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De sombrero texano

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El centenario de Eligio Ancona

Mónico Neck

[Antonio Ancona Albertos]

 

(Especial para el Diario del Sureste)

 

Difícil el tema, mi querido director. Difícil, sobre todo, para el cronista. Pero es necesario abordarlo… Don Eligio Ancona -principio de biografía clásica- nació en esa nuestra ­ciudad de Mérida el día primero de diciembre de 1836. Fue su padre don Antonio Ancona Cárdenas, maestro de escuela de cartilla y catecismo, y buen señor que creía en Dios y en los milagros de la virgen. Su madre fue doña Fernanda Castillo, en sus tiempos doncella recatada y primaveral. Y analfabeta, como todas las doncellas recatadas y primaverales de aquellos inocentes días. Pero parece que Dios -el Dios del siglo XIX- dotóla de talento natural y que, merced a esta gracia divina, pudo aprender a leer en los libros de misa. Y porque, a más de la gracia, sabía las oraciones de memoria…

Eligio -mozo de imaginación galopante y de inteligencia despierta- escribió hacia 1849 su primera novela. Y en la primera hoja del librillo, cuidadosamente encuadernado, escribió con letra cuidada esta leyenda: Rosendo y Luisa. Novela de costumbres, por Eligio Ancona… Imprenta “La Mano”. Él conservó siempre ese original y tal vez lo posea aún su única hija que vive… Después, hacia los veintidós años de su edad, publicó La mestiza, caso grave de romanticismo juvenil. Y vinieron después Los mártires del Anáhuac, El conde de Peñalva, La cruz y la espada y El filibustero -editadas las dos últimas por segunda vez por la casa Garnier de París- y, por último, Memorias de un alférez que fue editada, hacia 1904, por el licenciado Pino Suárez, entonces director de El Peninsular. Entre novela y novela, y entre políticas y ajetreos de abogados, escribió su obra máxima, la Historia de Yucatán, pesadilla de críticos reaccionarios y de ratas de sacristía.

Ancona, nacido entre catecismos, pudo, desde muy joven -y no así sus atrabiliarios detractores de ahora- emanciparse de rezos suspirantes… ¿Qué leyó en su juventud? Nunca hemos podido averiguarlo. Su biblioteca de adulto, que mucho puede decir, era de historiadores de todas las épocas, y de filósofos modernos y contemporáneos. Allí estaban, entre otros, los enciclopedistas. Y estaba Rousseau y estaba Voltaire. Y noveladores como Lamartine y Víctor Hugo. Se revela, desde luego, al hombre influenciado por la Revolución Francesa y por todos los pensadores y reformistas impacientes del siglo XVIII y de principios del siguiente. Pero probablemente su carácter, más que en las lecturas, se forma en las revoluciones coetáneas. En el 47 -guerra de castas- tenía 11 años. En el 57 -Congreso Constituyente- veintiuno. Él empezaba a vivir cuando la República abría nuevos senderos de porvenir: cuando se iniciaba la Reforma. Escogió el camino de los liberales, a pesar de su familia que, como casi toda la familia Ancona, era y es conservadora: el muchacho que había desdeñado los catecismos supo también desprenderse de orgullos estólidos de estirpe. Y de otras zarandajas…

Y fue liberal militante. Con el licenciado don Juan Antonio Esquivel, con don Yanuario Manzanilla, con don Gabriel Aznar Pérez -que más tarde retrocedió hacia la Iglesia- juró por su honor (inocentes tiempos del honor) sostener la Constitución del 57 y la autonomía de la República: era en los tiempos de Maximiliano. Y con algunos de sus colegas, fue relegado a la isla de Cozumel. Antes y más tarde, siguió en sus campañas al ilustre Cepeda Peraza, de quien llegó a ser secretario general… Ancona, dos veces, fue gobernador de Yucatán…

En resumen, Eligio Ancona fue un hombre representativo de su patria y de su siglo. Literato, periodista, historiador y abogado, lucha dentro del medio, llevando como bandera el pensamiento más avanzado de su época. Es hombre de acción. Es intelectual que afirma su convicción en cuanto escribe con sinceridad que nadie le ha negado. Es magistrado incorruptible.

Y muere a los 56 años de su edad, el 3 de abril de 1893, dejando a su familia en decorosa pobreza. (Y por cierto, oh Clemente, que los hijos menores de don Eligio, poco después recibían cincuenta pesos mensuales de pensión decretada por un gobierno liberal. Y dos o tres años después, don Francisco Cantón -antiguo general imperialista- derogaba la pensión…) Y el Estado sepulta a don Eligio, a pesar de todos los Franciscos imaginables, en la Rotonda de los Hombres Ilustres.

Ancona ocupa, durante mucho tiempo, la atención pública. Es literato. Es político. Sus obras son leídas con avidez por los contemporáneos. Y ahora por los hombres cultos. Se le recuerda como hombre de talento y como varón sin mácula. Los eruditos extranjeros y los nuestros ven en su Historia una obra de consulta. Y sus novelas se estiman entre las mejores de su época…

El primero de diciembre de 1936 es el primer centenario del nacimiento de Ancona. ¿Qué hará el estado de Yucatán, para honrar la memoria de este hombre que dio lustre a su patria y dedicó su vida entera a trabajos fecundos? Tal vez nada…

Y naturalmente que no ha de ser un hijo suyo quien reclame honores para el “patriarca de la historia”, como lo llamara algún crítico. Sería chochez del descendiente que, por cierto, muchos de sus mejores años los pasó entre gritos ásperos de mítines y entre glorificaciones prematuras a muertos fresquecitos. Y que conoce, por ende, de todas estas cosas. De todas esas cosas de conveniencia y de oportunidad…

Sic transit gloria mundi -como diría cierto amigo nuestro…

Lo cual quiere decir, en buen romance, que vale más ser oportunista que estadista. Y más analfabeta que historiador, verbigracia. Y, muchísimo más, pícaro que honesto…

Amén… Palabra de catecismo, aprendida en el de doña Fernanda Castillo de Ancona.

México, a 30 de junio de 1936.

 

Diario del Sureste. Mérida, 3 de julio de 1936, p. 3.

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