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Día de la Mujer

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Apuntes desde mi Casa

III

Recientemente, una nota en la televisión local capturó la atención. Según testigos, el veintisiete de febrero una señora mayor fue bajada de un coche a las puertas del Hospital General, en actitud de abandono.

Al comprobar su total desamparo, los funcionarios del hospital realizaron los trámites necesarios para que fuera encauzada a algún albergue del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia. La escena en que la camioneta de Protección Civil llega para realizar el traslado es la que se transmitió por televisión: cuatro o cinco micrófonos aparecen en pantalla, cercando el rostro de la anciana. Las preguntas se efectuaron en tono agresivo, inadecuado, totalmente reprobable. ¿Dónde está la sensibilidad del reportero, su sentido de consideración ante una situación infame y dolorosa?

Intimidada, confusa, ella respondió lo que pudo: se llama Rosa, nació en marzo de mil novecientos veintiocho, no recuerda si tiene hijos y nietos, tampoco recuerda quién la llevó al hospital. Su memoria funciona, pero los hechos recientes no puede registrarlos. Le cuestionaron dónde vivía y en ese momento sacó su brazo de la ventana de la camioneta, lanzó una mirada de angustia a la persona que tenía enfrente y preguntó: Oye, ¿tú sabes dónde vivo?

El brazo de doña Rosa permanece extendido como si su mano, al moverse en círculos, hablara por ella. Es una mano callosa, rústica. Por la edad indicada, asumimos que en sus años de laboriosidad empleó la plancha de carbón (que tantas veces soltaba hollín, dañando la prenda, había que volverla a lavar y a planchar de nuevo). Desde luego, no supo del manejo de una lavadora automática sino del material acanalado de un tallador que tanto pule partes manchadas de la ropa, como llega a pulir los nudillos de los dedos, de esos dedos con aspecto artrítico que se agitan fuera de la ventana del vehículo, pidiendo auxilio.

Probablemente en su juventud no haya guisado sobre una estufa sino en anafre, y sus frijoles seguramente fueron cocidos en vasijas de barro en vez de olla exprés. Por supuesto, no debe tener idea del ahorro de tiempo que significan los menúes instantáneos, el horno de microondas. Ella no lo recuerda, pero pudo haber sido casada y tenido por lo menos siete hijos, pues en aquel tiempo todavía no se patentaba la píldora anticonceptiva y con sus niños debe haber usado mantillas en vez de pañales desechables.

Esta mujer pasó por el siglo XX ajena a lo que preocupa y ocupa a tantas otras mujeres de hoy: la superación personal, la igualdad de derechos entre hombre y mujer, la profesional, el uso de los spas, de los gyms, los milagros de la cirugía estética, el beneficio de los productos alimenticios bajos en calorías…

Qué pudo haberle importado a doña Rosa la existencia de la diet coke cuando apenas alcanzaba para un atole; o que la comodidad de las pantimedias supliera los enfados de la media con liga, cuando siempre trajo las piernas desnudas; que haya una institución llamada Equidad de Género, cuando ella desempeñó trabajos rudos como si fuera hombre (sin conseguir «logros profesionales») toda su vida, hasta el momento en que comenzó a resultar un estorbo para alguien.

En la Edad Media, las familias que sufrían toda clase de penurias de algún modo renunciaban a sus miembros fuera de edad productiva, porque resultaban una carga imposible de sobrellevar. A mediados del siglo XVII, el autor francés Charles Perrault escribe «Pulgarcito» y, a mediados del XIX, los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, alemanes, escriben «Hansel y Gretel». Ambos cuentos reflejan la misma problemática: los pequeños deben ser abandonados a su suerte en el claro de un bosque porque sus padres ya no pueden alimentarlos más. En la cultura esquimal se acostumbra dejar en medio de los hielos al abuelo o abuela próximos a morir, con alguna ración de comida, en tanto el «gran oso polar llega a devorarlos». En la primera década del siglo XXI, en México, ignoramos por cuáles razones una anciana transita de su casa al hospital, del hospital a Protección Civil y de Protección Civil a un albergue para adultos mayores, con futuro incierto.

Paradojas de la vida: doña Rosa tan viejecita, tan cansada, sin estudios, ocupa un lugar en las noticias de la televisión y las planas de los periódicos, mientras hay quienes generan pugnas, de envidia y egocentrismo, para ubicarse bajo los reflectores como «La Mujer del Año». El involuntario protagonismo de doña Rosa debe ser motivo de reflexión para la sociedad de Nuevo Laredo.

Feliz Día de la Mujer.

Marzo de 2010

Patricia Bello

Continuará la próxima semana…

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