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Repeticiones

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Letras

XXXIII

¿Alguna vez ha experimentado el impulso de escuchar diez, doce veces seguidas, alguna canción o melodía que le guste mucho?

No sin cierta nostalgia por el tiempo transcurrido, viene el recuerdo de muchos sábados al atardecer cuando, junto a una ventana que acercaba olor de limoneros y de naranjos, Maritza Arrigunaga y yo escuchábamos música en un tocadiscos portátil. Por la buena ventilación de la estancia, podíamos fumar aireadamente aquellos mentolados Nao, de moda en Mérida en los años setenta.

A riesgo de rayar los discos, dejábamos levantado el llamado brazo del instrumento para que automáticamente se activara y, sin muestras de aburrimiento, escuchábamos quién sabe cuántas veces “Eleanor Rigby” de los Beatles, la “Samba Saravá” de Carlos Lyra, el long play completo con el sonido original de la película Un hombre y una mujer, el tema de Orfeo negro:Mañana de carnaval”, de Luis Bonfá; pero la que ganó récord en dichas sesiones fue “September Morn”, de Neil Diamond. De este poeta musical nos gustaba corear, espantosamente desafinadas: ¡…Sweet Caroline, Good times never seemed so good…!

Sin razón en particular, adorábamos las repeticiones, tal vez como remota afirmación de aquella juventud plena que vivimos.

Estas remembranzas vienen al caso porque en la estación de radio KHOY 88.1 FM, de Laredo, Texas, el disc-jockey ha dado señales de ser de los nuestros: todo indica que, cuando francamente le agrada una composición, se toma la tarea de localizar las diversas versiones existentes. Desde hace dos años, más o menos, suele poner diferentes interpretaciones de algo supongo llamado Hedda, pues el estribillo suena como Hedda: I love you en la única versión cantada, ya que las demás son instrumentales y corresponden al ritmo de la música disco, ritmo contagioso y penetrante a los sentidos.

Por haberme vuelto fanática de lo que he denominado Hedda, comencé a fijarme en la programación, al menos durante los ratos que escucho la radio (generalmente en la camioneta, en el trayecto de las diligencias cotidianas) y, para seducción mía, descubrí otros dos temas que he atribuido a dominio privado.

Desconozco los títulos, pero tampoco me interesa mucho llegar a saberlos: me bastan las emociones que despiertan. Deduzco que se trata de la misma orquesta porque los metales suenan idénticos; en una de las piezas, la trompeta prolonga larguísimo quejido, al que responde la gravedad de un saxofón (el instrumento adecuado para expresar los recovecos del alma) y, no obstante breve intervención de violines, el arreglo complementa de manera espléndida una melodía formidable.

El autor de esta creación con toda seguridad permanecía a distancia de algo o de alguien verdaderamente amado, ya que demuestra un afán sin mesura por transmitir urgente necesidad de que su motivación interior estalle los sonidos; pero no estallan, sino se disuelven en espasmos de notas con profundidad melancólica, a semejanza de una conformidad no pretendida.

Algunas veces he pensado en realizar una expedición hacia KHOY 88.1, aunque no tengo idea dónde quede ubicada, para conocer al responsable de manejar varias veces al día estos discos a satisfacción de personas que, como Maritza y yo, nos solazamos con las repeticiones, e indagar cómo se llaman aquellas cadencias sucesivas, quiénes las tocan, tal vez grabarlas en un compacto. Pero prevalecen las dudas: ¿Qué tal si los títulos no concuerdan con los que he imaginado? ¿Si mi arrebato causa desconcierto en el disc-jockey y las deja de poner? ¿Y si teniéndolas a entera disposición en un CD ya no me producen la misma impresión de cuando, distraída frente a un semáforo en rojo, parece como si llegaran en el momento oportuno, como regalo inesperado?

El tiempo y las circunstancias dictarán la última palabra.

Paloma Bello

Continuará la próxima semana…

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