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El Alma Misteriosa del Mayab – XXXI

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Leyendas del Mayab

XXXI

EL WÁAY PACH, LADRÓN DE DONCELLAS

De pronto rasga el silencio nocturno un grito agudo y penetrante que se hunde en la piel negra de la noche.

Es el grito de una doncella. ¿Acaso es conducida para ser arrojada en las aguas verdes del pozo sagrado en holocausto al dios de la guerra que ha de conducir al pueblo a la victoria? ¿O es el grito de un niño cuya carne tierna ha de servir para festín de dioses, y ha sentido en su pecho el puñal de pedernal con dientes afilados?

No, por desgracia. Las vírgenes y los niños muertos en sacrificio son felices en el cielo indio y reverencia en la tierra su memoria.

Es el grito de la doncella arrebatada por el Wáay pach o el grito del niño al sentirse en las garras del monstruo

Wáay pach se llama ese ser maligno, y es peligro hasta decir su nombre. Si lo has dicho repítelo hasta siete veces para alejarlo. Mira, aunque el espanto haga salir toda tu sangre. Mira, ahí va por los caminos de los cielos en las noches frías. Fue amasado su cuerpo, año tras año, hasta contar muchos, por todos los seres infernales, dejándolo largo y delgado para que pueda escurrirse hasta por la hendija más pequeña. La mirada de sus ojos que son verdes como la piel de la chay kaan, se diluye en el alma como un veneno. Tres largos collares de riñón endurecido de jabalí indio lleva al cuello. El uno es para ahorcar a la doncella que atrape, el otro para ahorcar al niño que caiga en su poder, y el otro, el mayor, para ahorcarse a sí mismo cuando suene en el sol la hora en que todos los genios malos desaparezcan. Tres lenguas lleva dentro de su boca inflamada. Tres lenguas que son como tres estiletes finos. La una es para picar el corazón de las doncellas, la otra para picar el vientre de los niños, y la otra para hundírsela él mismo en el pecho cuando llegue aquella hora.

Ahí va por los caminos de los cielos, míralo. Va sobre el wáay koot, que es otro engendro monstruoso, gavilán de alas enrojecidas como si estuvieran incendiadas, y que son más ligeras que el viento.

Que tengan cuidado las doncellas; que no salgan cuando sientan en el espacio el vuelo de ese monstruo. Que las madres cuiden a sus hijos. De infantes y doncellas gusta el horrible monstruo. De infantes y doncellas a quienes rapta cuando puede. Y nunca más vuelve a saberse de las víctimas. Se dice que las lleva muy lejos, hasta las otras partes del mundo, pues su paso por los espacios es rápido como el viento.

Un día, un día, hace de esto miles de años, según el sabio relator maya, una doncella fue arrebatada por el Wáay pach. Y esto ocurrió en la misma noche en que la virgen se desposaba.

Alas tuvo el novio en los pies para correr en pos del raptor pero fue inútil. Cien guerreros se aprestaron en aquel instante a la persecución, con cien flechas cada uno, y cien veces fueron disparadas contra la sombra negra, pero fue inútil. Nueve sacerdotes conjuraron a todos los vientos, a todas las nubes, a todas las estrellas, pero fue inútil.

Muere el indio joven porque la pena lo mata, muere porque ha perdido a la que fue su amor. Dioses, ¿qué habrá de hacer para recuperarla?

La asamblea es de gentes que escrutan los misterios. Siete hombres adivinos se han abstraído y buscan los caminos con los ojos interiores. Siete gallos negros han sido sacrificados, tres collares de piedra verde tomados de los cuellos de tres doncellas han sido pulverizados y el polvo arrojado a los cuatro puntos de la tierra.

Y entonces dijeron al joven indio:

–Ya puedes marchar en busca de aquella que el Wáay pach arrebató a tu amor. Nueve milpas largas habrás de recorrer, hasta que llegues al bosque de la hechicera. Esa será tu primera jornada. Preguntarás a la vieja lo que debas hacer luego. Vete.

Lleva el mozo suficiente saka’, que es lo mismo que decir atole de maíz cocido, y suficiente agua en su calabazo, para la aventura que ha de ser larga.

Nueve milpas recorrió. Un bosque de ceibas milenarias le salió al paso. En el hueco abierto en el tronco de una de ellas, halló a una anciana. Chiich se llama a las ancianas en palabra de cariño.

Chiich, exclamó el joven indio, mi corazón llora como llora el pájaro sakpakal en la espesura del monte. La mujer que yo amaba me ha sido arrebatada por el espíritu malo. Los dioses me envían a ti para que me guíes.

Ma’alob, ma’alob, le contestó la vieja que fue como decirle: Está bien, está bien. Y luego agregó: Ya estoy enterada y voy a ayudarte. Toma esta hebra de pelo, le dijo, y desprendiéndose una rala hebra de su escasa cabellera, se la entregó observándole:

–Este pelo habrá de servirte de mucho. Tocado está de virtud porque muchas veces lo he empapado en la luz de la luna llena. Sigue el camino que llevas. Encontrarás más arriba un xa’ay bej o sea el punto en que se cruzan dos caminos. Tomarás por la vereda más recta hasta hallar al pájaro que tiene negras las plumas del cuerpo y verdes las alas. Él habrá de indicarte luego lo que hayas de hacer. Si algún peligro te saliese al paso en el camino, conjúralo con la hebra de cabello que te he dado.

Caminando, caminando, llegó junto al árbol en donde el pájaro cantaba así:

 

Yo soy el pájaro que no se parece a los demás.

Yo soy el pájaro que sabe más que los demás.

Yo sé lo que buscan todos los caminantes.

Yo sé todos los caminos y todas las veredas.

Yo conozco todas las cavernas.

Yo soy el pájaro que no muere, y que no vive.

Yo soy el pájaro de la vida y de la muerte.

 

–Ya sé lo que buscas, le gritó al mozo apenas hubo de verle. Tú buscas al Wáay pach. Este es el camino que conduce a la casa del Wáay pach. Tú buscas al Wáay pach. Tú buscas al Wáay pach. Tú buscas al Wáay pach.

–Sí, y he de hallarle. La vieja del bosque me envía a ti para que me guíes.

–Sigue el camino que llevas. Hallarás un grueso tronco caído en mitad del camino.

En el hueco del tronco reposa la serpiente bolon tu p’éel k’áankabil, que tiene nueve cabezas. Ha de querer devorarte pues está allí de centinela para que nadie pase. En el punto en que nacen sus nueve cabezas está el sáastok’ que es el pedernal mágico. Te apoderarás de ese pedernal para que llegues fácilmente al término de tu empresa. Toca el cuerpo de la serpiente bolón con el cabello de la vieja, pero procura tocarlo antes que la cola de la serpiente te toque a ti, pues si esto ocurre, entonces morirás. Si la tocas antes la vencerás y habrá de decirte lo que hayas de hacer luego para llegar hasta donde el Wáay pach se oculta.

Negro, áspero y muy ancho fue el tronco que halló el indio atravesado en medio del camino como barrera infranqueable. Vio el mozo relampaguear dentro del hueco los ojos de la serpiente bolón la que se enderezó enseguida al sentir al caminante. Nueve cabezas tenía y movía sus ojos como enormes cocuyos de luz, verde, y sus lenguas vibraban siniestramente silbando como silba el viento norte.

Hábil y rápido fue el indio que logró tocar a la serpiente con el cabello de la hechicera antes que el animal lo tocase a él con la cola. El combate fue desesperado, pero al sentir el toque la serpiente se aplanó achatándose, y dijo con voz de angustia a su vencedor:

–Me has vencido porque los dioses están contigo. Ya puedes extraer del tronco de mis nueve cabezas el sáastok’. Sigue luego sin torcer la ruta hasta llegar a un áaktun muy negro que es la caverna que se abre a un lado del camino. Penetra resueltamente en ella y te saldrá al paso el éek’ chapat que tiene muchos pies. Es un centinela más feroz que yo y vigila para que nadie llegue al lugar del Wáay pach. Pretenderá atacarte, pero si lo golpeas con el sáastok’ que me has arrancado lo vencerás y te dejará franco el paso. Ten presente que si lo encuentras con los ojos abiertos será que está dormido, y si lo encuentras con los ojos cerrados será que está despierto, y la lucha será intensa.

Caminando, caminando siguió el mozo. Negra más que lo más negro era la boca del áaktun que encontró en su camino. Penetró resuelto pero el éek’ chapat le salió al paso con los ojos cerrados porque despierto estaba. Se sacudió furiosamente al sentir al mancebo, y tanto ruido hizo que parecía que los vientos sacudían los árboles del monte. Y se entabló la lucha, pero el mancebo logró golpearlo con el sáastok’ y el monstruo fue vencido. Cayó flácidamente a tierra, diciendo al mozo:

–Me has vencido con el sáastok’ que traes. No hay remedio y tengo por fuerza que indicarte lo que debes hacer para encontrar al Wáay pach. Avanza por la caverna, y en mitad de ella hallarás a la mujer cuya cabeza es de bestia. Muéstrale el sáastok’ y dile que me has vencido y ella te dará los amuletos necesarios para llegar hasta el Wáay pach.

Y el mancebo siguió a través de la caverna hasta hallar a la mujer de cabeza de bestia. Alzando el sáastok’ el mozo le gritó:

–Con este sáastok’ he vencido al éek’ chapat.

–Nada tienes que decirme le respondió la mujer monstruo. Sé a lo que vienes y lo que buscas. Buscas la morada del Wáay pach porque él robó a tu prometida. La tiene guardada para sí esperando sólo la conjunción de la luna para desposarse con ella. Hoy tiene convertida a la mujer a quien amas en la pequeña serpiente delgada como un hilo que se esconde en las hendiduras de las piedras. Guardada la tiene en la hendidura de una piedra. Atraviesa esta caverna hasta su otro extremo donde hallarás otra salida, y sigue el camino hasta que encuentres sobre un alto cerro un gran edificio en ruinas. Penetra a ese edificio y en su primera estancia encontrarás al Wáay pach, y en la estancia siguiente a tu prometida. El Wáay pach querrá devorarte. Silbara fuertemente llamando en su auxilio al wáay koot que es su servidor y que se presentará enseguida, y entre ambos pretenderán matarte, pero no temas. Toma estos cabellos de mi cabeza, esta cal y esta ceniza. La cal la arrojarás a los ojos de ambos y cegarán quedando vencidos. Los cabellos te servirán para atar sus cuerpos, y con la ceniza untarás el cuerpo de la pequeña serpiente delgada como un hilo, la cual dejará la hendidura de la piedra apenas venzas a sus raptores. Tu prometida al sentir la ceniza volverá a su ser natural.

Halló el mozo el edificio. Faldeó el cerro para no ser sentido y llegó a la cúspide. Halló al Wáay pach en un rincón de la primera estancia y cayó inopinadamente sobre él. Un alarido de furia hizo temblar todo el monte, y un agudo silbido se prolongó por la vasta soledad, apareciendo enseguida el wáay koot. La lucha fue horrible, pero la cal apagó los ojos de los monstruos y vencidos quedaron y atados con los cabellos. Corrió el indio a la estancia próxima y entró en ella a punto de que la pequeña serpiente dejaba la hendidura de la piedra. Untóla el mancebo con la ceniza, y resplandeciente de belleza volvió la muchacha a su ser natural.

Y aquí acaba la leyenda y agrega que la pareja fue muy feliz y que desde entonces las pequeñas serpientes delgadas como un hilo son, como amuletos para los amantes.

Luis Rosado Vega

Continuará la próxima semana…

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