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Duelos No Resueltos

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Aída López Sosa

“Todo final es un luminoso principio”.

Elisabeth Kübler-Ross, Terapia de Duelo.

Millones de personas alrededor del mundo están experimentando el duelo por la pérdida de familiares y amigos. La muerte de un ser querido es difícil de superar en cualquier tiempo; sin embargo, la pandemia ha agravado el proceso de transición. Cuando nos enteramos de que alguien se contagió de COVID, desconocemos si será de los afortunados que logrará sobrevivir a la enfermedad o si en cuestión de minutos, si no de segundos, morirá.

El pánico se apropia de nuestra serenidad cuando algún familiar debe ser hospitalizado, más si será intubado; es probable que nunca volvamos a oír su voz y solo nos avisen para que vayamos a recoger unas cenizas que nunca tendremos la certeza si corresponden a él.

No hay despedida, algunos con suerte pueden hacer una videollamada si acaso. Suponemos lo que el moribundo siente al abandonar en soledad el plano terrenal, sin un adiós; las secuelas que deja en los que se quedan son profundas.

El funeral es uno de los ritos más antiguos que existen. Tiene la doble función de perpetuar la memoria del difunto y de permitir a los vivos procesar su partida. Familia y amigos lloran alrededor del féretro, se abrazan, rezan de acuerdo a su religión antes de enterrarlo o cremarlo. En la cultura occidental el proceso funerario se ha transformado radicalmente. Hace apenas un siglo la preparación del cadáver era efectuada por la familia y se le velaba en su vivienda; hoy, los servicios van desde los básicos, como un espacio para ello y gente preparada para la manipulación del cuerpo, hasta empresas que se encargan de realizar todo el trámite, conveniente para las familias que viven lejos. En Europa existe la posibilidad de llamar y encargar todo lo relativo al muerto: desde ir por el cadáver hasta cremarlo y enviar las cenizas a los deudos.

El 5 de julio de 1963 el Santo Oficio acordó que la cremación del cuerpo no toca el alma y, por lo tanto, la autorizó por razones higiénicas, económicas o sociales, si el difunto en vida lo pidió. La condición es que las cenizas se depositen en el cementerio o en un lugar sagrado, para que se conserve la oración y el recuerdo a través de las generaciones, práctica que ayuda sobrellevar las etapas del duelo hasta alcanzar la última: la aceptación.

En la cultura India se encargan directamente de sus muertos: a la orilla del Ganges los incineran en fogatas durante la noche, sin conseguirlo totalmente, para luego arrojarlos al río. En América Latina, principalmente en México, aún se conserva la tradición funeraria.

La pandemia ha desaparecido los ritos en su totalidad. Esta ausencia en el proceso de duelo está destapando trastornos mentales que van desde los leves hasta los complejos.

En Criminología, si no hay cuerpo no hay delito. Algo parecido sucede con la muerte: sin un cuerpo para despedirse no hay resignación.

Dejar de racionalizar libera las emociones hasta desbordar el llanto, en ocasiones necesario. Ante la imposibilidad de hablar con la persona, se le puede escribir una carta y llevarla a donde se encuentran reposando sus cenizas. También es posible celebrar como le gustaba: comida, música, bebida, en una manera de cerrar el ciclo. Debido a la restricción para reuniones, se efectúan de manera virtual con misas o lecturas que recuerden momentos de felicidad.

La existencia es cíclica: lo que comienza termina. Concebirla así ayuda a procesar las pérdidas, que no serán pocas en nuestra línea de vida.

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