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EsteMar_1

Amigo

Amigo:

Me culpo todavía de que las palabras llegaran aquella vez demasiado viejas. Yo no fui el que les echó el tiempo encima, y como ácido les quemó las entrañas. Pobre de mí: cobarde solitario que solo suspira, que ha quedado mudo por temor a contaminar el ambiente con el hedor fatal de la hipocresía hecha muerta, como toda hipocresía.

Pero ante el jurado quizá quiera defenderme, o cuando menos contar toda la verdad: Cultivó mi ser el grito, y lo llevé quién sabe por cuánto tiempo clavado en la piel hasta los huesos. Acaricié el alfabeto en las chocantes clases de niño. Como en un rompecabezas, armé letra por letra, y así fui formando el alma de mi vida.

Y me enseñaron a no mentir, a ser bueno, para poder recibir a cambio bondad, a ayudar para ser ayudado, a ver a todos como hermanos para ser considerado hermano también. Y mis letras crecieron en esa maravillosa enredadera de inocencia, tal y como me lo habían enseñado; besando a los perros, a los gatos y a todos los hermanos hombres.

El mundo era pues, el barco en donde todos navegábamos. La unión, por medio del afecto y del amor, traería irremediablemente mejores aires al viaje de la vida. Por eso ayudé al vigía tuerto a escudriñar el horizonte, y ayudé al tullido a izar velas y, en fin, a todo aquel que requirió mi ayuda.

Dormía bien. El cansancio del día resultaba un tónico para atraer el sueño. Y despertaba con renovados bríos, de aquí para allá, cuidando que el timón permaneciera obedeciendo la ruta debida, aunque ésta no fuera mi obligación; pero el sentirme útil me daba el aliento y la fortaleza divina para seguir adelante.

Una noche, el Capitán ordenó golpearan a un hombre por haber desobedecido sus órdenes, y el látigo hirió una y otra vez sus carnes tostadas por el sol. El infeliz bramaba de dolor, y cuando vi correr por su reseca y tostada piel hilillos de sangre, corrí a cubrirlo con mi propio cuerpo, y sobre mí descargaron el resto de latigazos. El infeliz y yo terminamos con el cuerpo ensangrentado.

Debo haberme desmayado, porque no supe al despertar dónde me encontraba. Me ardía tremendamente la espalda y una sed salvaje mordía mi garganta. Mi compañero de suerte, a quien yo elegí voluntariamente, tomaba agua en una vasija de barro y le pedí por favor me diera un poco. Le supliqué en repetidas ocasiones me diera un sorbo. Mis ruegos se perdieron en el vacío. Y no entendí.

Hoy vivo solo. No quiero hablar con nadie. Mis palabras son incapaces de permanecer desnudas entre sí. Sienten pena por mostrarse tal cual son. Sus cuerpos los tapan con el vestido barato de la hipocresía. Me he quedado mudo. Este es mi castigo por haber aprendido a utilizar una que otra letra, en la unión bochornosa de la mentira obligada por los relojes, cuyas manecillas no saben dónde está el principio y dónde está el final.

Me asomo a la ventana y lo veo. Cierro los ojos y escucho como en una grabación infinita todo aquello.

Sobre mis hombros cargo la responsabilidad de todo esto. Ni mi claustro me salva. La complicidad está en el respirar, en quitar una gota de oxígeno a la planta hermosa que tengo en mi sala, rebosada de muebles arrepentidos.

Amigo, a ti te hablo. Dime solamente si en realidad existes…

Estemariii_1

José Luis Llovera

[Continuará la semana próxima…]

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