Editorial
Los seres humanos, a fuerza de vivir y convivir por milenios, hemos ido perdiendo la perspectiva histórica de la evolución de la humanidad.
Bien sabemos que los orígenes distan mucho de estos tiempos modernos en los que se da por hecho todo lo que se tiene y posee, sin dedicar ni un segundo a la reflexión de cómo las costumbres y los bienes han ganado su espacio y tiempo en la vida de la humanidad.
Si valoramos la dureza de un garrote o una piedra como un primer objeto utilizado para actos de violencia, comparándola con una explosión atómica producto de sofisticados medios de producción científica para hacer prevalecer a unas naciones sobre las demás, así sea por un corto período en el que se ajustan o nivelan las fuerzas, no estamos muy ciertos de que nuestros lectores acepten o den soporte a esta apreciación.
Ambos casos son mortales, pero no dejemos de observar que, en el primer caso, para los primeros humanos el arma era un objeto al alcance de sus manos; en el segundo, las bombas termonucleares son producto de la investigación en terrenos de la ciencia y la conciencia de que un arma así acaba con los enemigos.
Olvidamos que se está atentando no solamente contra un país y nación sino que se actúa en deterioro de los ecosistemas que, a pesar de muchos años de uso y abusos, han dado espacios y soporte a la vida humana.
Si el final de los tiempos está pre-escrito con el escenario de una hecatombe, una catástrofe mundial, sin alimentos, aguas y campos contaminados por la radiación, ya desde ahora hay gobiernos señalados como culpables por lograr su prevalencia histórica con el fuego atómico, viviendo quizá la torpe ilusión de que esos gobiernos y países serían salvos.
Si todavía hay gobiernos que piensan así, sería bueno que sus conductores políticos analicen este tema trascendente para la humanidad…
A no ser que ya tengan listas sus naves para viajar a otros planetas.