Venezuela, México, Latinoamérica y Estados Unidos

By on octubre 10, 2019

Ramón Huerta Soris

En la América Latina, el neoliberalismo se empleó para poner freno a ultranza al desarrollo de nacionalismos asentados sobre la base de los intereses de las clases más desprotegidas y necesitadas.

En décadas anteriores, el mecanismo fue el fomento de dictaduras, siempre con el mismo fin.

Efectivamente, la misión de tales metodologías político-económicas-dictatoriales-intervencionistas ha sido, y es, no permitir que en América se construyan naciones poderosas, porque alcancen las independencias alimentarias, de salud, educación, cultura y muy especialmente la independencia de decidir sobre las formas de explotar sus recursos, con proyecciones de autoconsumo y de comercio exterior y para el desarrollo nacional, solo controlado por la oferta y la demanda reguladas por el derecho internacional.

¿Quién protagonizó y protagoniza el liderazgo de tales metodologías que obedecen a dicha misión y visiones? Nadie lo duda, Estados Unidos de Norteamérica es el país hegemónico que rige, a la buena o a la mala, el destino de los países Latinoamericanos

Portando el gran sustento humanista y el magno derecho internacional que le confiere la Doctrina Monroe: “América para los americanos”, sustentada en el llamado Destino Manifiesto que plantea la creencia puritana protestante de que el pueblo de Estados Unidos es el elegido por Dios para controlar el mundo, el expansionismo norteamericano es sólo el cumplimiento de la voluntad Divina.

Lo anterior es acuñado por frases históricas como la de John Cotton en 1630: “Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, a menos que los nativos obraran injustamente con ella. En este caso tendrán derecho a librar, legalmente, una guerra con ellos y a someterlos”; y por O’Sullivan, cuando expresó en 1845: “…Y esta demanda está basada en el derecho de nuestro destino manifiesto a poseer todo el continente que nos ha dado la Providencia para desarrollar nuestro gran cometido de libertad y autogobierno.”

En 1906, el canciller ecuatoriano Carlos Tobar, por encargo de la parte más interesada, planteó la llamada Doctrina Tobar:

Los gobiernos latinoamericanos, en defensa de la legítima democracia, deben evitar dar reconocimiento a los gobiernos surgidos a partir de acciones de fuerza. Las repúblicas americanas, por su buen nombre y crédito, aparte de otras consideraciones humanitarias y altruistas, deben intervenir de modo indirecto en las discusiones intestinas de las repúblicas del Continente. Esta intervención podría consistir, a lo menos, en el no reconocimiento de los gobiernos de hecho, surgidos de las revoluciones contra la Constitución.”

El llamado intervencionismo, en la perspectiva de la política internacional, se define como la intromisión de un Estado, por medio de órganos gubernamentales o no gubernamentales, en la política interior de otro, u otros Estados, en busca de inferir o cambiar la posición o conducta del Estado intervenido, en favor de sus propios intereses.

Es importante recordar otro hecho que demuestra la proliferación en la primera década del Siglo XX del uso de algunas expresiones de servilismo latinoamericano, para promover y tratar de legitimar el intervencionismo imperialista en sus territorios:

En 1904, se promulga en Panamá la Constitución Nacional. Tiene un apartado que contempla la intervención militar norteamericana cuando Washington lo crea necesario. De inmediato se inició la construcción del Canal de Panamá.

Más adelante, Estados Unidos llenaría la zona de bases militares y en 1946 fundaría la tristemente célebre Escuela de las Américas, por cuyas aulas pasaran casi todos los dictadores de América Latina.

El Destino Manifiesto, la Doctrina Monroe y la Doctrina Tobar, fueron el maquillaje del sustento ideológico del largo listado de acciones, muy variadas e intensas, de intervencionismo de Estados Unidos en México a partir de la Revolución Mexicana.

Si bien en el Siglo XIX Estados Unidos se había apropiado de las dos terceras partes de México, el tercio restante donde ondea la bandera mexicana fue totalmente controlado por dichas intervenciones imperialistas.

Llegado el Siglo XXI, Estados Unidos ostentaba el impresionante currículo de 50 intervenciones con uso de la fuerza en América Latina, algunas con argumentos tan ridículos como una de las varias intervenciones efectuadas contra Nicaragua, la de 1854, motivada porque a un millonario norteamericano –Cornelius Vanderbilt– se le pretendió cobrar estancia reglamentariamente a su yate en uno de los puertos de la nación; argumento único que también se usó para apoderarse de Nicaragua en 1955, implantando a un estadounidense, William Walter, como un Presidente aventurero que en los dos años de su mandato, impuesto extremadamente por la fuerza, intervino a Honduras y El Salvador, proclamándose Presidente de estas tres naciones, demostrando la calidad de la democracia celestial que representaba cuando implantó la esclavitud en dichas tres naciones.

En 1911, México concreta el triunfo de la primera revolución en América; se trataba de un país muy próspero para los Estados Unidos, pero en miseria total para la mayoría de los mexicanos. Un año después, en 1912, el Presidente Taft resume la negación a dicha revolución manifestando: “No está distante el día en que tres estrellas y tres franjas en tres puntos equidistantes delimiten nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. El hemisferio completo, de hecho, será nuestro en virtud de nuestra superioridad racial, como es ya nuestro moralmente.”

En 1930, México, en armonía con su Constitución de 1917, manifestó la Doctrina Mexicana, como la calificó el entonces Secretario de Relaciones Exteriores, Genaro Estrada, durante la Presidencia de Pascual Ortiz Rubio, doctrina que se manifiesta en contra de que los países decidan si un gobierno extranjero es legítimo o ilegítimo, especialmente si este proviene de movimientos revolucionarios. La Doctrina Estrada contradecía y contradice la costumbre americana, contraria al derecho internacional, de que cada país debe reconocer al gobierno de otro país para que este sea considerado válido y legítimo; igualmente se muestra en contra de la doctrina Tobar y del intervencionismo.

¿Por qué si Estados Unidos ha promovido e implementado golpes de estado, instauración y protección de dictaduras, represión de sistemas nacionalistas, considerándose por Destino Manifiesto el divino representante (protestante por cierto) de la democracia y por ello dueño de América, donde trata como su patio trasero a la América Latina, pueden existir dudas de que la primera razón de su actual intervención en Venezuela es hegemónica imperialista y de pretendida dominación económica, sobre un país que tiene una de las mayores reservas del mundo en petróleo, oro y otros metales preciosos?

Actualmente, es un orgullo para todo mexicano la postura ejemplar de México –modelo de dignidad nacional, americana y mundial– basada en su Constitución y en la Doctrina Mexicana, que plantea la no intervención en asuntos de otras naciones, mismos que deben discurrir con libre determinación.

Por supuesto que hoy Venezuela se ha tomado como el centro de la nueva Guerra Fría del siglo XXI, la guerra económica entre Estados Unidos y China, países que de ninguna manera pueden ser tomados como modelos de democracia sana y acorde con los fundamentos del más grande de los ismos, el Humanismo, solo que China no pone y quita gobiernos en nuestra América.

La postura de México promueve que la crisis venezolana sea enfrentada con diálogos basados en garantías y razones, algo diametralmente opuesto a la búsqueda de soluciones violentas y urgidas basadas en intervencionismos en los que la memoria histórica americana demuestra fehacientemente que las consecuencias exceden con mucho a los males que la pretenden sustentar.

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