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El Buen Salvaje

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Oswaldo Baqueiro Brito

Afirma Dietrich Schwartz en su libro La cultura, todo lo que hay que saber que existen dos fuentes de las cuales es deudora la actual cultura occidental. Estas son la tradición clásica grecolatina y la tradición judeocristiana. Ambas coinciden en la existencia de un pasado remoto, una Edad de Oro en la que el hombre vivía sin preocupaciones y trabajos. Todo era pureza e inocencia, no existía el mal, ni la violencia ni la codicia. Para los griegos, lo que desataba los males en el mundo era la curiosidad de Pandora. Para el cristiano, la responsable es Eva, tentada por la serpiente a probar la fruta del árbol prohibido.

Podemos ver que, desde épocas muy remotas, se opinaba que el hombre en la naturaleza es bueno, y que un factor determinado desencadena su progresiva caída en el vicio. Para explicar este fenómeno, Jean-Jacques Rousseau tomó como parámetro de medición a la sociedad europea del siglo XVIII en su famoso Contrato social. Rousseau consideraba que el ser humano era esencialmente bueno en estado natural, y corrupto y malicioso en sociedad, ya que en las sociedades existen jerarquías que dividen a las personas. De esta forma, quienes se encuentran por encima de los demás harán todo por mantener su posición y, de ser posible, subir en la escala de poderes, aun si para ello recurren a métodos mezquinos y se asumen actitudes egoístas.

Pero ya en 1513 Nicolás Maquiavelo afirmaba lo contrario. En su obra más conocida, El príncipe, Maquiavelo proclamaba que el hombre es malvado por naturaleza, pues vive atado a sus deseos, y para cumplirlos necesita acumular poder y mantenerlo. Poder para manipular, oprimir y estar por encima de los demás.

Pese a todo, el tópico del buen salvaje permeó en el pensamiento europeo por los siglos venideros y reforzados con la llegada de Cristóbal Colón al continente americano en 1492. En 1516, apenas 24 años después de la llegada de los europeos a América, Tomás Moro escribía su obra cumbre: Utopia. El texto de Moro resultó en una fantasía acerca de una especie de comunidad humana ideal y aislada, donde no existía la guerra ni la propiedad privada, y que basaba sus normas en el pensamiento clásico y cristiano.

Paralelamente a Moro, el pensador Michel de Montaigne cuestionaba los supuestos beneficios de la conquista militar y espiritual de los amerindios. Para muchos humanistas europeos, el Nuevo Mundo suponía un reencuentro con la Edad de Oro o con el Jardín del Edén. Montaigne no opinaba lo mismo. Para él, aquello solamente traería miseria y esclavitud para aquellos a los que injustamente se les llamaba «salvajes» al mirárseles bajo la óptica de las normas europeas.

A pesar de la extensión del tópico del buen salvaje, éste ha sido refutado una y otra vez por antropólogos y etnólogos que cuestionan la falta de método científico por parte de los entusiastas defensores del mito. Se descubrió que las sociedades que supuestamente habitaban en comunión con la naturaleza y aisladas de la maligna influencia de las sociedades occidentales también padecían conflictos violentos que las distaban mucho de ser esas comunidades utópicas literarias. Y sin embargo el buen salvaje persiste y, de vez en cuando, vuelve con renovada fuerza a la mentalidad del siglo XXI.

Quien escribe estas líneas piensa en ello cada vez que escucha decir en un discurso político que «el pueblo es bueno y sabio».

Hablamos del mismo pueblo bueno y sabio que se une al pillaje cuando se accidenta algún vehículo en la carretera.

Es el mismo pueblo bueno y sabio que, al primer señalamiento y sin prueba alguna, se une cual masa acéfala para linchar a personas inocentes por el simple hecho de ser foráneos.

Es el mismo pueblo bueno y sabio el que se congregó el 18 de enero de 2019 en Tlahuelilpan, Hidalgo, para aprovecharse de una situación que terminó con resultados nefastos al explotar un ducto del cual ordeñaban combustible.

Insistir en que el pueblo es bueno y sabio per se es una nueva forma de aplicar la doctrina del buen salvaje; y quienes la defienden, como es de esperarse, no tienen pruebas de ello, pero tampoco dudas, parafraseando un meme de reciente hechura.

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