Un Taller Literario es un invernadero

By on junio 23, 2022

Cultura

Jorge Pacheco Zavala

Cuando asistí por primera vez a un taller literario (hace casi 35 años), la experiencia simplemente me impactó. Rodeado de una atmósfera antigua, de muros húmedos y avejentados, pero bien conservados, y un sinnúmero de columnas que bordeaban los pasillos, me dispuse como virgen inocente que se entrega por primera vez a un amor que no conoce en realidad; me senté, y de inmediato fui absorbido por ese silencio que hasta la fecha me parece imposible olvidar.

Se trataba del Museo Nacional de San Carlos. Ubicado en pleno Centro Histórico de la Ciudad de México, el museo nos recibió esa tarde como si supiera con antelación el deseo que nos habitaba por aprender.

En esa primera clase, el coordinador era ni más ni menos que el escritor Daniel Sada. No sé si para otros participantes de ese mi primer taller interactuar con un autor de la talla de Sada era normal, pero para mí fue un evento único y casi irreal.

Algo que sucedía y ya casi no sucede es que, al tomar un taller con un autor, uno se daba a la tarea de investigar y leer su obra, para llegar lo más impregnado de su estilo y trayectoria. Hoy, por el contrario, quienes asisten a un taller, en su gran mayoría, lo único que quieren es información. “Dígame qué hacer para escribir mejor y publicar,” casi te dicen; algunos hasta están dispuestos a pagar para obtener aquello que la naturaleza del ADN les ha negado.

La magia nunca sucede si no te sumerges. La información es superficie y cumple un cometido: llenarte de datos. Sin embargo, hay otra vía de acceso: la identificación, o lo que llamamos ahora “empatía”.

Siempre podrás decidir entre “aprender” y “aprehender”. Si tu interés por formarte no es genuino, profundo, comprometido, tu progreso en el proceso será pobre, casi nulo. Sin importar cuántos recursos albergue tu conocimiento, sin la profundidad que provee la empatía nada sucederá.

Una gran cantidad de gente que no disfruta leer, que no tiene el hábito de leer, busca convertirse en escritor. La lectura obligada forma, pero la lectura apasionada transforma.

Fui capturado por la manera rústica de Sada de impartir el taller; fui atrapado también por su sencillez y su humildad ante el complejo mundo literario. Con el paso de los meses, se convirtió en mi amigo y, como acto consecuente, fui testigo mudo de reuniones con escritores de gran talla gracias a esa amistad.

Su conocimiento y su dominio del español eran sinigual. Fui rodeado por esa atmósfera que se volvió casi eterna y casi persecutora de mi espíritu de escritor mediocre y frustrado. Esa atmósfera me siguió durante años en los cuales pasamos de tener el taller en el Museo de San Carlos a llegar al Museo Estudio Diego Rivera, en el Palacio de Bellas Artes, majestuoso espacio lleno de arte. Era así como el principio rector de mi formación se repetía; una vez más la atmósfera me atrapaba: humedad, arte, silencio, palabra…

En los espacios entre un taller y otro de Daniel, descubrí casi sin querer el del maestro Don Edmundo Valadés. Esta vez, para no alterar el rumbo de la historia, en otro museo: el Museo Carrillo Gil, en San Ángel, en donde, a finales de los años 80, el maestro Valadés reunía a un montón de talleristas, unos avanzados y otros no tanto (como yo en aquel tiempo), para impartirles y transmitirles los principios fundamentales sobre todo del texto breve, su especialidad narrativa.

Recuerdo verlo en su escritorio arrancar la clase leyendo un cuento (práctica que conservo en todos mis talleres desde hace más de 20 años); al concluir la lectura, enfatizaba las virtudes de lo leído.

En esa primera vez en su taller, llevaba fresco en mi mente su cuento “La muerte tiene permiso”. Me pareció de pronto como si todo aquello fuera parte de una historia de ficción escrita por Borges, donde todo retornaba a su origen.

La didáctica del maestro Valadés era simple, pero a la vez compleja, puesto que desarrollaba frente a sus pupilos su capacidad de análisis textual. Extraía lo mejor de una lectura, y al mismo tiempo mostraba los errores sintácticos, ortográficos, estructurales, y hasta de intencionalidad.

Hoy, los vientos del destino me permiten impartir talleres de Escritura Creativa en los magníficos espacios de Casa Gemela, aquí en Mérida, Yucatán. Son talleres a los que yo llamo Invernaderos, lugares de desarrollo y crecimiento en los avatares de la escritura.

Rodeados de arte, cultura, música y literatura, pareciera que la sombra de los museos en donde se me prodigó la formación literaria aún respira por los poros de la imaginación que me habita…

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