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El espejo de Ecuador

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Editorial

Esta semana, las imágenes de estudiantes corriendo aterrorizados en la universidad ecuatoriana, periodistas amenazados de muerte ante las cámaras de la estación de televisión, las ejecuciones de elementos castrenses, todas acciones emprendidas por narcoterroristas en Ecuador, son de espanto, gravedad y alarma.

Nunca antes habíamos visto en directo cómo el crimen organizado enfrentaba a los poderes de una nación, amenazando a la sociedad, amedrentándolos, arrebatándoles la vida, amenazando con escalar sus acciones, alimentando los peores sentimientos de inseguridad que un ser humano puede sentir.

El presidente de esa nación, David Noboa, ha declarado formalmente la guerra a los narcotraficantes que, para nuestra desgracia, están coludidos con grupos delicuenciales mexicanos, entre ellos el CJNG, que también asuelan nuestra nación.

El ejército se ha sumado a la convocatoria del mandatario ecuatoriano, firmes en su convicción de dar la vida por Ecuador, declarando que cada narcoterrorista es un enemigo y un objetivo de guerra, con todo lo que eso implica.

Algunos analistas adjudican el crecimiento del narcotráfico en Ecuador a las políticas del expresidente Rafael Correa, quien otorgó indultos a miles de narcotraficantes al finalizar su presidencia, además de polarizar a su país con sus acciones en contra del «neoliberalismo», y cambiando la categoría de pandillas a las más temidas en Ecuador, entre ellas los Latin Kings, denominándolas «organizaciones sociales». El poder de estas «organizaciones sociales» creció de tal manera que algunos de sus integrantes ocupan cargos en la Asamblea Nacional, el equivalente a nuestra Cámara de Diputados.

Tildado de populista, Correa se reeligió dos veces más, prolongando su gobierno hasta cubrir 10 años. Actualmente, vive en Bélgica, después de haber sido hallado culpable «in absentia» por un tribunal en Ecuador por haber recibido sobornos durante su período como presidente.

En nuestro país, el presidente en turno ha enarbolado una errónea y terrible política de «abrazos, no balazos» que ha permitido que grupos delincuenciales y narcotraficantes gocen de absoluta impunidad, sirviéndose a sus anchas, haciendo cada vez más públicos sus desplantes, siendo cada vez más osados en sus desmanes.

Las evidencias de descomposición social y creciente anarquía abundan en nuestro país, mientras el ejecutivo un día sí y otro también polariza y cosecha frutos de vanas discusiones con las fuerzas políticas en este año electoral, todo en aras de conservar el poder, o acaso para evitar juicios futuros, bajo el manto de la opacidad y crecientes sospechas de corrupción.

Ecuador es el espejo en el que México debe observarse. Ecuador merece paz y tranquilidad, no el clima de horror que vive. México también lo merece.

Aprendamos de la dolorosa experiencia de Ecuador y actuemos en consecuencia.

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