El Alma Misteriosa del Mayab – XXIII

By on mayo 20, 2022

Leyendas del Mayab

XXIII

LA PRINCESA AMARILLA

Esta es la leyenda de la princesa amarilla, que en idioma indio ha de decirse de la princesa Xk’anlol, porque kan se traduce por amarillo y lool por flor.

Flor en verdad muy hermosa y genuinamente indígena es la ya citada. Se adorna con ella ricamente el pequeño árbol del mismo nombre, fino y ligero, que se ve en los frondosos solares de las casas suburbanas. Las flores son a manera de vistosas campanillas que se dan en grupos formando anchas copas, y lucen un ardiente color amarillo de oro, de donde resulta en la época en que más florece ese árbol, un magnífico elemento decorativo resaltando dentro del verde follaje que le hace marco.

Allá en los tiempos más lejanos, en la época del gran imperio maya, vivía en una «gran casa» y aquí debe entenderse por «una gran casa» esos edificios cuyas ruinas aún se ven en pie admirando a propios y extraños, la hija de un poderoso rey maya, princesa, por consiguiente, y de una hermosura extraordinaria, pero condenada por su padre a aquella reclusión, por su afición demasiada a los amoríos, pues era coqueta y frívola y los adoradores de su belleza no eran pocos.

Por entonces vivía en una profunda cueva en la misma selva en donde se alzaba el palacio de la princesa, el príncipe del manto negro, o para decirlo en lengua de indios, el príncipe Box búuk, señor de la noche, pues por eso vestía así y era sombrío y taciturno. Este príncipe solamente podía salir de su negra mansión cuando ya se hacía noche, pues destinado estaba a no gozar nunca de la luz del cielo. Decíase de él que era perverso de corazón y que por donde pasaba llevaba la desolación y la muerte, arruinando los montes y las siembras y matando hasta a los animales y las gentes que encontraba a paso.

Conocíasele por esto con otro nombre además del ya dicho. Llamábasele también el señor Áak’ab Puksi’ik’al, o sea corazón de la noche.

Dícese que salía a sus perversas excursiones montado en un éek’ báalam, o sea un tigre negro, y que tenía el don de convertirse en el mismo animal si las circunstancias lo exigían.

Triste y preocupado andaba siempre este caballero de la noche ante la amenaza de morir irremisiblemente si la luz del sol llegaba a sorprenderlo fuera de su caverna. Una esperanza, empero, alentaba su alma, el amor. ¿Pero amor a quién? Sí, sí había a quién, por lo menos en el fondo de su quimera. Un hermano suyo al morir le había dicho que buscara en el fondo de aquella selva a la muchacha Flor Amarilla que era una princesa condenada por su padre a vivir alejada del mundo, y tan bella que seguramente llenaría sus ansias.

A buscarla se dio el caballero de la noche, y tanto y tanto escudriñó la selva que una noche encontró al fin el palacio, y a las puertas del mismo a la muchacha. Pero, ¿cómo llegar hasta ella si la mansión estaba rodeada de un ancho río sin lugar vadeable? Buscó entonces a la hechicera más anciana de aquellos contornos y le contó su cuita. Escuchólo la vieja y le dijo:

-Sabrás que hay en el río que rodea la casa de esa mujer un puente muy hermoso que las arañas han tendido, pero no debes cruzarlo jamás pues los hilos cederían bajo el peso de tus maldades, y cayendo al agua te ahogarías al punto.

-Entonces -respondió el otro- ¿para qué es puente?

-Me está vedado el decirlo -contestó la vieja-. Confórmate con saber del peligro de muerte que corres si te aventurases por él. Puedo decirte, en cambio, lo que debes hacer para llegar hasta la princesa.

Arrancóse la hechicera unos cabellos blancos y agregó:

-Toma estos cabellos. Con ellos tenderás un puente sobre el río, y ese será el único que pueda servirte. Tiéndelo de noche ya que te está vedada la luz del sol, y cuida bien de volver a pasarlo antes del alba.

Y en noche cerrada el príncipe Box búuk fue a tender el puente. Y una vez y otra lo intentó, y tras tantas íbasele el tiempo tan presto que se anunciaba el alba antes de concluir el trabajo. Por ello tenía que regresar apresuradamente a su cueva. Se le quejó a la hechicera de aquellos contratiempos, y la bruja le enseñó conjuros especiales para detener la luz del sol hasta concluir de tender el puente, pero a condición de no usar del mismo hasta la noche siguiente.

Hízolo así. Consiguió tender el puente y a la otra noche fue a cruzarlo. Y lo cruzó en efecto, hasta llegar ansioso a la morada de la princesa Amarilla. Y como aunque malo de corazón era apuesto y audaz y la muchacha, como ya se dijo era no poco casquivana, poco tardaron en concertarse en amores necesariamente nocturnos.

Pero pasó una noche lo que no es raro que ocurra en estos trances, y fue que el tiempo se le pasó sin sentir al sombrío galán, y no se dió cuenta de que el alba llegaba. En brazos de la princesa estaba cuando advirtió que ya en oriente se anunciaba la luz, y corrió entonces hacia el puente dispuesto a regresar. Fue imposible ya. Al contacto con la primera claridad el puente se había deshecho, en tanto que el puente formado con hilos de araña lucia como de plata.

Y fue lo más extraordinario del caso que en aquellos momentos vio venir del otro lado a un bellísimo mancebo de traje resplandeciente, armado de una lanza áurea en cuya punta de pedernal tal parecía arder una gota del mismo sol. Así brillaba tan ardientemente.

Dióse cuenta de que era nada menos que su contrario el fastuoso príncipe Sak búuk, o sea el príncipe del manto blanco, señor de la luz cuyos dominios más que en la tierra estaban en el firmamento, pues tenía a su cuidado encender el día. El cual en llegando al puente de tela de araña lo cruzó fácil y gallardamente llevando en ristre su luciente lanza. Y esto fue lo que la hechicera no había podido descubrir al señor de la noche, esto es, que el puente de tela de araña estaba destinado al príncipe Sak búuk.

Presumió el príncipe de la noche que tendría que habérselas con un rival, pues ¿qué podía ir a hacer aquel mancebo hasta el palacio de la princesa? Se dispuso por consiguiente a la lucha, y regresando hasta donde su amada, la envolvió con su manto negro para ocultarla, alistando también su lanza que era negra, de madera ruda con una brillante punta de obsidiana. Pero no hubo lugar a lucha alguna. En acercándose el caballero de la luz, éste no hizo más que levantar su lanza en que parecía traer aprisionado el sol, y el brillo hirió tan fuertemente los ojos del príncipe Box búuk que cegó al punto, dándose por vencido. Pero el caballero Sak búuk riñó con la princesa, pues bien, se dio cuenta de que coqueteaba con el otro, por lo cual tornando sobre sus pasos, volvió de nuevo a cruzar el puente de tela de araña y se disolvió al llegar a la otra margen del río en un rayo del sol que en aquellos momentos ya comenzaba a alzarse sobre el horizonte.

Dícese que tras de haber quedado ciego el príncipe Box búuk, allá mismo murió y que no fue sino al llegar la noche cuando su cadáver desapareció disolviéndose en las sombras, y que la princesa al verse sola, pues había perdido a sus dos amantes, se dio a llorar copiosamente, y que después su cuerpo fue deshaciéndose como en pétalos amarillos, que juntándose luego formaron la hermosa flor indígena del xk’anlol, que existe desde entonces y cuyo vivo color de oro explica la leyenda que vino porque amándola de verdad el príncipe Sak búuk, la convirtió en su flor predilecta, infundiéndole el mismo color del sol del cual era hijo el rutilante mancebo.

Tal la leyenda. Fantástica es, pero más singularmente es simbólica. Debe entenderse, pues así lo aclaran los viejos indios al contarla, que aquella princesa representaba la vida, que el príncipe Box búuk, o sea el señor del manto negro o caballero de la noche, era la noche misma, y que el príncipe Sak búuk o sea el caballero de la luz, era el día, y por eso llevaba en la punta de su lanza aprisionado el sol. Y debe entenderse de todo esto que la vida es flor de amor, y que, así como la princesa amarilla, el amor se da lo mismo en la noche que en el día, lo que explica el coquetear de la muchacha con ambos caballeros, y ha de entenderse, por último, que al fin la luz vence siempre a la sombra, esto es, que el bien se impone siempre al mal, y al imponerse ilumina a la misma vida, tal como el príncipe de la luz infundió a la princesa el color del mismo sol al convertirla en flor.

Luis Rosado Vega

Continuará la próxima semana…

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