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Testimonios, Cuentos, Relatos y Otros Temas (XIV) – En El Liceo Franco Mexicano, Ciudad de México
Testimonios, Cuentos, Relatos y Otros Temas
XIV
En El Liceo Franco Mexicano, Ciudad de México
El Liceo Franco Mexicano es una institución educativa de la colonia francesa en México, administrada por la asociación civil “Francia en México”, cuyos propósitos son los de impartir educación pre-escolar, primaria y secundaria y bachillerato tecnológico del sistema educativo francés a niños y jóvenes de ascendencia francesa y de otras nacionalidades; y pre-escolar, primaria y secundaria del sistema mexicano, con enseñanza del idioma francés desde el nivel inicial. Su administración corre a cargo de un patronato integrado por ciudadanos franco-mexicanos que se renueva periódicamente, de acuerdo con las necesidades institucionales. La Máxima autoridad académica es el “Proviseur”, nombrado por el Ministerio de Educación de la República Francesa y, como subordinados a esta autoridad, los directores de los diversos niveles de ambos sistemas. La existencia del sistema mexicano bajo el control normativo de la Secretaría de Educación Pública es requisito de ley para que puedan operar sistemas educativos extranjeros en las escuelas privadas de la república.
En al año de 1975, por resultados favorables a mi persona en un concurso ante el Patronato, fui nombrado Director General del Sistema Mexicano, encargándome también en lo particular de la escuela primaria mexicana. Ejercí este cargo hasta 1983, cuando que me separé por retiro voluntario con el fin de atender responsabilidades de tiempo completo en el Instituto Politécnico Nacional.
Durante ese tiempo ejercí mis funciones, iniciando con un estudio diagnóstico sobre la situación del programa mexicano a través una encuesta de opinión entre los padres de familia y maestros, detectando aspectos positivos que continuaron operando. En cuanto a los negativos, apliqué medidas técnico-pedagógicas y administrativas para su corrección.
Una anécdota que llamó mi atención en lo particular fue el siguiente hecho: Una empresa de artículos de cuidados femeninos había solicitado autorización, que se le concedió, para proyectar a los alumnos del 6º grado de primaria una película sobre la menstruación; el día del evento, en tanto se proyectaba la película a las niñas, me percaté de que los varones estaban en el patio de juegos; interrogué al profesor a qué se debía tal situación, si no era tiempo del descanso; me respondió que a los niños no se les permitía ver la película, según costumbre de otros años, pues era un asunto muy delicado que los padres de familia podrían protestar. “¿Cómo?”, – pregunté. “¿Todavía estamos en Liceo con la moral Victoriana?” Ordené de inmediato la presencia de los niños, con la sorpresa del propio profesor y personas que presenciaban el incidente, sin que dejaran de advertirme que me estaba metiendo en un conflicto grande. Los niños y niñas vieron la película y, cuando los interrogué sobre el asunto, a todos les había parecido muy interesante y, sobre todo, que hubieran visto la película juntos.
“Ya verá Ud. que va a pasar mañana, Sr. Director”, me dijo el profesor de 6º grado.
Efectivamente, sí pasó algo importante: se presentó la Sociedad de Padres de Familia para felicitarme por la decisión tomada, comentando que “ya hacía falta que en la sección mexicana se dejaran de prejuicios y tonterías.”
Continuando con mi gestión en el Liceo, de acuerdo con las normas de la Secretaría de Educación Pública, controladas por las oficinas de Supervisión de los diferentes niveles educativos del sistema mexicano, planifiqué, apliqué y evalué la operación del sistema, tomando con base en estos resultados las medidas pertinentes para su mejoramiento sistemático.
Aficionado yo a las excursiones escolares desde la niñez con el Profr. Guibaldo López Lara, en Maxcanú, y por considerar su alto poder educativo, siempre había salido con mis alumnos en todas las instituciones en las que había oportunidad de servir. El Liceo Franco Mexicano no fue la excepción. Así organicé, durante mis dos primeros años como director, estancias en el campamento Camohmila, en Tepoztlán, Edo. De Morelos, lugar en el que permanecíamos tres días, distribuyéndose el tiempo entre actividades escolares, y deportivas como natación, fútbol, básquetbol, atletismo y alpinismo en los cerros circunvecinos. Hay un cerro en este lugar muy alto, “El Tepozteco”, con alguna construcción pre-hispánica en la cima, para el cual se requería de buena condición física para escalarlo. Con entusiasmo emprendimos siempre este paseo las veces que visitamos el lugar. Desde lo más alto contemplábamos un panorama impresionante de montañas, bosque y valles con diversas tonalidades de verdes, y otros espacios amarillo-ocre y de azul brumoso, además de elevaciones rocosas con formas caprichosas que la Naturaleza nos brindaba generosamente.
Los comentarios sobre nuestros campamentos en Camomila corrieron favorables por todo el Liceo. La comunidad se interesaba en nuestra experiencia pues hasta ese momento – increíble – no se había dado esta práctica educativa en el Liceo, no porque ignoraran los directores su importancia, sino más bien por temor a meterse en problemas.
Posteriormente, cambiamos la sede de nuestra estancia al Centro Vacacional de Oaxtepec del Seguro Social. Mi colega, el director de la escuela primaria francesa, Jean Pierre Ledoux se interesó en el evento y me propuso la participación de los niños de la sección francesa y, a partir de entonces, conjuntamente entre la primaria mexicana y la francesa cada año, durante todos los que permanecí en el Liceo, se hicieron las llamadas “Clases Verdes”, haciendo alusión al ambiente primaveral que siempre reinaba en el lugar.
Una semana duraba la estancia, no en plan de vacaciones, sino de trabajo: muy temprano, a las siete de la mañana, nos levantábamos y, después del aseo y algún breve tiempo de ejercicios gimnásticos, el desayuno, servicio que se proporcionaba con el sistema de autoservicio. A las 8.30 hrs. iniciaban las clases en las confortables aulas, o bien en los espacios verdes, de acuerdo a las necesidades de las asignaturas, o bien como lo preferían profesores y alumnos. A partir de la doce del día, prácticas deportivas en las bien acondicionadas y equipadas instalaciones deportivas, hasta las tres de la tarde en que se servía la comida. Descanso hasta las cinco y, poco más tarde y hasta parte de la noche, actividades recreativas. No se dejaban tareas escolares, pues todo se realizaba con el acuerdo “aquí y ahora”.
Los resultados de las “Clases Verdes” fueron interesantes: el hecho de que los niños se separaran de sus casas durante una semana fortalecía su autosuficiencia, además de que reflexionaban sobre la importancia de los valores familiares en el hogar cuando, un poco nostálgicos por la noche, no lejos de sus casas, pero sí separados transitoriamente, se acordaban de sus padres y hermanos, y de su hábitat cotidiano.
En el Liceo Franco Mexicano la celebración del 5 de mayo aniversario de la batalla de Puebla, cuando el Ejército Mexicano derrotó al ejército francés en los cerros de Loreto y Guadalupe en 1862, era todo un acontecimiento.
Presidía la ceremonia cívica el Proviseur M. Roger Martín y, junto a él en el presídium, todos los directores franceses. Como director de la sección mexicana, me correspondía organizar la ceremonia y decir el discurso principal, lo que implicaba un compromiso de diplomacia para no herir la susceptibilidad de mis colegas franceses. Sin embargo, a veces el nacionalismo me ganaba y arremetía con arengas en contra del invasor francés, lo que despertaba el entusiasmo de profesores, padres de familia y alumnos mexicanos presentes. Un padre de familia de origen argelino aplaudía eufórico mis palabras, y en los rostros de mis colegas franceses se hacía evidente la incomodidad del momento.
Afortunadamente, existía la tabla de salvación del gran escritor Víctor Hugo, aquel que le escribió a Juárez diciéndole que no era Francia quien le hacía guerra a México, sino “Napoleón, el pequeño”. Después del embate de mi discurso, recurría yo a tal referencia, y también al legado de la Revolución Francesa al mundo, a los lazos de amistad que la República Francesa guarda con México, y a la gran cultura y humanismo que caracteriza al noble pueblo francés. Estas eran mis salidas para componer las cosas y después, nuevamente amigos, cantábamos juntos, franceses y mexicanos, el Himno Nacional Mexicano y la Marsellesa.
El Proviseur Roger Martin y el director de la primaria, Jean Pierre Ledoux, me pidieron que impartiera clase de Historia de México dos veces por semana en los grados “cinquieme” – quinto grado – del programa francés, a lo que accedí gustoso. Así que, durante todo el tiempo de mi gestión, ejercí la docencia como profesor de historia en la primaria francesa.
Este hecho me acercó más a mis colegas franceses con los que compartí, en compañía de mi esposa D. Carolina De la Torre, reuniones familiares a las que me invitaban. Sus cocteles eran muy agradables y se degustaba la deliciosa cocina francesa, siempre rociada de exquisitos vinos de las regiones de La France, de acuerdo con el más puro estilo de la burguesía francesa. Eran muy exactos: en sus elegantes tarjetas de invitación a los cocteles se decía por costumbre la hora de inicio y final de la reunión, y con extrema puntualidad llegaban y se despedían los invitados.
Tuve oportunidad de viajar cuatro veces a Francia, en viajes que se organizaban con alumnos y algunos profesores y padres de familia. Los propósitos de esos viajes eran de recreación, turísticos, aunque, desde luego, como todos los viajes debidamente organizados, resultaban muy ilustrativos. La agencia de viajes Wagon Lit, cuyos representantes en México eran los esposos Lartilleux, padres de familia de la sección francesa –lamentablemente fallecidos en un accidente de aviación en Los Ángeles, California – nos facilitaban los trámites. Así es que en los cómodos vuelos de Air France viajamos en esas cuatro ocasiones de la ciudad de México a París. Ya en Francia, nuestro cuartel general era Amboise, ciudad situada en la rivera del Río Loire, zona de los famosos castillos Medievales y del Renacimiento, que evocan para el visitante la historia de la Francia medieval y renacentista.
Los Castillos del Loira son un conjunto de residencias reales y señoriales del valle del Loira, que constituyen uno de los ejemplos más notables de arquitectura francesa del Renacimiento. Pertenecen a una nueva tipología generada en Francia llamada château (que en español se traduce como ‘castillo’), cruce entre el castillo medieval y el palacio renacentista, rodeado de jardines geométricos y de extensos parques arbolados.

Castillo de Amboise, Francia, en la rivera del Loire.
Se distinguen habitualmente tres períodos en el desarrollo de esta arquitectura. El primero está marcado por el final de la guerra de los Cien Años y las primeras campañas de Italia de Carlos VIII, que invitó al castillo de Amboise a numerosos artistas italianos. El segundo, que constituye el momento de mayor expansión, va desde el acceso al trono de Francisco I hasta el regreso de la corte a Île-de-France, hacia 1525. Finalmente, el período que abarca la segunda mitad del siglo XVI que, a pesar de haber estado perturbado por graves conflictos religiosos, fue un momento en que residir en la región era muy apreciado, y donde las nuevas construcciones permitieron diferenciar progresivamente las bases del clasicismo francés.
En Amboise fuimos hospedados mi esposa Carito y yo en la residencia de Madame Blanshcot, simpática y bonachona dama francesa que nos atendió con gran gentileza y que por las mañanas, como desayuno, nos servía un delicioso chocolate, acompañado de ricos panes y bocadillos. Desde la ventana de nuestro cuarto, a primera hora contemplábamos una hermosa capilla gótica ubicada en el Castillo de Amboise, lugar en donde está sepultado el Maese Leonardo da Vinci. En el interior se encuentran modelos mecánicos, máquinas de guerra, de un helicóptero, y otras muchas piezas y diseños del gran genio del renacimiento.
En un castillo ubicado en hermoso bosque, a unos tres kilómetros de Amboise, se instaló la residencia para alumnos y profesores. Era una estancia para visitantes de varias nacionalidades europeas, por lo que había oportunidad de conocer personas de otros países, y saber de sus lugares y costumbres de su origen. En esta residencia se impartían talleres de artesanía vidriada, así como otras actividades deportivas y recreativas.
Visitamos los principales castillos de la región – Amboise, Blois, Tours, Chenonceaux, Azay-Le- Ridau y otros – en perfecto estado de conservación, y algunos de ellos con el mobiliario de la época cuando sirvieron a la nobleza. En esos tiempos, la corte del Rey era itinerante, de tal modo que los reyes se trasladaban periódicamente a las diferentes regiones de Francia como política de gobierno, y utilizaban los suntuosos castillos como residencia de la realeza.
En otra ocasión hicimos el viaje en diciembre, en pleno invierno, con el fin de visitar la estación alpina Les Arcs y, naturalmente, con el fin de esquiar en la nieve. Bajo un frío de 20 grados centígrados bajo cero, abrigados con ropa y botas especiales que tuvimos que comprar en las tiendas deportivas del lugar, pues la que llevamos de México de poco nos sirvió, recibimos clases para habilitarnos en el manejo de los esquíes. Los niños y jóvenes aprendieron muy rápido, no así los adultos, a los que nos llevó más tiempo, seguramente por la torpeza que ocasiona la falta de entrenamiento deportivo sistemático, y la pérdida consecuente de la elasticidad. Rodé cuesta abajo varias veces; los golpes de las caídas me dejaban adolorido todo el cuerpo, a tal grado que tenía que remojarme por las noches en una tina de agua caliente, y tomar algunas pastillas de naproxeno y ungüentos para la inflamación muscular. Pero aprendí a esquiar. A un señor de apellido Ares de Parga, padre de familia, le fue peor: un gran hematoma en un costado le impidió continuar con su entrenamiento y, por consejo del médico, prefirió las tranquilas caminatas por el nevado bosque de pinos para extasiarse con el bellísimo paisaje invernal de los Alpes.
En esta aventura, como en los otros viajes, me acompañó mi hijo Ramón, de 8 años de edad, que estudiaba en el Liceo. Él aprendió muy rápido a esquiar y llegó a obtener tres medallas: una por cada altura que se conquistaba. Desde lo más alto de la montaña nevada, a los lejos y sobre la gran alfombre blanca, veíamos bajar una línea ondulada de niños, con su instructora al frente, deslizándose con rapidez, ataviados con sus trajes multicolores que brillaban sobre la nieve.
Una tarde en Les Arcs, contratamos un minibús para hacer un recorrido por las granjas lecheras ubicadas en las faldas de las montañas, en un recorrido por caminos angostos entre el bosque. Los granjeros franceses de los lugares que visitamos siempre nos recibieron con gentileza y nos invitaron a la “gouté”, merienda que se sirve a las 5 de la tarde y que consiste en un chocolate caliente con pan y galletas. Con el frío a muchos grados bajo cero, la “gouté” nos caía como regalo del cielo. También era oportunidad de platicar en francés con los montañeses y conocer los pormenores de su vida cotidiana: Aunque sus casas ya tenían calefacción, años antes, cuando carecían de energía eléctrica y escaseaba la leña para calentarse, dormían con las vacas en los establos, pues el calor que emanaban los animales era suficiente para no congelarse.
Volviendo a nuestro cuartel general de Amboise, distante dos horas de París por ferrocarril, los fines de semana abordábamos el tren con destino a la Ciudad Luz. Recorríamos la ciudad en el Metro, y así visitamos los lugares de interés cultural e histórico de la capital francesa: El Museo del Louvre, el Museo de los Impresionistas, Le Sacre Cour, Place de Tetre en donde están los pintores, Los Inválidos, Les Champs Elysées, El Palacio de la Opera, La Madeleine, por supuesto la Tour Eiffel que subimos, la Catedral de Notre Dame, los puentes de París sobre el Sena; en fin, toda la ciudad, que recorríamos también a pie para conocerla mejor. Un día se nos perdió un niño en París. Cuando llegamos al hotel, pasamos lista y faltaba Juanito García, hijo del conocido pintor yucateco García Ponce. Su padre nos había hecho todo tipo de recomendaciones. Dimos la alarma, avisamos a la policía, los profesores recorrieron otra vez las calles por las que pasamos y no aparecía. Mi preocupación era muy grande; sin embargo, confiaba en la habilidad del niño para resolver el problema.
En efecto, después de vagar durante una hora distraído en los aparadores de las tiendas y otros atractivos, Juanito se percató de que ya no estábamos; siguió su camino con la idea de darnos alcance y así transcurrió otra hora. La desesperación nos invadía. Regresé al hotel después de mi recorrido y aún no aparecía. De pronto, llegó una patrulla con el perdido. Sucedió que, al darse cuenta de que estaba solo, con toda tranquilidad y sin temor alguno por haberse perdido, explicó en francés a los policías lo que pasaba, además de pedirles que lo llevaran al hotel. Así regresó, para la tranquilidad de nosotros, después de tres horas de ausencia. Los policías franceses estaban muy complacidos de haber hecho amistad con un niño mexicano que tan bien se expresaba en idioma francés.
En estos viajes, por lo general permanecíamos dos semanas en Francia, y después recorríamos lugares de otros países cercanos. En España, tuvimos oportunidad de conocer, además de la Capital Madrid, Toledo, Segovia, Sevilla, Barcelona, Granada. En Italia, recorrimos Venecia, Florencia, desde luego Roma, y Milán. Conocimos también Geneve en Suiza. Estos viajes salían a costos razonables, pues se obtenían descuentos viajando en grupo, de tal modo que estaban al alcance financiero de los padres de familia, en su mayoría de clase media.
A los cuatro años de mi gestión, la Sociedad de Padres de familia publicó un anuario como despedida a las generaciones que terminaban los diversos ciclos educativos. En esta publicación dirigí un mensaje que refleja mi sentir en ese tiempo de mi desempeño como director:
“Los años transcurren, y aparentemente las cosas se nos vuelve rutinarias; pero si meditamos y volvemos la atención al tiempo que ha pasado, el desarrollo de la misión que se nos encomendara no ha permanecido estático.”
“Cuatro años han transcurrido desde que se nos concedió el honor de dirigir la Sección Mexicana de nuestro Liceo y, en este lapso pleno de vicisitudes, podemos decir que se ha avanzado; ¿la medida? Establézcala cada niño, cada joven estudiante, cada padre de familia, o nuestras autoridades superiores; ellos son nuestros mejores jueces.”
“Por hoy, nos corresponde despedir de sus ciclos escolares respectivos a los alumnos del 3er. grado de jardín de niños, a los 6º de primaria, y a los jóvenes del 3er. grado de secundaria; a éstos últimos que se van de la Sección Mexicana, nuestras disculpas si no satisficimos todas sus expectativas. Sin embargo, esperamos haberles aportado un grano de arena en su formación; si esto es cierto, nos sentiremos satisfechos.”
“Quizá los lectores de estas líneas se pregunten el porqué de la pluralidad en nuestra expresión. La respuesta es que el camino no se ha recorrido en soledad. Contamos con la responsabilidad de nuestros profesores y de nuestras colaboradoras, la Profa. Guadalupe Vargas Sosa Directora de la Secundaria y Educadora María Amparo Yáñez González. Directora de Pre-escolar, y la pluralidad de nuestra ubicación es más amplia porque, sin la participación de los padres de familia, no hubiéramos podido practicar la educación democrática que nuestros principios exigen.”
“Creemos habernos divorciado del tradicionalismo educativo, y aspiramos llegar pronto a una escuela de criticidad y de creatividad, aunque esto implique grandes compromisos por parte de toda la comunidad educativa. El proceso educativo debe seguir su marcha ascendente; nada es perfecto, todo es perfectible. Hagamos las promesas de todos los años nuevos, sean que éstos se inicien en enero o en septiembre, en cuanto los escolares. Propongámonos, con firmeza, ser mejores directores, mejores maestros, mejores padres de familia, mejores trabajadores y mejores estudiantes.”
Entre las condecoraciones de tipo cultural que la República de Francia otorga a extranjeros se encuentra la presea “Palmas Académicas”, en diversos grados. Un día, después de varios años como Director General del Programa Mexicano, el Proviseur Jean Garbe me informó que el Ministerio de Educación de su país me había concedido las “Palmas Académicas” en grado de caballero. Mi sorpresa fue grande, pues no imaginaba yo recibir tal honor, ni nunca pensé tener méritos para ello. M. Garbe me explicó que se había hecho una valoración de mi trabajo en el Liceo Franco Mexicano y mi participación con el programa educativo francés. Comprendí que se refería a las acciones realizadas para desarrollar programas educativos conjuntamente con nuestro programa y el de ellos. Concretamente, se referían a mi participación como profesor de Historia en la sección francesa, a las Clases Verdes que realizamos conjuntamente con la primaria y secundaria francesa, y a mi disposición de que profesores mexicanos y franceses fortalecieran canales de comunicación para mejorar los contactos académicos entre los dos programas.
Me indicó el Proviseur que, si aceptaba la condecoración, se fijaría una fecha para que yo la recibiese. Respondí que desde luego aceptaba, aunque, con respecto a la fecha de recepción, necesitaba primero – le dije – la autorización de mi gobierno, de acuerdo con la Ley de mi país. Así fue que inicié trámites ante el Congreso de la Unión. Para hacerlo, conté con el apoyo de mi amigo el Ing. Milton Rubio Madera, entonces Diputado Federal por mi estado Yucatán. Pasó algún tiempo hasta que, en publicación en el Diario Oficial del 2 de abril de 1982, se publicaron los acuerdos de la Presidencia de la República y de la Cámara de Diputados. A los pocos días, en una ceremonia en el Liceo Franco – Mexicano, me fue impuesta la Condecoración por el Sr. Embajador de la República de Francia, M. Bernard.
En mi gestión como Director del Programa Mexicano del Liceo Franco Mexicano me acompañaron la educadora María Amparo Yáñez González como directora del nivel pre-escolar, y las educadoras Margarita Solano Navarrete, Patricia Romo Aguirre, Odile Dufresne de Anaya, Nicole Serreau, Mireille Chabre de González, Ernestina Miranda Vda. De Olvera, Profr. David Espinosa Vargas y Alejandro González Hernández.
En la escuela primaria, los Profesores Carmen Pérez Sarmiento, Rosario Lugo Nolasco, Roberto Reyes González, Angel Cervantes Torres, Aarón Cruz Aguilar, Patricia Tamargo Bello, Teresa Briseño de Albrand, Anne Le Lorier de Cilveti, Madeleine D’Orcasberro de Codorgan, Florence Lema de Ize, Jacqueline Suquet de Herreman, Dominique Delaitre de Solana, Marianne Meyer de Ocaña, y Miguel González Diego.
En la escuela secundaria, como directora la Profa. Ma. Guadalupe Vargas Sosa, y los profesores: Miguel Sánchez, Español; Lucía Guerrero, Historia; Ma. Geraldina Ramírez, Física Química; Simón Acosta, Biología; Carlos Rodríguez, Matemáticas; Heriberto Nava M., Geografía; Rosario Cáceres de Dumas paisana yucateca, Inglés; Marianne M. De Ocaña, Francés, grupo A; Dominique D. de Solana, Francés, grupo C; Marcel Kramer, coordinador de Francés; Jorge Esquivel G., Civismo; Felipe Peralta A., Educación Musical; María Salazar, Tecnología; Cuauhtémoc Coello, Artes Plásticas; Aquiles Hernández E., Tecnología; Benigno Herrera, Prefectura; Luisa Urrutia C., Laboratorio de Biología.
En cuanto a mis colegas franceses Directivos del Liceo: Proviseur Roger Martin; Proviseur Jean Garbe. Y los Directores de los diferentes niveles educativos del programa francés: Alengry Jean Baptiste de la secundaria; Jean Pierre Ledoux de la primaria; Rondet Robert del Tecnológico; Maurice Thores y Maurice Hervieu, también de la secundaria francesa.

Autoridades del Liceo Franco Mexicano durante el período 1975-1983. De pie, de izq. a derecha: M. Jean Pierre Ledoux. M Thores, M. R. Rondet, M. Jean Garbe – Proviseur, Sr. Jorge del Olmo. Sentados Prof. César R. González Rosado, con la Profa. Guadalupe Vargas y M. Alengry.
Haber ejercido la docencia en una institución de educación privada por vez primera fue para mí una nueva experiencia interesante, pues durante muchos años me había desempeñado en escuelas de la Secretaría de Educación Pública. Es frecuente escuchar que la educación privada es superior a la pública, o que es elitista, o que son escuelas confesionales y otras ideas equivocadas. Nada más alejado de la verdad. Tanto en la educación pública, como en la privada, existen escuelas buenas y mediocres. También profesores buenos y mediocres, mexicanos y extranjeros. En el caso del programa mexicano, salvo los profesores del idioma francés, también ejercían la docencia en escuelas de la Secretaría de Educación, así es que eran, o son, los mismos docentes en las escuelas públicas que en las privadas. En el programa francés, los profesores son enviados por el Ministerio de Educación de Francia, pero también completan sus programas con profesores mexicanos.
En cuanto al Liceo Franco Mexicano, sigue siendo una institución liberal laica en la que conviven niños y jóvenes de diferentes razas y nacionalidades, sin discriminación alguna. Es una institución de calidad educativa en sus dos programas, y ello se debe en buena parte a sus profesores. No olvidemos que las buenas escuelas las hacen los buenos maestros. Por otra parte, la calidad educativa requiere de recursos. Siempre serán necesarias las bibliotecas surtidas con libros actualizados, de acuerdo con los currículos. Los materiales didácticos modernos, los laboratorios y talleres convenientemente equipados, son indispensables para una educación de calidad en todos los niveles. Y la adecuada orientación directiva, de acuerdo con enfoques educativos actualizados.
Concluí mi gestión en el Liceo por separación voluntaria en octubre de 1983, después de ocho años de desempeño, satisfecho de haber tenido oportunidad de servir a la educación privada en una Institución de carácter liberal, respetuosa de los mandatos del artículo 3º Constitucional de nuestro país.
César Ramón González Rosado
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