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Entre el Cielo y el Infierno

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Letras

XII

Una cosa es recordar voluntaria y conscientemente, y otra ser víctima de las evocaciones que aparecen sin invitación. Es un hecho que, para el padre Rafael, los misterios de su vida y el giro que esta había tomado en los últimos meses tenían un significado que ni en la otra existencia hubiese podido desentrañar.

Las tardes calurosas en tierra caliente eran siempre temporadas áridas y asfixiantes. Pese a ello, sus pobladores se las ingeniaban para mantenerse frescos, ya que la región gozaba de abundante agua, al estar rodeada por ríos y cascadas.

Una de esas tardes, luego de que la comida apaciguara los ánimos y diera paso al mal del puerco, el padre Rafael se fue a caminar al pequeño jardín externo, el cual se encontraba en colindancia con el atrio. Allí se detuvo por varios minutos, admirando la figura de aquella mujer tallada en piedra. La contemplación ante las formas y los detalles lo tenían absorto como nunca, sus manos dibujaban en el aire la misma silueta que encontraba en la gastada roca.

La figura cacariza, de dimensiones naturales, la había tallado un artesano de Tzintzuntzan, y en una visita a unos familiares conoció al padre Rafael. Aquella ocasión, casi en secreto de confesión, el hombre le preguntó en voz muy baja al padre:

–Oiga, padre, ¿será malo reconocer que mientras fui tallando esa escultura, en mi mente me iba imaginando a esa mujer, con esos ojos, con esos grandes senos y con esas grandes caderas?

El padre Rafael, respetuoso e inteligente como era, le dijo:

–Eso depende, hijo… Porque imaginar nada tiene de malo.

–¿Depende? ¿De qué, padre?

–Depende de hasta dónde llegó tu imaginación. Yo soy padre, pero sé cosas…

–¿Qué cosas sabe usted, padre? – preguntó el hombre con cierta malicia.

–¿Qué, ahora me vas a interrogar tú?

–No, padre, usted disculpe. Pero es que…

–Nada, lo que pasa es que te excediste en tu imaginación y de seguro….

–¿Cómo lo supo padre? Eso fue: me excedí, como usted dice. Pero no solo imaginé, también mientras le daba forma yo…

El padre lo interrumpió, adivinando lo que diría.

–Ya no me digas más, sé a dónde vas a llegar. Ponte a cuentas con Dios y reza cinco “padres nuestros y dos Ave Marías”. Y la próxima, toma el control de tus pensamientos, no permitas que la imaginación te lleve a pecar. Ya lo dijo el reformador Martin Lutero: “No puedes evitar que las aves vuelen sobre tu cabeza, pero sí que hagan un nido en ella”.

–Las aves? ¿Son malas las aves, padre?

–Olvídalo, termina tu chocolate que se te va a enfriar.

La estatua llevaba varios años olvidada en un rincón del jardín; no estaba arrumbada, pero sí olvidada. Y en realidad no era fea, era una mujer que tenía en sus ojos una tristeza extraña, tal vez la soledad del mismo artesano puso en ellos su mirada vacía y sin destino.

Dicen que los ojos son el abismo del alma, y que a través de ellos podemos descubrir las dolencias del hombre. El padre Rafael era especialista en mirar adentro. Con solo ver a los ojos a una persona, ya sabía de qué pie cojeaba. Quizá por ello, muchos que se lo encontraban en la calle, le sacaban la vuelta con la excusa de llevar prisa. Deducían incorrectamente que, si se apresuraban, no le daban tiempo de usar su escáner espiritual.

Pero ahora, parado frente a esta mujer representada por medio de una escultura, nada encontraba en sus ojos de piedra, nada en su rostro frío y duro, nada en sus formas simétricas y voluptuosas; nada que lo hiciese volver en sí.

Luego de dos horas de sublime abstracción, de pronto su cuerpo se comenzó a balancear, primero lenta y suavemente, como si se meciera; y luego, casi violentamente.

Cuando Mercedes lo buscó, lo encontró con el miembro en su mano teniendo todavía los últimos estertores onanísticos.

La evocación lo había sorprendido a él, de la misma manera en que Mercedes fue sorprendida. Al verlo, se cubrió los ojos y pidió a su esposo que fuera a poner en orden la ropa del padre.

Se lo había dicho muchos años atrás a este artesano: “Los pensamientos vienen y dan a luz la imaginación, que a veces es perversa…”

Jorge Pacheco Zavala

Continuará la próxima semana…

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