La comunidad que nos ocupa se destaca por el profundo arraigo de las personas que la habitan, de cómo es casi imposible que las personas se trasladen a otra localidad, o de emprender una nueva vida fuera del espacio familiar, vecinal y comunal.
Y si consideramos que les ha dado la suerte de vivir en el área conurbada o metropolitana, como se le denomina en la actualidad a la concentración de poblados y comisarías alrededor del nervio motor político, administrativo y económico que es Mérida, pues todavía mucho mejor es persistir.
Este sentimiento de permanencia y de ser social es lo que significa vivir en Yucatán. Quizá seamos como la ceiba maya, que entierra sus raíces hacia las profundidades en busca del agua sagrada de los cenotes, y que además recibe el santificado rocío de la otra parte del día en la que permanecemos ocultos al sol, y esto nos afianza en esta “tierra hermosa que ojos humanos hayan visto”, tal como se refiriera Colón ante la perspectiva del Nuevo Mundo.
Dentro del poblado de Acanceh reposa la ciudad maya, por lo menos sus vestigios principales, que se aprecian a simple vista. En los años noventa se rescató y consolidó la Pirámide de los Mascarones y, posteriormente, el Palacio de los Estucos. En el primer caso, al tiempo que avanzaron los trabajos se revelaron los citados mascarones de estuco con influencia maya guatemalteca relacionada con el culto al dios sol, aquí donde pensábamos que mandaban Chaac y Kukulkán, es decir, suponíamos que solo estaban presentes las deidades supremas que son las representaciones de la lluvia y la serpiente. En el otro caso, se encontraron elementos ornamentales de la zona Puuc lo que indicaba, como corresponde, que nada fue, es o será independiente de lo demás, que casi todo está relacionado, y que en el área maya hubo un intercambio cultural profundo.
Quizá el edificio principal que pueda considerarse como legado de la Colonia sea la Parroquia de la Natividad, en la cual se aprecian dos columnas salomónicas. En la entrada de la iglesia se observan elementos pétreos provenientes de los edificios mayas. En algunas esquinas de las calles principales aún se aprecian piedras que están enclavadas, quizá como señalamientos o mojoneras – en el argot campesino – para el trazo original de las calles, en las que se puede apreciar la ornamentación indígena ancestral.
Refiere la historia y la tradición popular que fue en este sitio donde se decidió en parte la Guerra de Castas: los mayas rebeldes tomaron la población en 1848, y lo dejaron no precisamente por un combate encarnizado o algún tratado de paz, sino porque los mayas insurrectos avistaron nubes de hormigas aladas que señalan el inicio de las lluvias de temporal, por lo cual emprendieron la retirada a los cuarteles del sustento, las milpas. Es decir se tomó la decisión por designios del ciclo natural y vital, que no eran otra cosa que parte de la identidad del hombre maya y su entorno. En otro ámbito ya una vez lo dijo César: “yo que gobierno miles de almas, soy gobernado por pájaros y relámpagos.”
La comunidad es un santuario mariano en su advocación de la Virgen de Guadalupe. El culto inició por los años de 1885, a instancias del presbítero Teodosio Mézquita, para lo cual se redactó un mínimo reglamento y se estructuró la “Cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe”.
La comunidad también posiblemente sea la única que posee dos palacios municipales: un viejo cuartel y una construcción más reciente. Por alguna razón, acaso la tradición, es el edificio antiguo donde se desarrollan las actividades administrativas. El otro se utiliza como salón de baile, o para eventos en los que se requiere cierto control para la entrada y salida de los asistentes.
La vieja estación aún se mantiene en pie, aquel espacio que algunos recuerdan donde se arremolinaban los vecinos que vendían antojitos, frutas de la época y que, en determinadas horas, era el punto de reunión de la mayoría. Precisamente en la comunidad se localizaban los ramales donde el tren se desviaba para Sotuta o Peto. De eso hoy solo queda una amplia calzada por la que solo transitan los recuerdos de los viajes en el pasado.
Para la Semana Mayor, la comunidad organiza uno de los eventos más relevantes de la comunidad católica: la representación de la Pasión y Muerte de Jesucristo. Los espacios principales son la pirámide, que es tomada por cientos de centuriones romanos, y la plaza es el Gólgota. La comunidad se transforma en una Jerusalén espiritual. Esté atento y participe si tiene la oportunidad: nada le pide este espectáculo a otras comunidades de nuestro Yucatán o del país.
Si quiere vivir un día de mercado, el domingo es un día apto para observar y disfrutar la dinámica de un centro comercial popular, las calles aledañas, la plaza y la placita. Se vende desde el producto local hasta el que se trae de la central de abastos de la capital, pero se ve en su hábitat y desempeño cotidiano a las personas. Y espérese a las fiestas de fieles difuntos, el hanal pixan, será una experiencia insustituible dada la cantidad de dulces tradicionales que se elaboran y expenden, las flores silvestres de la fecha y los platillos que se comercian.
Esta comunidad posee una de las fiestas más sui generis: la corrida de toros, tradición venida de allende los mares y que tiene carta de residencia con sus aportes particulares que la hacen muy yucateca y muy de la localidad. Algo cambió para siempre, y es que hubo un tiempo en que todas las plazas municipales de casi toda la entidad adoptaron la iluminación mediante reflectores o potentes lámparas, semejantes a las de los estadios, por lo que en esta comunidad comenzaron a empujar los horarios de las corridas a la noche.
El hecho de realizar la fiesta brava a las tres de la tarde tiene, entre otras significaciones, el de las dualidades de la vida cuando el redondel se divide en sol y sombra, día-vida, noche-muerte. Hoy las corridas se realizan a las diez de la noche, casi al mismo tiempo que los bailes, por lo que reinterpretamos la corrida de la comunidad en sus características actuales como la noche-muerte efímera y la luz-vida artificial.
Muchas enseñanzas podemos extractar de los comportamientos individuales y sociales, pero la pregunta es: ¿cuáles podemos implementar y adoptar para nuestras vidas?
Para conocer cada comunidad hará falta conversar con las personas para aquilatar, sopesar y conocer los usos, costumbres y valores de la cultura popular local, ese caudal inagotable de aspectos intangibles si se quiere, pero que dan una idea de lo que es una comunidad dinámica y viva.
La comunidad, distante a 25 kilómetros de Mérida, es la llave de entrada al sur de la entidad. Por eso hay que prepararse, pues en cada población que recorramos nos esperan sorpresas, detalles poco conocidos, y cientos de imágenes diferentes que los circuitos turísticos no ofrecen y para los que bien vale la pena estar informados y vivirlos a plenitud.
Juan José Caamal Canul