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Los héroes sin lauro

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Por Carlos Duarte Moreno

(Especial para el Diario del Sureste)

Salgo a la calle a la brega diaria. Ocupo el camión. Entro al café. Me detengo en una esquina… Las gentes van pasando en el incesante hormigueo del ir y venir. Cada quien con sus preocupaciones, con sus comedias, con sus dramas… y algunos, tal vez, con sus sainetes. Observo. Escalpelo mi pensamiento, se hunde en las vidas que pasan…

***

Con la mano fiel dando sobre un timbre sordo, el hombre que vende helados va descalzo sobre el pavimento que hierve bajo el sol, empujando resignado el pequeño carro en que lleva su mercancía. Repica sobre el timbre con fuerza. Se abre una ventana y asoma por una puerta abierta una señora. Un chiquillo alegre llama desde un segundo piso.

-¡Sorbetero! ¡Sorbetero!

Se detiene. Despacha y vuelve a la brega, con los pies descalzos, sobre el pavimento que hierve bajo el sol. El timbre sordo sigue repicando. Al fin, la silueta del hombre desaparece en una esquina.

***

Ya en las fronteras en que se entra en la chochez, la vieja sonriente –sonriente sobre la tristeza de su rostro que llora quién sabe qué padecimientos- pasa proponiendo billetes. Recorre distancias impropias para su edad.

-¿Quiere usted un billetito?

En la pregunta que hace tiembla su esperanza de colocar una hoja de números atrayentes. De pronto hace un gesto de disgusto, de dolor y, en plena calle, apoyada en la pared se quita un zapato. La pobreza no conoce el falso escrúpulo. Por eso esta vieja temblorosa me dice al ver que la observo con curiosidad cariñosa:

-¡Estos zapatos! ¡Todos rotos! ¡Me lastiman que es una barbaridad! ¡Pero así tengo que caminar con ellos! ¡Ya tengo los pies deshechos!

-¿No compra usted su billetito?

Ofrece de nuevo un billete a un señor que pasa indiferente, y, al final de la cuadra, desaparece también dejando en mi sentimiento la impresión sencilla y conmovedora de sus zapatos rotos…

***

Con el vientre como una mitad del universo gracias a su condición de madre próxima a dar a luz, una mujer que carga una cesta repleta y lleva un lío de ropa al brazo se detiene para esperar el camión.

-¿Qué camión espera usted?

Me responde que el que hace el recorrido entre la Plaza Principal y el Parque del Centenario.

-¿Va usted al hospital?

Comunicativa y franca me aclara que va a la penitenciaría a visitar a su marido que está preso por homicidio gracias al alcohol que causó la tragedia. Como una cosa muy natural me habla de su pobreza y de su embarazo. Ella tiene que trabajar para vivir. Está próxima a ser madre y tiene molestias y sinsabores que le da su estado, pero tiene que atender la ropa de su marido y por eso “aunque sea arrastrando el alma”, según expresión propia, se afana para cumplir con su deber porque quiere a su marido. Y como es jueves, día de visita, le lleva su ropa limpia, comida de la que le gusta y un poquito de dulce que le fue posible hacer…

El camión llega y la buena mujer, trabajosamente sube a él con la cesta, con el lío de ropa y con su vientre somero y palpitante de medio universo…

***

¡Dolor de la vida, injusticia de la historia, pequeñez de los hombres…! ¿En dónde están las estatuas para estos héroes de la pobreza, del deber, de la necesidad? ¿Qué periódicos publican sus retratos? ¿Qué escultores tallan las columnas que se les dedican? ¿Qué manos tejen el lauro que orle sus frentes? ¿Qué campanas se echan a vuelo en su honor, en su gloria, en su homenaje? ¿Quién se detiene y se descubre al paso del hijo humilde del pueblo, perseverante, honrado, tristón, consciente de su lucha de hombre que, por dar de comer a sus hijos va empujando un carro y golpeando un timbre, mientras se tuesta las plantas desnudas sobre el asfalto que hierve bajo el sol?

¿Quién exalta como ejemplo de resignación en la lucha por el pan a esta vieja temblorosa ya en las fronteras de la chochez que, vendiendo billetes recorre distancias impropias para su edad, destrozándose los pies con la tragedia conmovedora, sencilla y complicada de sus zapatos rotos?

¿Quién glorifica a esta mujer del pueblo, heroína del deber que, soportando la amargura de su esposo preso por culpa del alcohol, lo sirve y se afana, llevándole a la cárcel ropa limpia, comida preparada por sus manos y el presente pequeño y grande de un poco de dulce que pudo hacer…?

***

Héroes sin lauro de la vida, a vuestro paso, en silencio, ¡yo pongo de rodillas mi corazón!

Mérida, Yucatán.

 

Diario del Sureste, Mérida, 16 de mayo de 1935, p. 3.

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