Editorial
Nuestros conciudadanos yucatecos, peninsulares, muy a pesar de lo que digan los mexicanos de otras entidades de la República, vivimos en un territorio privilegiado.
En primer lugar, la naturaleza nos ha provisto de agua suficiente en nuestro subsuelo, cenotes, lagunas y ojos de agua desperdigados por todo el territorio peninsular.
El agua, indispensable para la vida y la supervivencia, está día a día con nosotros en el subsuelo. También somos dotados del agua de las lluvias que nos proveen de este líquido básico con características diferentes en sabor y consistencia. Gracias a que año con año nos llega por decisiones de la naturaleza, como de los flujos subterráneos de antigua data, los habitantes de la zona hemos podido organizarnos, convivir y compartir este bien, ya sea por acopio en los domicilios o por perforación de pozos hasta el manto freático.
Hay épocas críticas, es cierto, pero sin llegar por ahora a una carencia absoluta o una sequía prolongada que influya sobre las tierras y su producción normal de alimentos y frutos.
Varía la profundidad de los mantos según la región peninsular, es cierto, pero el líquido vital está ahí.
Porque contamos con él, hemos organizado históricamente nuestros modos de vida y convivencia.
Para proteger la salud, desde la segunda mitad del siglo anterior se ha potabilizado.
Para obtenerla con mayor volumen e irrigar grandes espacios, se ha entubado y usado pozos de abastecimiento y grandes tanques de almacenamiento.
Ahí continúa, hoy como hace muchos siglos.
Los gobiernos la han procesado, potabilizado para consumo humano confiable, y las redes conducen diariamente millones de litros a los domicilios particulares, como es el caso de Mérida y otras grandes poblaciones peninsulares.
Sí, somos privilegiados los habitantes del Mayab, lo han sido nuestros antepasados, y lo serán los herederos de nuestros apellidos y territorio, los yucatecos del porvenir.