Letras
José Juan Cervera
Los cazadores de pureza son intrépidos oficiantes de un rito que los interna en la espesura de lo ignoto. Recogen el guante desprendido de sus quimeras y se empecinan en cobrar la presa que la esencia vital sustrae de sus manos para estimular su empeño.
Las almas que aspiran a ser ejemplares invaden terrenos sin dueño y plantan estandartes en círculos de polvo extendido sobre virtudes imaginarias.
Al refulgir la palabra en el primer claror del día, una mano aviesa la oprime para extraer sus tintineos, mudándola tan sólo en nota discordante, áspera y turbia que la disuelve en nada.
El docto intérprete de todas las lenguas conocidas acude a dictar una lección inolvidable, pronunciándola con voz de fuego que consume su credibilidad.
El custodio de pasiones despliega tácticas de excelencia en la tarea que se impone, sumando a la verticalidad de sus deberes el alma pura de una intuición hecha añicos.
El que se nombra humano recibe su fuerza para imponerla sobre las demás criaturas, enarbolando la consigna de aniquilarlas porque la honra es bípeda y ayuna de imaginación.
El negocio de someter voluntades dejó de ser redituable desde que se fabrican en serie los moldes para retocarlas con dejos de inocencia embadurnada de dobleces.
El charlatán florece montado en el ramaje de un árbol infértil desde el que suelta dislates como trasunto de frutos.
Es honroso apreciar el valor que se oculta tras gestos atávicos y desahogos primitivos con sello de autenticidad.
Ciencia escasa y luces mezquinas acarrea quien niega la probidad de tus quehaceres, la limpieza de tus sueños y el oro escondido de tus anhelos. ¡Que las puertas del más sórdido infierno engullan a un escéptico así! La razón puede estar de su parte; pero cuando la mentira es útil, es menester apreciarla como verdad inmutable.
