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Otoño con sabor a invierno yucateco

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Perspectiva – Desde Canadá

XXIII

De los lustrosos tonos de verde de la primavera, en estos días la explosión de colores de la naturaleza canadiense va de los amarillos a los rojos intensos, maravillas de la clorofila, en un espectáculo resplandeciente que anuncia el arribo del otoño.

Había comentado que parece que por estos lares las estaciones corren con sinigual prisa, como si el invierno fuera el sempiterno mandamás y las otras estaciones, traviesas, fugaces, le jugaran bromas para sacarlo de sus casillas, jalándole las níveas barbas, desdibujándoselas, hasta que la autoridad y reciedumbre de quien es el de mayor influencia se impone.

En viajes anteriores, hace muchos años, este arrebatador panorama otoñal siempre me provocó curiosidad y asombro, principalmente porque la paleta de colores de nuestro trópico es tan diferente en estas épocas. Mis pupilas registraban en esas ocasiones la variedad de tonalidades que la magnífica Madre Naturaleza es capaz de desplegar por estas latitudes.

Tres trimestres después de mi arribo a esta nación, con infinidad de sueños y planes bajo el brazo, me regocijo en estos pequeños regalos de la Obra que yo califico de Dios, mientras me pregunto cuándo volveré a estar cerca de los míos.

Porque si algo hemos aprendido mi xtup y yo a la distancia es que los mejores planes sirven para una pura y dos con sal cuando no depende de ti lo que suceda porque ¿alguno de nosotros se imaginó cuando arrancamos este 2020 que una pandemia vendría a amenazarnos de muerte, recluyéndonos, poniendo a prueba nuestra adaptabilidad ante la incertidumbre?

Me niego a pensar en una “nueva normalidad” porque implica olvidar y sustituir (hábitos, costumbres, actividades, etc.). Prefiero pensar que, cierto, algunas cosas han de cambiar, sobre todo aquellas relacionadas con la salud, mas no las costumbres ni la convivencia con aquellos que amamos.

Vivo de lejos los sucesos de mi familia, la que he creado a lo largo de mis años, esperando el momento en que podamos vernos nuevamente, aunque después tenga que emprender el retorno a estas tierras. Festejo a la distancia sus logros, y me entusiasma lo que ahora viven, en particular cuando se enfrentan a nuevas experiencias.

En días recientes, el patriarca de la familia recibió uno de los muchos homenajes a los que se ha hecho merecedor por la descollante y rutilante carrera cultural que ha desarrollado. Todos nosotros nos sentimos orgullosos de él, no tan solo por este reconocimiento, sino porque ha sido nuestro bastión y, en lo bueno así como en lo no tan bueno, un gran ejemplo.

Sé que le hubiera gustado que estuvieran presentes sus contemporáneos durante la ceremonia, y sin embargo estoy seguro de que lo estuvieron, pero no los pudo ver porque viven ya en otras dimensiones.

Otoño en Ontario es como el invierno en Yucatán: con una intensa humedad, lluvias, descensos súbitos de temperatura, viento, y también con días soleados que invitan a salir, a airearse, a llenarse de esos tonos rojos, naranjas y amarillos con los que se reviste la comarca.

Al mismo tiempo, no deja de ser un recordatorio de que el invierno se aproxima, como en el magnum opus de George R.R. Martin, y de que los abrigos, guantes y gorros ya deben alistarse, porque las blancas barbas de ese serio e implacable viajero conllevan nieve.

Desde hace muchos años he vuelto filosofía de vida convertir situaciones difíciles en las que no tengo control alguno, eventos que otros acaso verían como catástrofes, en oportunidades de enseñanza, comprehensión y, después, en mejoras, todo proporcionado por Dios. A pesar del proceso anterior, aún cometo muchos errores –mis hijos pudieran escribir libros acerca de ellos– e intento también aprender de ellos.

Desde esta perspectiva, esta imposibilidad de estar junto a mi familia no es sino otra más de esas oportunidades, una situación temporal que tendrá fin, una prueba para saber qué tan adaptables podemos ser como familia ante situaciones en las que no tenemos control.

Mientras nos vemos de nuevo, el trepidante otoño, este país y mi trabajo también están pletóricos de experiencias, enseñanzas, posibilidades. La mejor oportunidad que se nos ofrece viene en la forma de un nuevo amanecer. Nos toca aprovecharlo, en vez de conmiserarnos.

Vivamos, pues.

S. Alvarado D.

sergio.alvarado.diaz@hotmail.com

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