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A la luz del aforismo

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Letras

José Juan Cervera

Cuando los años van sumando ausencias y desconciertos hay vidas que se vuelven incógnitas fuera del núcleo familiar en que arraigan, lejos de su círculo de amigos, e incluso del grupo de malquerientes que, casi sin excepción y por los motivos más diversos, cada cual va encontrando en su paso cotidiano. Así, la inexorable ley de los ciclos biológicos pone fin a su estancia terrenal y sus rastros se hacen borrosos, más aún si los testimonios y recuerdos de las acciones que evocan resultan insuficientes para delinearlas con cierta fidelidad.

Las generaciones ulteriores podrán captar signos característicos de existencias fenecidas si un hecho inesperado o un encadenamiento de sucesos vindicadores ponen en sus manos algún indicio de ellas, logrando despertar interés e incitar conjeturas. Cuando estos procesos compensatorios acaecen en el campo de la expresión escrita suelen mostrar una riqueza de matices que el reacomodo de elementos contextuales arroja en abono de interpretaciones frescas y juicios cautelosos.

Lo poco que se sabe de Ferdinand Cantón se debe a la generosidad de Roger Campos Munguía, quien no ha dudado en compartir información básica sobre su obra. Fue, al parecer, uno de los yucatecos avecindados en la capital del país que al mediar el siglo XX guardaron nostalgia del terruño durante su estancia en suelo lejano. En 1969 apareció Disparos sin blanco, libro suyo de carácter póstumo, según deja entrever Elmer Llanes Marín, autor del prólogo, literato y periodista con quien sostuvo un vínculo amistoso. Contiene una colección de aforismos cuya propiedad intelectual había registrado cuatro años antes.

El aforismo representa una forma prosística a la que pareciera no concedérsele aún la categoría justa para inspirar el aprecio que suscitan los géneros consagrados por la tradición lectora, pese a que lo han cultivado escritores de la talla de Nietzsche, Kafka, Joubert y Canetti, por citar algunos brillantes ejemplos, y a merecer el estudio diligente de académicos prestigiosos. Con sello discretamente yucateco, ha inspirado la pluma de Francisco Sosa, Ricardo López Méndez, Carlos Duarte Moreno, Alfredo Aguilar Alfaro, Agustín Monsreal y el propio Roger Campos Munguía,  entre otros.

Toda frase bien templada, con atributos suficientes para guiar por sí misma predisposiciones reflexivas, puede ser considerada de linaje aforístico, por lo cual en ciertos casos bastaría extraerla de un discurso textual para desencadenar nuevos giros del pensamiento que conduzcan a discernir la experiencia ajena, contrastándola con la propia. La distancia entre una y otra puede ser extensa, o relativamente corta, pero sus alcances son dignos de examen porque cada marco referencial aporta color y sustancia en su apreciación.

Los aforismos de Cantón denotan un estilo coloquial, más comprometido con el uso del sentido común que con el pulimento de la forma literaria. Son palabras de un hombre que insiste en ligar la fuerza de las ideas con el efecto de las acciones, interesado en sacudir la voluntad para hacer sobresalir los frutos del talento y de la constancia, proyectando el éxito individual con base en el principio del apoyo recíproco y del esfuerzo compartido.

Se manifiesta también como un sujeto desencantado que recurre a la ironía para señalar la escasa firmeza con que pueden construirse ciertas amistades, así como las simulaciones del trato social y sus fórmulas excesivas. Evoca figuras animales como punto de referencia de la conducta humana según expone en algunas líneas, pero su tópico más socorrido alude a los lazos del hombre con la mujer, para quien reserva un acento un tanto misógino que hoy le concitaría encendidos reproches, pero que constituye una tendencia frecuente en la cultura dominante, pese a los pronunciamientos críticos que pretenden erradicarla. (“Monólogo es la parte que corresponde a una mujer en cualquier diálogo…”; “Hay mujeres que resultan muy buenas precisamente cuando son malas…”; “El hombre realmente feliz es el que conoce el pasado, el presente y el futuro de su mujer…”). Un lector actual puede discrepar de este enfoque, pero éste refleja un tiempo específico y una pluma que se forjó al influjo de tales prejuicios.

Pondera cualidades y defectos como clave para marcar actitudes de aliento o de conformismo, valora el aprendizaje que procura el tiempo vivido y las rectificaciones que pueden derivar de él. (“Sólo adquirimos experiencia después de caminar por encima de todo lo que hemos hecho mal”; “Sabios son los hombres tontos cuando son capaces de permanecer callados”).

Discurre también sobre la discreción, el potencial creativo, el entusiasmo, la autoestima, la valentía y otros rasgos de carácter que pueden marcar diferencias entre las aspiraciones insatisfechas y las metas conquistadas.

A la luz del aforismo surgen voces ocultas y pensamientos olvidados.

Que el empeño en recuperarlos siga haciendo posible la conciencia del pasado.

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