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El transexenal año de Hidalgo

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Editorial

El último año de cada sexenio ha sido bautizado por la gente como el de Hidalgo, no como homenaje perpetuo al impulsor de nuestra independencia, sino por aquello de “ch.ngue su m.dre el que deje algo”, en clara referencia a la clase política mexicana, siempre ávida de dinero, que se apresta a saltar a un nuevo sexenio.

Siendo el último año, la inmensa mayoría de nuestros políticos busca la manera de llenarse las alforjas de la manera que pueda, con todo el dinero que pueda. Cubiertos por el manto de la opacidad, coludidos con las fiscalías y bajo cuestionables denominaciones de “secreto de seguridad nacional” con los que las evidencias se esconden por años, penosamente esto ya se volvió parte de la “normalidad” en nuestro agobiado México con una agravante: todos los años del sexenio son años de Hidalgo.

No hay sexenio que se salve, incluyendo el actual; en todos ha sido manifiesto el atraco a las arcas nacionales y, por consiguiente, a nuestros bolsillos como contribuyentes. El ciudadano común, ese que se gana su salario con el sudor de su frente, con el esfuerzo de al menos ocho horas diarias de trabajo en su centro laboral, en vez de observar mejoras en su calidad de vida, observa hornada tras hornada de políticos y funcionarios millonarios, mientras su salario y condiciones de vida van en detrimento.

En este sexenio, el presidente habla todos los días de un país que francamente no vemos. Una de dos: o aquellos que lo aconsejan lo engañan, pintándole el panorama paradisiaco que luego presenta en sus mañaneras, o el embaucador es él. Cada uno de nosotros tiene la respuesta a esta disyuntiva.

Agitar un pañuelo blanco diciendo simplemente que “se acabó la corrupción” es difícil de creer cuando el gasto ejercido y los beneficios que se esperaba recibieran los ciudadanos contrastan y resultan diametralmente opuestos. El gobierno queda a deber, demostrando que es un muy mal administrador o, peor, corrupto en extremo.

Hemos escuchado numerosas ocasiones que “ahora sí, este año tendremos el mejor sistema de salud del mundo” cuando a todos nos consta que las medicinas, los doctores y las instalaciones año con año cada vez están más lejos de proporcionar la atención suficiente a los derechohabientes.

En cada visita que se hace al mercado o a los supermercados podemos constatar, por otro lado, que los aumentos al salario mínimo no permiten adquirir una mayor cantidad de productos y artículos, ni siquiera alcanzan a cubrir la inflación. Ahora se paga más, mucho más, por una menor cantidad de artículos.

Tal vez el principal pecado de este sexenio ha sido el inclemente aumento en la inseguridad, patente todos los días en el número de asesinatos y crímenes a manos de aquellos que con ingenuidad diabólica este gobierno federal ha indicado merecen “abrazos, no balazos.”

Nos han robado la tranquilidad, el libre tránsito, el derecho a la salud, a mejores servicios. A cambio, nos han llenado de militares, de impunidad, de deudas. Abundan los políticos rapaces, no los estadistas, que mantienen postrado este gigante que somos.

¿Vamos a dejar que también nos roben la esperanza?

Nuestro país es un cuerno de la abundancia, lleno de riquezas y de bellezas que nos pertenecen a los mexicanos.

La reflexión interna debe necesariamente obligarnos a pensar si lo que observamos es lo que deseamos en el nuevo sexenio que arranca este año para México, nuestro estado, nuestras ciudades, nuestra familia.

En nosotros, los ciudadanos, queda la decisión de elegir a los que puedan revertir esta insana tendencia.

Tengamos presente que «locura es esperar resultados diferentes haciendo lo mismo.»

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