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El Alma Misteriosa del Mayab – X

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TRADICIONES, LEYENDAS Y CONSEJAS

MOTIVOS

Intentamos hacer la recopilación metódica del folklore regional yucateco, y decimos metódica porque este libro, si la vida nos da tiempo para ello, no será simplemente un volumen aislado sino el comienzo de una serie, obra de conjunto que pueda suscitar el conocimiento psicológico del antiguo pueblo maya.

Dentro de nuestra intención entra un plan preconcebido. Iremos sacando a luz este material mediante una natural clasificación y con las subdivisiones consiguientes. Así hemos de dividir la obra general en dos amplias secciones, la de origen indígena y la de origen colonial. Esto en cuanto hace a tradiciones, leyendas, consejas, etc. Después vendrán los cantos populares a contar de los más antiguos hasta una prudente fecha a partir de la cual para atrás puedan ser considerados como folklóricos de sabor antiguo.

Creemos que trabajos de la naturaleza de este que presentamos son de sumo interés, no precisamente por quien los escriba, sino por lo que vienen a representar para el más cabal conocimiento de un pueblo, y más aún si se trata de una raza, y más todavía de una raza cuyos orígenes yacen velados aún por un misterio tan profundo.

Las tradiciones, las leyendas, las consejas, concretan realmente el alma popular. A través de esas narraciones es en donde de una manera más clara, más precisa, más armónica, se puede atisbar su impulso espiritual, su carácter, su mentalidad, su esencia por decir así. Y cuando se trata de pueblos ya fenecidos, y si no fenecidos sí de los que parecen haber cumplido ya su misión histórica, entonces puede decirse que esas narraciones son el punto de partida desde el cual solamente puede llegarse a entender al grupo humano cuyos restos sigue la ciencia a través de todos los caminos posibles.

Es claro que todo ese material de origen enteramente espiritual que van dejando los pueblos a su paso, y que hay que ir a desenterrar en los tiempos más remotos es, en cierto modo, factor también de su arte en general. Pero hay algo que lo hace superior a todo; es desde luego menos artificial, o mejor dicho no tiene nada de artificial. En las manifestaciones artísticas, especialmente en las plásticas, de una civilización pasada, como la escultura, la arquitectura, la pintura, etc., se encuentra fácilmente la fisonomía del hombre que las creó; pero es igualmente cierto que esas manifestaciones están tocadas de la idea preconcebida de realizar un arte, de crear una cosa con la finalidad anticipada de la belleza dentro del concepto estético de la época a que corresponden. En consecuencia, por espontáneas que sean aquellas manifestaciones, y pueden serlo en mucho, no llegan a serlo tanto que se pueda decir que sólo la fantasía y el sentimiento abandonados a sí mismos las produjeron. Influyó en ellas también la razón que es fría y calculadora, puesta al servicio de un propósito determinado, el de hacer una obra necesariamente bella, que se conozca, luzca y admire.

Es en este sentido por el cual suben de valor esas otras manifestaciones de índole simplemente espiritual que se producen espontáneamente, más bien como una incontenible necesidad, en el pueblo de donde surgen, de vaciar su alma en ellas para difundir a través de las mismas sus sentimientos, los más recónditos, y sólo sus sentimientos, su emoción y sólo su emoción, y un más natural concepto de la vida escogiendo esas formas tan ingenuamente hermosas de tradiciones, leyendas, etc., que en suma de cuentas son el reflejo más auténtico del alma que las elabora.

Y en llegando aquí, permitidme un símil. La diferencia que hay entre unas y otras manifestaciones, viene a ser como la que hay entre la miel que extrae la abeja del nectario de la flor, a esa misma miel que sometida luego a inteligentes preparaciones ha de ofrecernos más tarde un licor exquisito. Siempre se advertirá mejor la presencia de la flor en su miel original enteramente pura, que en la que ha sido preparada.

Yucatán, cuyo pasado aborigen es de los más esplendorosos, de los más cautivadores y también de los más misteriosos, y tan vasto que cubre una inmensa parte de nuestra patria mexicana ya que ha alcanzado el plano de lo indiscutible la afirmación científica de que las civilizaciones maya y tolteca no son sino una sola; tan vasto, repetimos, que acaso tenga prolongaciones hasta a otros lugares del continente americano, desde luego a Centroamérica con su vieja civilización maya-quiché, pero posiblemente también a determinadas zonas sudamericanas y de los Estados Unidos, Yucatán cuyo interés prehistórico es tan enorme que acaso pueda considerársele como el pedestal americano, y tan amplio y con matices tan múltiples que la ciencia llega a conectarlo con las más grandes civilizaciones antiguas, tiene por fuerza que representar en el campo de que venimos tratando, esto es, en el de su leyenda, algo también trascendental, no sólo en lo que se refiere a la región yucateca geográficamente considerada, sino en lo que se refiere también a otras regiones de nuestro nuevo mundo acerca del cual ya se ha dicho mucho, con sobra de razones, que no es tan nuevo, sino acaso más viejo que el otro.

Al abordar este trabajo, que para mí representa uno de los mayores deleites de mi vida por el amor profundo que siento por las cosas de mi tierra, quiero de una vez expresar que excluiré del mismo toda intención de brillo literario, pues mi deseo es hacer una obra de popularización, y hay que facilitar ésta por medio de expresiones lo más sencillas posibles, aunque procurando que correspondan al medio y a la ideología de las mismas narraciones. Igualmente he de preferir exhumar aquellas leyendas menos conocidas o no conocidas las más de las veces, propendiendo a sacar las que permanecen inéditas por decir así y que tienen por consiguiente más interés. Más claro; no encontrará aquí el lector una reproducción más o menos vistosa de las ya ampliamente conocidas, que son muy pocas, por haber sido publicadas con anterioridad, sino las que he ido recogiendo personalmente y de un modo directo de las gentes indias de mi tierra.

Mi conexión con las cosas arqueológicas de Yucatán como organizador y director que soy de su actual Museo Arqueológico e Histórico, las cuales me han puesto en el caso de viajar con frecuencia por el interior del Estado, me ha proporcionado la feliz manera de cumplir mis deseos, deseos acariciados desde hace muchos años. Ha sido para mí una verdadera fruición espiritual e intelectual, el ir recogiendo de boca en boca, especialmente de aquellas gentes ancianas a quienes exprofesamente buscaba para el caso, las narraciones que aquí transcribo.

Unas veces al resplandor de la luna, sobre el descascarado pretil de alguna vieja noria en la hacienda acogedora y fértil, otras descansando al pie de algún edificio arqueológico que ha sido el mejor estímulo para la sutil recordación, otras en la choza india, junto al exiguo candil o a la luz del k’óoben que son las tres piedras entre las cuales arden y crepitan los leños secos, otras ambulando por los caminos abiertos o por las grises veredas que cortan nuestros montes, ya en los amaneceres inolvidables, húmedos de rocío y de fragancias campesinas, ya en las tardes no menos espléndidas de esta tierra maya tan misteriosamente hermosa, en charla fecunda con el guía nativo, o ya en las fiestas jaraneras de algún humilde pueblecillo, y mejor mientras más lejano y perdido en la selva, y por último, muchas veces en el mismo Mérida, en mi apacible despacho de director del museo, buscando, atrayendo, sentando junto a mí a las personas que por una u otra causa he comprendido o he sabido que son poseedoras de aquellos preciosos manantiales de información, así es como he conseguido a través de algunos años de trabajo, formar el material que hoy comienzo a presentar y el cual como se verá y ya dije, no es la repetición de cosas ya conocidas.

Sobra decir que un libro de tradiciones y leyendas en todo tiempo es oportuno y en todo tiempo necesario, pero en el caso especial de Yucatán esta consideración sube de punto por la inmensa importancia que cada día toman más en todo el mundo los estudios y trabajos científicos referentes a las zonas arqueológicas yucatecas, debiéndose en gran parte ese movimiento no sólo a instituciones europeas, sino especialmente a instituciones científicas norteamericanas, y más singularmente a los trabajos de exploración y excavación que desde hace años viene realizando en las famosas ruinas de Chichén Itzá la benemérita Institución Carnegie, trabajos de los cuales están pendientes no sólo la curiosidad natural del hombre, sino el interés de todo el mundo científico; y a los que hay que agregar los que por su parte realiza en Chichén y otros núcleos la Dirección General de Monumentos de nuestra nación.

Deseo, antes de concluir, fijar la atención del público en determinadas y muy interesantes características de las narraciones mayas presentadas en esta obra. Nos referimos al simbolismo profundo que regularmente encierran, y el cual nos revela el alto plano espiritual de la vida de aquellas gentes; la graciosa ingenuidad de que están saturadas a pesar del hondo concepto filosófico que guardan, lo que acusa una bella simplicidad de alma unida a una mentalidad sutil y profunda, y al fondo absolutamente moral que se observa en todas ellas, de modo que la ética más severa no tendría que objetar nada. Y esto es interesante, muy interesante y bueno es advertirlo en justo desagravio ya que no han faltado quienes por exaltar el valor ético de la conquista y de la catequización, fenómenos humanos y sociológicos que aún no han sido debidamente estudiados, dan hasta en el deplorable e innoble caso de la calumnia atribuyendo al pueblo maya, como en general a todos los pueblos muy antiguos, vicios y perversiones no probados, olvidando en cambio, y al parecer exprofesamente, que es proverbial la austeridad que distinguió a dicho pueblo hasta extremo, por ejemplo, de castigar la infidelidad conyugal con terribles penas de muerte, y pasando por alto, eso sí, los vicios de las más sucias trazas que el mismo conquistador, soldado casi siempre que venía de las campañas de Flandes o de Italia, trajo como consecuencia de su vida aventurera y de cuartel, al pueblo conquistado.

Algunas narraciones de las que aquí van están tocadas, como observará el lector, del ambiente colonial, pero del más antiguo; así, aquellas que se refieren a animales que no hubo en Yucatán sino después de la Conquista, y aquellas en que vienen a cuento nombres españoles entreverados algunas veces con otros indígenas. Si están incluidas en esta selección es porque a pesar de esa influencia son enteramente mayas en su origen, en su ideología, en sus formas de expresión y en todo el sentimiento y filosofía recóndita que las inspira. Pero las más arrancan de un pasado tan remoto que brotan, por decir así, del mismo seno del mito. El panteón maya es tan vasto como el que más y puede que hasta supere al más rico. Apenas hay modalidad alguna de su vida, apenas hay manifestación de la naturaleza, apenas hay sentimiento alguno en el alma de ese pueblo que no tengan su representación adecuada en las regiones celestiales, mitológicas, o de cualquier modo sobrenaturales, lo mismo para las cosas más grandes que para las más pequeñas, para los conceptos más metafísicos como para los más inferiores, siendo de notar que lo anima un soplo mucho más espiritual y puro que a otros, de manera que si fuéramos a comparar habría que alejarlo prudentemente del fastuoso y ardiente Olimpo griego, y acercarlo para gloria suya a los panteones de las más grandes civilizaciones del oriente profundamente religiosas y filosóficas.

Continuará la próxima semana…

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