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El deseo de Sofía

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Alfonso Díaz De la Cruz

─ ¿Te imaginas que nevara, mamá? ¿No sería maravilloso? Le pondría su bufanda a “Sito” y saldríamos a jugar en la nieve. Él siempre ha tenido ganas de verla, pero nunca ha podido ─dijo la pequeña Sofía mientras abrazaba con fuerzas a “Sito”, su pequeño oso de peluche ─. Ni yo tampoco.

La añoranza casi desbordante podía leerse en sus ojos, mientras los gélidos vientos arremetían contra las ventanas de su casa.

Por encima de los fuertes silbidos de la furiosa ventisca, la conversación continuaba dentro de las paredes que conformaban su hogar.

─ ¿Se puede, mami? ¿Podemos hacer nevar?

─ Incluso hay cosas que ni las brujas podemos hacer, cariño─ respondió su mamá, mientras se inclinaba para acariciarle la mejilla ─ o, mejor dicho, aunque podamos, no debemos hacer. Ni es la temporada, ni es el lugar. No ha nevado en la zona desde hace más de 400 años, y no sería muy correcto de nuestra parte hacerlo solo porque el pequeño Sito tiene ganas de jugar con la nieve, ¿verdad? ─La pequeña bajó la mirada para ocultar su decepción ─. Anda, dame un beso y a dormir, que se ha hecho tarde y mañana hay que levantarnos para ir a la escuela.

─Sí, mami ─contestó una resignada Sofía. Acto seguido, le dio un beso a su mamá y, tomando a su pequeño oso del bracito izquierdo, marchó escaleras arriba en dirección a su habitación ─. ¡Vamos, Sito! ¡Tú también tienes que dormir!

Ya en su habitación, tras haberse puesto su pijama y entrado a la cama, el soliloquio continuó por algunos minutos debajo de las sábanas: «Yo sé que mamá tiene razón, Sito, pero de verdad me gustaría ver nevar. ¿Te imaginas? Me pondría mi abrigo y a ti te pondría tu bufanda para que no te resfríes; y saldríamos a jugar y a hacer muñecos de nieve, y construiríamos un castillo, y haríamos una guerra con bolas de nieve, y le pediríamos a mamá que nos hiciera un trineo; porque eso sí que podemos hacer las brujas, ¿verdad? Un trineo no le hace daño a nadie. Sería muy divertido. Yo sé que tienes muchas ganas de ver nevar, pero ya escuchaste a mamá, no podemos ni debemos. Además, yo tampoco sé cómo hacer que caiga nieve. Pero ¿te imaginas que ocurriera? Sería maravilloso…»

Esa noche, después de poco más de 400 años, la ciudad se volvió a cubrir de nieve. Una nieve de un color rosado como nunca se había visto, con sabor a helado de fresa.

Las escuelas cerraron ese día y Sofía, fiel a su palabra, aunque sin saber cómo se habría podido obrar aquel milagro, se puso su abrigo, le colocó su bufanda a Sito y, tras agradecer a su mamá el trineo que había hecho para ellos, salió a conocer la nieve, sin dejar de preguntarse qué había ocurrido; estaba segura que su mamá no había sido, puesto que siempre había sido muy cuidadosa y respetuosa en el uso de la magia, y ella tampoco lo había hecho.

Mientras construía su pequeño castillo de nieve, se decía a sí misma que ese día Sito tenía una sonrisa cómplice muy extraña….

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