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Los hijos de los bohemios

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Letras

Mónico Neck, Antonio Ancona Albertos.

Ricardo Mimenza Castillo

(Especial para el Diario del Sureste)

A Mónico Neck

Al margen de esta vida de lucha tenaz, de labor ímproba, de persecución por el Ideal, por lo ensoñado y en brega con la dura experiencia y sus hijos -los constantes desengaños e inconsecuencias-, la noticia me infunde vivo regocijo.

Y es ésta: los hijos –flor albeante de sacrificio y desinterés– que yo conociera pequeños– de Polidor, de nuestro literato Joaquín Pasos Capetillo, mi camarada de ayer, aunque adviniera antes que nosotros al palenque de las letras, sostienen con su trabajo honesto y sencillo a su desvalida madre.

Y es que el pobre Polidor no tuvo qué dejarles sino los laureles que siempre ornarán su tumba y su imborrable memoria, porque la cruel Atropos lo atropelló en su sendero, en mitad del camino de la vida y habiéndole consumido su larga y dolorosa enfermedad.

Recordaremos siempre las horas de inefable encanto de nuestra bohemia mañanera, bohemia honrada que no tiene que doblegar la frente por rubores de indelicadeza ni errores contra la honra.

Preferible esa bohemia a la imbecilidad de los filisteos ahítos de que hablara Heine.

Y los filisteos los hay en todos los rumbos, a donde alcance la vista, en todos los terrenos en donde pasta el panmuflismo ciego o miope de las gentes, de los beocios, de los que sólo viven del vil interés y son fieles del Becerro de Oro o de la Oportunidad, o de la menguada superstición de afinojarse ante miserables ídolos del mismo barro humano.

Y se siente “el azoramiento del cisne ante los charcos”, de que hablara Rubén Darío, ante esos filisteos que hicieron cegar a Sansón y le quitaron el vigor del genio por más que aplastara a algunos, al morir, bajo el peso de las piedras de la cúpula del templo que fuera su prisión, su horrible ergástulo.

Y hay que recordar que a Jesús –flor albeante de sacrificio y desinterés– también los filisteos le amargaron la vida, como a todos los seres superiores de la humanidad.

Júbilo de ver a los hijos de los bohemios de ayer, que sacrificaran vida y pensamiento en aras de las musas –siempre redivivas y eternas–, levantando el escudo caído de sus progenitores que rodara –vulnerado quizá en la lucha, pero no mancillado– cuando ellos todavía sentían el aura del alba de la vida aflorarles el rostro.

¿Podrá decirse lo mismo de los hijos de los filisteos?…

Es de dudarse ya que siempre tendrán sobre sus espaldas de jayanes de la vida, la tradición ancestral que los condena a ser los menguados catecúmenos del vil interés, de los treinta dineros de Judas. Desde el hito de nuestra vida, contemplamos advenir a los hijos de nuestros camaradas de bohemia, jóvenes y alertas para las luchas que se inician en el presente y tocan a las puertas oscuras del porvenir.

Y esos hijos de los bohemios caídos sentirán muchas veces el hálito de gloria que moviera los laureles paternos… a los que ni el olvido ni la bellaquería andante marchita, ni empolvece ni destruye.

Llevarán sobre la frente erguida el reluciente Yelmo de Mambrino del Ideal, y no la emponzoñada bacia del barbero que originara las contiendas a puñetazos de los Sanchos miserables de la tierra.

Lucios y orondos, los Sanchos, inválidos para toda emoción y toda generosidad, podrán hacer medrar su vientre y sus papadas de archipámpanos… pero no podrán cual los Júpiteres del Arte de la Ciencia, y aun sus dioses menores, dar vida a la Minerva redentora, a la Atenas Promacos, a la luz que dignifique y salve al mundo.

Las empobrecidas ubres de la humanidad están alimentando la ñoñez de muchos Sanchos, de muchos filisteos, de infinidad de bellacos que quieren vestir arreos de caballeros andantes.

Para ellos el desdén de la vieja bohemia y el rechazo de la luz a sus ojos de nictólopes errabundos y de lechuzos.

 

Diario del Sureste. Mérida, 10 de febrero de 1935, p. 3.

[Compilación de José Juan Cervera Fernández]

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