. Un pájaro al mirarla pasar le dijo: Apresúrate porque tu hijo llora. Apresuróse la mujer y, en efecto, se encontró con que su hijito alborotaba mucho llorando a gritos y metido en la hamaca en que lo había dejado.

Entonces increpó al perro diciéndole: Eres un holgazán que no sirves para nada. Te pasas el día tendido al sol y rascándote el cuerpo mientras yo lo hago todo. Ya podrías acostumbrarte a adormecer al niño para que no llore. Y muy enojada lo castigó por perezoso.

Al siguiente día fue la mujer como de costumbre a buscar agua, pero recomendó mucho al perro que atendiese al niño, ofreciendo castigarlo con más dureza que antes, si no cumplía con el encargo.

Para desgracia del animal apenas salió la madre el chico comenzó a llorar desaforadamente. El perro se puso a ladrar en la forma más suave que pudo pensando que así distraería al majadero; pero aquello no era canto sino ladrido por más que el animal lo endulzase; y el rapazuelo comenzó a llorar y a gritar con más apuro porque tuvo miedo. El perro pensando en el castigo que esperaba llamó en su auxilio a los manes protectores de los perros quienes acudieron al punto. Contóles el animal sus cuitas y, encontrando puesta en justicia su demanda, le aconsejaron lo que debía hacer, dándole las facultades humanas para salir del apurado trance, pero no sin reprochar la pretensión de la mujer que quería dedicar al perro a menesteres ajenos a su clase.

Regresó la mujer después de llenar su cántaro y un pájaro al verla pasar, le dijo: No te apresures, tu hijo está bien cuidado y le cantan que es un gusto. La mujer se extrañó del aviso, pues no acertaba a entender quién podría cantar al niño, y contra lo que el ave le insinuó se apresuró en llegar.

Nunca había sentido emoción mayor al ver que era el perro el que alzado sobre sus patas traseras mecía la hamaca en que el niño dormía, entretanto le cantaba así:

 

Duerme niño, duerme niño,

el perro te cantará,

tu madre fue a buscar agua,

y pronto regresará…

 

A la mujer le pareció muy bien aquello y no se cansaba de elogiar la diligencia del animal. Ya podía despreocuparse, ya podía salir de la casa cuantas veces quisiese y hasta tardarse fuera más tiempo del necesario, pues había quien la supliese muy bien en las atenciones del niño. Así fue ella quien se dio a la holganza, creando al perro una nueva obligación, y castigándolo duramente cuando alguna vez al volver encontraba llorando a su hijo.

Pero el perro se cansó. Reflexionaba que Dios no lo había creado para aquellos oficios, pues los perros tienen otros quehaceres en el mundo, y no el de cantar a niños y suplir a las madres que abandonan sus casas.

Otra vez llamó a sus manes y les expuso sus quejas. Los manes comprendieron la razón, que asistía al animal y le urdieron la treta que habría de poner en juego para acabar de una vez con aquellas cosas.

Así sucedió que un día la mujer tomó su cántaro y fue por agua al pozo. Tardó mucho en volver, y al regresar con la vasija llena el niño lloraba desesperadamente. El perro entretanto se reía cantando burlescamente:

 

Llora niño, llora niño,

llora hijo de la xkomats’,

tu madre fue a buscar agua,

quién sabe si volverá…

 

Furiosa la mujer asentó la cántara en el suelo y se dirigió al animal para castigarlo. Se sentía burlada por el animal que la había llamado Xkomats’, que fue lo mismo que decirle «charca de agua sucia». Insultando al animal, trató de apalearlo, mas el perro escapó huyendo, pero cuidando al huir de atropellar el cántaro de agua, el cual cayó rompiéndose y en consecuencia el agua que lo llenaba se salió, y se salió de tal modo que parecía no agotarse al grado que llego a formar un pequeño río que inundó la casa.

-Anda, xkomats’ -le decía el perro irónicamente-, ya tienes aquí mucha agua, ya no necesitarás ir por ella y quedarte fuera obligándome a hacer tus veces. Ya puedes quedarte en tu casa y atenderla y atender a tu hijo. Ahí tienes agua, mucha agua.

Todo ocurrió rápidamente. Las aguas siguieron aumentando y aumentando hasta inundarlo todo. El animal pudo salvarse porque estaba prevenido y corrió antes de que el agua lo envolviera. No así la mujer a quien el asombro y el espanto la paralizaban. Fue arrastrada por las aguas juntamente con su hijo, pereciendo ahogados. Dice la leyenda que esa agua fue la que formó la aguada de Hampolol, y que si el perro llamó xkomats’ a la mujer despectivamente fue en alusión a que la aguada sería de agua sucia, o por mejor decir, con residuos en el fondo para ensuciarla como en efecto es dicha aguada. Desde entonces todas las madres indias temen a la aguada de Hampolol y, cuando hay alguna descuidada con las atenciones caseras, se las hace recordar el triste suceso.

Dichas aguas son las que tienden a unirse con el mar, y si tal ocurre puede desaparecer la tierra del Mayab.

Luis Rosado Vega

Continuará la próxima semana…

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