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El Alma Misteriosa del Mayab – XLI

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Leyendas del Mayab

XLI

LA MUERTE DE UN K’AAK’AS BA’AL

El k’aak’as b’aal ser maligno por excelencia, de que ya se ha hablado en estas leyendas, puede con todo y su gran poder, ser atacado y hasta destruido a veces, a condición, naturalmente, de que su vencedor sea un espíritu superior a él, y de carácter benéfico. Así se ve en la tradición del cenote o cisterna de agua llamado Sak Ja’ que en lengua de españoles quiere decir agua blanca.

Dícese que las aguas de ese cenote fueron hace muchos cientos de años notablemente limpias y tan claras que de esta circunstancia le vino el nombre y el cual le ha sobrevivido no empero que dejó de conservar su pureza y diafanidad el legendario manantial.

Pero no era sólo por lo cristalina el agua, por lo que se distinguía aquel cenote. Es de saberse que además dentro de la caverna parecía difundirse una claridad misteriosa cuyo origen nadie podía explicarse, cualidad tanto más rara cuánto que es cosa muy sabida lo sombríos que son estos lugares subterráneos.

Razón tenían los indios de aquel lejano entonces para suponerlo hechizado. Sí que lo estaba, pues muchas gentes habían desaparecido en él. Es fama que el caminante que pasaba cerca se sentía irresistiblemente atraído a entrar en la caverna. Algunos prevenidos ya por las historias que se contaban, podían resistir la tentación y corrían de aquel lugar como de un lugar fatal, pero otros, y eran los más, sucumbían a la curiosidad, y penetrando nunca más volvía a saberse de ellos, pues no quedaban ni rastros. Las desapariciones fueron tan frecuentes que acabaron por aterrorizar a los vecinos de los poblados cercanos que optaron por desavecindarse de ellos yendo a poblar otras regiones.

Pero llegó un día en que las cosas cambiaron gracias a un espíritu benefactor. Sucedió, dice la tradición, que cierto día al aventurarse un leñador cerca del cenote maldito, y en momentos en que estaba a punto de penetrar a la caverna subyugado por la curiosidad, vio venir a caballo a un viejo de cabellos muy canos y rostro venerable, quien le hizo señas de que se detuviera y no penetrase. Detúvose el hombre como si una fuerza mágica lo hubiese compulsado, y esperó al viejo, el cual llegando junto a él le dijo afablemente:

-Hijo, no entres a ese cenote, pues recibirás un gran daño. Embrujado está porque un espíritu maligno se apoderó de él desde hace muchos años. La claridad que despide no es señal de ser un buen cenote; es una claridad mala que proviene de los ojos ardientes del k’aak’as ba’al que es el ser monstruoso que vive allí. Mejor ve y corta una rama de chakaj y tráemela. Te parecerá raro el encargo, pero es que tú llevas machete y no te será difícil el cortarla. Necesito la rama. Camina hasta cien veces cien pasos largos, y en el recodo que habrás de encontrar hallarás el chakaj. Corta la rama y allí en donde hagas el corte, haz una cruz con tu machete, y entonces tráemela.

Obedeció el indio al pie de la letra las instrucciones. Encontró el chakaj y cortó la rama que le pareció la mejor, haciéndole luego una cruz en el punto del corte. Ha de saberse para la mejor inteligencia de esta tradición que el chakaj es de una fibra muy resistente y sirve mucho al indio de estas tierras para matar serpientes azotándolas con ella.

-Bien está, le dijo el anciano al recibir la rama. Escogiste una muy buena y servirá muy bien a mis propósitos. Ahora vuelve sobre tus pasos, sigue el camino que has traído, no te detengas ni trates de saber lo que va a ocurrir, pues así como la curiosidad ha estado a punto de perderte cuando tratabas de entrar a la caverna, así también te perdería en esta ocasión si no haces lo que te ordeno. Sigue tu camino y cuando hayas caminado tanto como un cuarto de legua, podrás detener tu marcha. Entonces busca un fuerte tronco de árbol al cual puedas abrazarte con firmeza. Y no preguntes nada. Ve y haz lo que te he dicho que en tu bien está el hacerlo.

Atemorizado el indio, pero comprendiendo que trataba con un ser sobrenatural y bondadoso, y que algo extraordinario iba a ocurrir en relación con el cenote, se puso en camino más que de prisa dispuesto a obedecer en un todo las órdenes que había recibido.

Caminando, caminando, vio cómo los animales del monte procuraban guarecerse en lo más espeso. Preguntó a uno de ellos que cosas iban a ocurrir y oyó que solamente le contestó el animal: Obedece, como obedecemos nosotros. Obedece, obedece.

Venció al fin el leñador la distancia que le habían indicado por el anciano. Escogió el tronco más fuerte de árbol que encontró, y oyó cómo el mismo tronco le decía: Afírmate bien a mí, y no temas.

Y se afirmó con todas sus fuerzas, y muy bien estuvo que así lo hiciera, pues en aquel mismo instante un terrible rayo reventó en el firmamento conmoviendo la atmósfera como si la azotara con tal furia que a no haber estado tan firmemente abrazado al árbol, seguramente hubiera caído derribado a tierra. Había visto al rayo dar como un enorme latigazo en el cielo y a punto estuvo de cegar, y al mismo tiempo se había escuchado un alarido muy intenso conmover todo el monte.

Repuesto del susto, titubeó un momento, dudando entre seguir adelante su marcha o regresar al lugar en donde había dejado al anciano; pudo en él más la curiosidad y regresó al cenote. No parecía haber ocurrido nada, pero buscó al viejo y no lo halló, pero sí encontró abandonada junto a la boca de la caverna la rama de chakaj y parecía ensangrentada pero con sangre negra. Sintió al mismo tiempo una insoportable pestilencia que emanaba del cenote. Se asomó a éste para ver de que procedía el hedor, y vio lleno de asombro que las aguas antes tan diáfanas ya estaban turbias, y que la misteriosa claridad que antes parecía iluminar la caverna había desaparecido dejando el cenote muy sombrío. En el fondo del agua divisó un bulto informe y negro, tan espantoso que sintió que la sangre se le helaba en las venas, y lleno de espanto retrocedió, alejándose del lugar.

Regresó a su pueblo. Contó el caso. Asombráronse las gentes pues no era para menos. Se reunieron como en todas estas circunstancias los adivinos más expertos, y fueron en romería al cenote. Hicieron junto a él los conjuros para que se les revelase lo que había ocurrido, y así hubo de saberse lo siguiente:

Que el cenote ya no estaba hechizado. El anciano que el leñador había encontrado había sido nada menos que Yuum Cháak, el gran señor de las aguas que rige no solamente las de las nubes, sino también las que yacen en tierra, como las de los cenotes y sartenejas, y el cual cansado de las perversidades del k’aak’as ba’al que habitaba el cenote, Sak Ja’, había resuelto destruirlo llegando en el momento en que el indio trataba de penetrar a la caverna. Que la rama de chakaj que pidió al leñador la había utilizado para azotar reciamente al monstruo hasta desgarrarlo y dejarlo muerto, arrojando luego su cadáver a las aguas, a las cuales ya no podía dañar, que el rayo que había atronado en el espacio reventó en el instante del primer azote, y en fin, que la pestilencia que emanaba de las aguas se desprendía del cuerpo del monstruo ya en descomposición, pero que de allí a tres lunas aquel hedor pasaría, y que la sangre negra que ensuciaba la rama de chakaj era del mismo ser maligno que tan caro había pagado sus maldades.

Desde entonces concluyeron las cosas malas del cenote Sak Ja’, pero aun hoy el indio repugna entrar en él.

Luis Rosado Vega

Continuará la próxima semana…

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