¡Dios mío! ¿Por qué a mí?

By on julio 3, 2015

Con cariño para Kiara y Alejandra

Siempre había caminado por esas calles. Nací en ese rumbo y toda mi vida había vivido ahí mismo.

Caminar por las noches era algo que acostumbraba hacer desde que tengo memoria, digamos que ya era parte de una rutina.

El rumbo era como casi todos en esta ciudad: no había peligro si no lo buscabas o no te metías en problemas. Eso lo sabía, y creía que las personas que por ahí vivían también pensaban así.

Mi vida transcurría feliz y sin grandes problemas o necesidades. Si bien el no poder emitir palabra alguna era algo que me limitaba, siempre me las ingenié para que las personas me entendieran o supieran mi estado de ánimo.

Aquella noche caminaba como otras tantas por el vecindario.

La luna iluminaba mi silueta y hacía que mi sombra se mezclara con las sombras de la noche. Parecía un día como cualquier otro: buscar algo para comer después del paseo, y luego a dormir.

De pronto, un silbido.

Una fracción de segundo después, un golpe seco y un dolor insoportable en la espalda. Caigo de bruces e intento huir por instinto. Mis piernas no responden y no alcanzo a comprender qué pasa, pero por supervivencia me arrastro como puedo. Intento pedir ayuda pero recuerdo que no puedo hablar, así que tan solo me quedo quieto, intentando no llamar la atención, esperando que el dolor se vaya.

Las horas pasan.

Al día siguiente continúo en el mismo sitio: caí en un lugar donde la gente no acostumbra pasar.

Ahora entiendo un poco lo que me sucede: ¡no puedo moverme del tórax para abajo! La espalda me sangra, pero no puedo ver por qué. El dolor es insoportable. Algo me ha lastimado severamente. ¡Cuánto dolor, Señor!

Las horas pasan.

El sol me hiere. Me arrastro hacia una sombra y quedo tendido.

Tengo hambre. Tengo sed.

Las hormigas me despiertan ahora. Ya han pasado varios días y nadie se ha dado cuenta que continúo ahí tirado.

Me he arrastrado lo que he podido para salir de ese lugar, y las piedras han lacerado mis piernas que ahora tienen llagas sangrantes. Malditas hormigas, se me suben y me muerden. ¡Que alguien me ayude por favor! El dolor ahora me adormece.

¡Dios! Ya no soporto más. ¿Ya son 6, 7, 10 días? Prácticamente mis heridas llegan a los huesos. La basura que me rodea está llena de gusanos y éstos también se me suben. ¿Cuánto más debo soportar? No puedo terminar con mi vida, no tengo capacidad para eso.

¡Alguien viene! ¡Me ha visto! Quisiera gritarle pero lo más que puedo hacer es implorarle con los ojos. Toma un teléfono y hace unas llamadas. Tiempo después, llega con otra persona y me ayudan. Me toman en sus brazos y me sacan de ese infierno. Me limpian un poco, hacen una nueva llamada y ahora me suben a un vehículo, oigo que mencionan lo mal que me veo y que deben atenderme de urgencia. Cierro los ojos, las fuerzas me abandonan.

Lo siguiente que veo es una plancha de hospital, me inyectan, el dolor aminora. El médico me limpia mejor las heridas… ¡Dios, qué dolor aun con el analgésico! Nuevamente conversan sobre mi condición, hay que analizar por qué no muevo las piernas. Creen que me atropellaron, pero no es así. Si tan solo pudiera decirles. El analgésico hace efecto, la vista se me nubla. El sueño me rescata nuevamente del dolor.

Otra clínica es mi siguiente destino, me atenderán mejor —según lo que han dicho—. Me hacen análisis y no puedo creer lo que escucho: “Le dispararon y le hirieron en la espalda. Hay pocas posibilidades de que pueda caminar. Además tiene inmunodeficiencia y eso complica la recuperación. A pesar de todo, haremos lo posible por salvarle.”

¡Dios mío! ¿Por qué a mí? Supliqué y cuestioné, pero no hubo respuesta.

A todo esto no había podido identificarme. ¿Cómo hacerlo? Así que deciden nombrarme Pedro, Pedrito, de cariño.

Recibo atenciones, medicamentos, alimento, pero solo alargan el sufrimiento. Soy agradecido y valoro todo este esfuerzo hacia la vida de un desconocido. Mi cuerpo va perdiendo la batalla, lo sé, aunque las voces de ánimo del personal de la clínica son constantes.

Han pasado un par de semanas, estoy muy débil. Tengo sondas casi para todo. La respiración se me empieza a complicar y me dan oxígeno. Quisiera acabar con este sufrimiento. “Doctor, por favor, déjeme ir”, intento decirle con la mirada, aún a sabiendas de que prometió preservar la vida a toda costa. Espero que pronto termine esto de alguna manera

Es martes, y han transcurrido varias semanas después de que iniciaron los intentos por ayudarme.

Ahora sí siento que será mi último amanecer. “Es inhumano seguirlo manteniendo así”, mencionan los doctores. “Creo que es tiempo de dejarlo ir.”

Agradezco esas palabras.

Una inyección.

El dolor se apaga.

Las tinieblas me abrazan.

Cierro los ojos y parto hacia el arco iris.

Lo único que lamento es no haber podido caminar una última vez por la noche.

Si tan solo Dios me hubiera hecho humano y no un simple gato callejero.

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Pedrito durante su estadía en el Hospital Revilla. Desafortunadamente, resultó una víctima más de la violencia humana contra los seres más débiles

Pedrito durante su estadía en el Hospital Revilla. Desafortunadamente, resultó una víctima más de la violencia humana contra los seres más débiles

En ediciones pasadas dimos cuenta del caso de Pedrito, un gatito que recibió el impacto de un diábolo en la espalda que lo dejó sin movilidad en las patas traseras y que pasó días en abandono a la intemperie. En esta ocasión el rescate no tuvo el final esperado ya que, debido a la debilidad, infecciones y grado de inmunodeficiencia, el cuerpo de nuestro amigo no pudo resistir más.

La atención recibida tuvo un costo y, como sucede a menudo, su rescatista Alejandra Monforte es quien deberá solventarla. Si quieres apoyar a Alejandra, puedes hacerlo a través de depósitos a la tarjeta 4152 3123 6141 3435 de Bancomer (puede ser en Oxxo, pagando una pequeña comisión), o directamente en el Hospital Veterinario Revilla, ubicado en la calle 31 (Circuito Colonias), núm. 204 x 20 y 22 de la Colonia México Oriente. Tu donativo ayudará a solventar la cuenta y permitirá ayudar a más mininos.

 

Carlos R. Vivas Robertos

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