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Crónicas de Cine: El Viaje de Chihiro

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El Viaje de Chihiro

La primera vez que escuché hablar de Hayao Miyazaki fue durante la transmisión de la entrega de los premios Oscar del 2003, cuando esta película competía en la categoría de Mejor Película Animada contra Lilo y Stitch, Spirit, El Planeta del Tesoro, y La Era del Hielo. Miyazaki ganó el Oscar, pero no acudió a la ceremonia a recibir su premio. Años después se supieron sus razones: no deseaba asistir a un evento de un país “que estaba bombardeando Irak.

Recuerdo que, cuando pasaron los cortos con los que anunciaban la película durante el evento, la traductora se desvivió en elogios por la película, mientras ante mí aparecían imágenes de castillos japoneses, de un dragón, de jardines llenos de flores, y de una niña dibujada de manera muy diferente a lo que había visto hasta se momento: ojos pequeños en vez de los grandes ojos que corresponden al anime. De entre las películas competidoras, yo había visto La Era del Hielo, y también Lilo y Stitch, no me había gustado el traslado a la era espacial de la novela de R.L. Stevenson – La Isla del Tesoro – a lo que fue El Planeta del Tesoro, y francamente no me interesó en absoluto Spirit. Pero no tenía la menor idea sobre Miyazaki, por lo que me sorprendió que ganara el Oscar, siendo mi favorita La Era del Hielo.

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Años después, mi xtup hijo decidió adquirir poco a poco las películas de Miyazaki, y mis héroes caricaturistas Jis y Trino mencionaron como una de sus mayores influencias a Miyazaki, desviviéndose en elogios a su trabajo. Yo aún no había visto una sola de sus películas y, por la influencia de los caricaturistas jaliscienses, pedí a mi hijo me prestara una de las de su colección, para irme educando.

Finalmente, doce años después de aquella noche, este pasado fin de semana tuve mi primer encuentro con la obra de Hayao Miyazaki y, después de ver El Viaje de Chihiro, sucedieron dos cosas: la primera fue que me quedé con las ganas de seguir viendo más de la película, no deseaba que finalizara; la segunda fue que me cuestioné fuertemente por qué razón había dejado pasar tanto tiempo para disfrutar el trabajo de este grande entre los grandes animadores, un verdadero genio.

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El Viaje de Chihiro (originalmente titulada Sen to Chihiro no Kamikakushi) es un gran espectáculo en el que cada cuadro de la película es una obra de arte, rica en detalles, y un filme en el que sobreabundan los detalles, formando un verdadero buffet visual para el espectador. Aunado a lo anterior, si bien la cultura japonesa está llena de personajes mitológicos en los cuales seguramente se apoyó Miyazaki, la historia que narra es lo que me mantuvo pendiente a lo que se desarrollaba en la pantalla: fantástica – en el sentido de que está cargada de fantasía – y tan llena de profundidad temática.

Chihiro es una niña de diez años que se está mudando a su nuevo hogar junto con sus padres. En el camino, sus padres se detienen a explorar un túnel que desemboca a edificios añejos y, al trasponer el lecho seco de un río, encuentran una feria – aparentemente abandonada – en la que se ofrecen exquisitas viandas que se sientan a comer hasta convertirse en cerdos. La feria antecede a un edificio que luego sabemos se trata de un balneario al que acuden diversos dioses a asearse, que los padres de Chihiro fueron transformados por Yubaba – la bruja que es dueña del balneario – y que, para liberarlos, deberá trabajar para ella. Miyazaki nos presenta entonces a varios personajes que se vuelven importantes en la vida de Chihiro: Haku, de quien ella se enamora, Kamaji, Lin, Zeniba, a quienes conquista en base a su dedicación y buen corazón. Aaah, y un espíritu “Sin Cara”, que causa todo tipo de problemas en el balneario.

 

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La historia se desarrolla de manera tan natural, que casi nos hace olvidar que Chihiro se encuentra totalmente fuera de su “ambiente”, que está viviendo en un mundo espiritual del que tal vez no pueda regresar, y que sus padres podrían ser sacrificados para preparar comida (que abunda en el balneario). Cómo salvar a sus padres, y regresar a su mundo, es el hilo de la historia.

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El grado de detalle en las animaciones, y la imaginación que se derrama en cada escena, me dejaron con una muy agradable sensación, una que muy pocas películas animadas logran provocarme: era como presenciar una obra de arte animada. Debe serlo para ser la película japonesa más taquillera de todos los tiempos en esa nación.

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En conclusión, El Viaje de Chihiro apela a nuestros sentidos en muchas diferentes maneras, es una obra maestra que activa nuestra imaginación, que nos deja boquiabiertos y profundamente agradecidos con los Estudios Ghibli, y con su director, Hayao Miyazaki.

Gerardo Saviola

gerardo.saviola@gmail.com

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