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Mozart, un genio irrepetible

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Aída López

 “Nací enteramente sumergido en la música,

me obsesiona el día entero”

W.A. Mozart

Cuando el compositor austriaco Joseph Haydn (1732-1809) sentenció que “la posteridad no verá tal talento otra vez en cien años”, refiriéndose a Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), quedó corto en sus vaticinios: a 264 años, más de dos siglos de su nacimiento, el mundo no ha conocido otro genio en la música que pueda igualarlo. Pocos son los iluminados de los que tenemos la información suficiente para trazar un perfil completo para adentrarnos en la psique del hombre y el artista. Mozart, a través de más de 400 cartas y más de 600 composiciones, nos revela la forma en que veía el mundo, el manejo de sus relaciones interpersonales, sus motivaciones y rebeldías que lo llevaron a vivir intensamente sus exiguos 35 años.

Sin duda Leopold, su padre, fue un modelo decisivo en su carrera. Músico, compositor y pedagogo, vio el prodigio de Wolfi –como lo llamaban de niño– cuando este apenas tenía tres años de edad. Sin perder tiempo, se dedicó a enseñarle a tocar el clavicordio, posteriormente el clavecín, piano y el violín. A los cuatro años, el niño prodigio compuso sus primeros minuets, transcritos al pentagrama por su padre; a los ocho años, su primera sinfonía: Sinfonía No. 1 KV 16, y a los once años compuso por encargo su primera ópera: “La obligación del primer mandamiento” (1767).

La vida de Mozart está circundada por anécdotas, creencias, especulaciones, mitos y simbolismos como la de ningún otro en la historia musical. A los siete años, en 1763, el niño Mozart emprendió un periplo de cerca de dos años por las Cortes de Francia, Londres y Alemania con su padre y hermana Marie-Anne, quien tocaba el piano. En Viena, el Rey Luis XV, en compañía de su amante, la cortesana Madame Pompadour, recibió a los pequeños artistas; Mozart sintió el rechazo de esta cuando le negó un beso después de su actuación. Para asombro de la aristocracia, el niño tocaba el piano con los ojos vendados, o con el teclado cubierto con un paño, dando muestra de su destreza y habilidad. Pronto ganarían mucho dinero, pero también comenzaría a padecer de fiebre reumática por el frío que sufría durante los traslados en carruajes descubiertos.

Sus biógrafos cuentan que en 1770, durante la segunda gira del compositor con su padre por Italia, el Papa Clemente XIV los invitó al Oficio de Tinieblas celebrado en los Días Santos; el joven, a los catorce años, memorizó el Miserere mei, Deus, de Gregorio Allegri, música a dos coros, uno llano y otro polifónico, compuesto hacia 1638. La obra maestra, resguardada por el Papado, solo podía ser interpretada en la Capilla Sixtina, hacerlo fuera era motivo de excomunión. El hecho quedó registrado en una carta que envió Leopold a su esposa, orgulloso de la hazaña de su hijo. El Papa, impresionado por la habilidad de escribir de oído la partitura, lo condecoró con la orden de caballería Ordine dello Speron d´oro –Orden de la Espuela de Oro–. Al día de hoy, es considerado el galardón más importante que otorga el Vaticano.

Las cartas son reveladoras, subliman, portan emociones, delirios, tormentos, pasiones, cortejos y más. Mozart se va de lo musical a lo literario y viceversa; es capaz de describir la música con palabras, y a los textos dotarlos de musicalidad. Las palabras no siempre son literales. Escribe para comunicar sus éxitos, enojos, inconformidades, y el deceso de su madre en 1777, cuando esta lo custodiaba a sus veintiún años, en una gira de quince meses cuyo destino final era París. Su padre temía que el joven se desviara del objetivo y, al no poder acompañarlo por trabajo, le pidió a su esposa, Anna Maria, que lo hiciera. En respuesta a la carta, Leopold escribió otra, culpando a Mozart de no atender a tiempo la enfermedad de su madre, que la llevó a la muerte a los cincuenta y siete años. Fue en ese mismo viaje, en una estancia en Augsburgo, donde conoció a su prima de diecinueve años Maria Anna Teckla, de quien se enamoró, como lo demuestra una de las misivas a su padre, donde refiere la afinidad con ella por su lengua viperina.

En la gira también se enamoró de la soprano Aloysia Weber, a quien conoció durante su estadía en Múnich. Mozart le contó de este amor en una carta a su progenitor, y este le respondió que casarse en ese momento sería para mantener a una mujer e hijos, y eso entorpecería su carrera. Mozart continuó el periplo organizado por su padre, con la esperanza de regresar con Aloysia. Cuando lo hizo, un año después, ella lo rechazó; más adelante se casó con Constanza, la hermana de esta. Finalmente, concluyó la gira y retornó a su natal Salzburgo sin conseguir colocarse en una Corte, objetivo del viaje, sin su madre y con su prima Teckla, quien unas semanas después partió, para nunca volver a encontrarse con su famoso primo.

Mozart tuvo muchos rostros, escribió las cartas más pícaras de la historia de la música. La comunicación epistolar a su madre, padre, hermana y prima, revela su temperamento, carácter y humor escatológico, asociado por algunos al síndrome de Gilles de la Tourette, trastorno neuropsiquiátrico caracterizado por la coprolalia. En recintos privados, Mozart se divertía con sus cánones, cuyas letras hacían alusión al vómito, la orina, el excremento y el período menstrual. Los defensores señalan que era un lenguaje común de la época y también de la familia Mozart, ya que la misma madre se escribía así con su esposo.

La producción postal de Mozart es tan prolífica como la musical, ambas dan cuenta de la vida del genio; creación y recreación. Sus cartas lo mismo hablan de cosas triviales como importantes, divertidas como trágicas. Su música revela su entusiasmo por la vida, su carácter tempestuoso y chispeante. En una carta a Leopold reconoce su vivir creador, al externar que no sabe escribir como poeta, porque no es poeta, pero que sí puede escribir por medio de notas porque es músico. Ese rasgo queda expuesto también en una carta a su hermana, donde le dice que no sabe lo que escribe, porque su pensamiento está concentrado en la ópera y corre el riesgo de escribirle un aria en vez de palabras.

La  historia de Mozart fue intensa. Vivió con la premura como correspondió a la brevedad de su vida. Las circunstancias confluyeron para su temprana incursión en la música a sus escasos tres años de edad. A los trece años, fue nombrado Director de la Corte de Salzburgo. Fue capaz de componer cinco conciertos para violín en nueve meses a los diecinueve años. Su padre, músico de la Corte de Salzburgo que había renunciado a su herencia por no dedicarse a la empresa familiar y seguir su vocación musical, vio en sus dos hijos sobrevivientes de seis, la oportunidad de consolidar un patrimonio. Mozart vivió entre la necesidad de satisfacer las expectativas de su padre y liberarse de su dominio, lo que no impidió que tuviera un proyecto personal genuino y gozoso. Leopold nunca aceptó su matrimonio con Constanza y, para infortunio de la pareja, en el viaje que realizaron para que él la conociera, murió su bebé, al que habían dejado al cuidado de una nodriza. Fue la última vez que el compositor pisó Salzburgo, ciudad que siempre consideró inferior para sus aspiraciones.

Mozart murió creyendo que fue envenenado con acqua toffana por Antonio Salieri (1750-1825), debido a que este último conseguía puestos en la Corte que le negaban a él, situación que afectaba profundamente su personalidad narcisista. El Réquiem encargado en el mes de julio de 1791 por un misterioso hombre vestido de negro que no dio explicaciones, obsesionó a Mozart los últimos meses de su vida; pensó que lo estaba componiendo para su propio funeral. Nunca lo concluyó, a pesar de que recibió un anticipo; meses después cayó enfermo, muriendo en diciembre del mismo año.

La imagen del niño Mozart, para quien el órgano era el rey de los instrumentos, ha llevado a discurrir que su música incrementa el coeficiente intelectual de los pequeños, incluso desde el vientre de la madre: el “Efecto Mozart”. Pareciera que la genialidad del compositor se puede trasladar a través de sus composiciones. Tema cuestionable. Lo cierto es que Mozart nació y vivió con la música y para la música. No tuvo infancia,  nunca asistió al colegio, su padre fungió como su maestro de asignatura, condición que le permitió dedicarse por entero al arte.

En fechas recientes, Mozart sigue en boca de sus admiradores y han aparecido detractores por una relectura de su ópera bufa Cosi fan tutte, compuesta en 1790, un año antes de su muerte. Es señalado de misógino por la trama de “Así hacen todas”, refiriéndose a la ligereza, facilidad e infidelidad femenina. Siete dúos, cinco tríos, dos cuartetos, dos quintetos y tres sextetos narran los enredos amorosos ocasionados por un viejo profesor filósofo quien se empeña en demostrarles a sus alumnos que la donna e mobile qual piuma al vento.

Haciendo una revisión de la vida y obra del compositor, no hay manera de que su destino hubiera ocurrido de otra manera. Su hermana, siendo destacada pianista, no tuvo el mismo impulso de su padre, a pesar de su éxito en la primera gira, cuando tenía doce años. Las misivas entre padre e hijo muestran a un padre posesivo y controlador, y a un hijo inconforme y distante los últimos años de su vida. Leopold dedicó su vida a promover el arte de Mozart, haciendo a un lado su proyecto personal, ya que él no tenía posibilidades de encumbrarse de tal forma. Su método de enseñanza de juegos de armonías con intervalos de terceras mayores y menores facilitó las primeras composiciones de minuetos con los que el pequeño encantaba a la realeza. Es probable que las condiciones del prodigioso no vuelvan a repetirse en esta era y, como sentenció Haydn, no conozcamos otra genialidad como la de Mozart.

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