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Las filas de atrás

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José Juan Cervera

La literatura entraña una actividad individual, una concepción que aflora entre un cúmulo de impresiones, recuerdos e imágenes sugestivas, en una mezcla de elementos simbólicos, vivencias y técnicas demandantes de resultados que tienden a plasmarse en celulosa o, más en nuestros tiempos, en un mundo virtual que acoge indiscriminadamente textos y otros estímulos sensoriales de los más variados.

Por otro lado, las fuentes que sustentan la creación literaria surgen de un molde colectivo, forjado en circunstancias que cambian con el tiempo, conformando procesos sociales de los que autor y obra pasan a formar parte. Hay escritores que repasan con brillantez estos pasajes, y así miran a los ojos de sus colegas a la vez que contemplan el reflejo de sí mismos.

En este panorama que alimenta la condición plural de la expresión literaria –persuasiva, estimulante y cargada de significado, o bien rutinaria, menguada y fallida– se extiende una urdimbre que conecta voces y presencias, asume compromisos con un orden semántico y estético, expone figuras decorativas con cierto barniz letrado lo mismo que vanidades acicaladas con puntualidad y diligencia; en la esfera de esta concurrencia diversificada surgen espacios para dialogar, cuando no son escenario de pugnas continuas para probar fuerzas y rendir pulsos, bien sea para crecer o para estancarse.

El conocimiento de la tradición y de la contemporaneidad en el campo de la literatura puede acarrear acciones combinadas cuya perspectiva resultará siempre incompleta, por muy erudita o atenta que se proponga ser, por los inevitables cabos sueltos y las omisiones, voluntarias o no, en que incurre todo esfuerzo de captación, registro y examen de datos ilustrativos. Como no es posible abarcarlo todo, se vuelve preciso discernir y seleccionar lo que tuviera un mayor valor explicativo o simplemente descriptivo, lo que abona el camino hacia determinados ideales estéticos y puede cumplir la función de satisfacer ciertas expectativas, aunque sólo se enfilen al entretenimiento inmediato y a solazar el momento.

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Hay autores de muy fina percepción y de una bien entrenada ironía que reflexionan sobre esto y asientan sus ideas en enunciados redondos, sin fisuras ni rellenos. Éste es el caso de Julio Torri (1889-1970), quien hace gala de su destreza para exponer en breves palabras los intereses preferentes que pueden marcar el afán de asomarse a la obra que cultivan letras ajenas y bisoñas. Afirma así el prosista coahuilense en sus “Meditaciones críticas”, que pueden leerse en su libro Prosas dispersas: “Los viejos estamos un poco obligados a conocer a los nuevos valores literarios, hasta los de segunda categoría; pero de ningún modo a los de la decimosexta fila.”

Los ciclos generacionales se conciben como canales de transmisión en los que el flujo no siempre circula con igual impulso ni en las mismas direcciones, y como sus aguas muestran cualidades distintas, reajusta su cauce todo el tiempo. Con su agudeza ejemplar y elegante, Torri convierte sus apreciaciones en un terreno fértil para conciliar el pensamiento audaz con la palabra afortunada.

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