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Todos los Santos y los Fieles Difuntos
Editorial
Si en muchos países del mundo en el santoral de la iglesia Romana están registradas fechas para recordar a nuestros familiares fallecidos, en nuestro país esta ocasión es crucial para rememorar costumbres arraigadas. Una de ellas, la más preciada, actualiza los recuerdos de aquellas personas a quienes amamos, con las que vivimos, parte integral de nuestras vidas, que ya no están más que en nuestras memorias y recuerdos.
La iglesia católica romana solo recuerda a los difuntos que fueron Fieles como tales a su religión.
Para nuestras raíces mayas, el recuerdo va más allá, despojado de creencias religiosas.
Nosotros rememoramos a entidades o seres incorpóreos aún vinculados a nosotros por ese intangible lazo de la consanguinidad y los afectos, seres que ya dejaron de ser terrenos y que ahora para nosotros existen en forma incorpórea, como esencia espiritual que enlaza a los ausentes con los presentes.
Parece difícil de razonar. Lo es. Se trata de una memoria colectiva concentrada en los ausentes a quienes, en nuestra añoranza, colocamos año con año luces en las albarradas para que no extravíen su camino hacia nosotros en la oscuridad de la noche.
Se visten los altares de flores amarillas, color de Xibalbá; se cocinan viandas de color amarillo para que los visitantes degusten espiritualmente. Se ora para que así sea y convivan con nosotros.
La Iglesia convoca a los Fieles Difuntos.
El pueblo llama a toda su familia ausente, a amigos y conocidos de sus afectos, a sabiendas de que las leyes de la Iglesia no pesan sobre los espíritus, solo sobre los vivos.
Aroma de incienso, masa de maíz amarillo, al igual que en el nacimiento del primer hombre maya, son los ingredientes, aromas y sabores ofrecidos a los viajeros anuales del inframundo.
Sobre los alimentos cocinados, las oraciones convocan a las almas.
Aromas de estos días se perciben en el ambiente.
Los altares se visten con cruces verdes, mayas de origen, diferentes de la cruz cristiana, que es de castigo y sacrificio.
La cruz maya es cruz de vida; es la que se forma en el punto de unión de los cuatro bacabes celestes.
Las mesas se visten de gala. Las cocinas y los patios se aroman en estos tiempos de nostalgia y recuerdos.
Y oramos por ellos, con ellos, para ellos. Año con año disfrutamos esta sagrada vinculación que se da, se repite, se vive en alianza con los espíritus inmortales.
Ojalá perdure por siempre esta grata nostalgia y firme recuerdo de nuestros ancestros que, aun sin presencia física, ausentes, perviven en nosotros y nuestros recuerdos.
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