Testigo y cantor

By on marzo 13, 2020

José Juan Cervera

Entre las obras de un mismo autor pueden hallarse algunas que manifiestan entre sí una gran cercanía temática y emotiva, al grado de parecer gemelas sin abandonar sus respectivas señas de identidad. A manera de ejemplo, algo así expresaba Juan Rejano a propósito de dos libros de Ermilo Abreu Gómez: Arte y misterio de la prosa castellana y La letra del espíritu, al prologar el segundo de ellos. Uno y otro hacen ver una espléndida voluntad de reflexionar acerca de los procesos formativos del estilo literario y, si bien es preciso reconocer los valores intrínsecos de cada uno de ellos, también es recomendable leerlos atendiendo a su relación recíproca para ampliar el entendimiento que brindan en su conjunto al acometer el tema expuesto.

Aunque inscritos en un género formalmente distinto, pero compartiendo un impulso sustancial de expresión literaria, algo semejante ocurre con dos poemarios de Roldán Peniche Barrera, concebidos a partir de una misma experiencia de vida y de la consecuente necesidad de transmitirla a sus lectores: Versos de luna negra (2002) y Entre el sudor y el tiempo (2011). Ambos reflejan las hondas impresiones que dejan en el ánimo las vicisitudes que se presentan cuando se abandona el suelo natal para establecerse en un país cuya cultura se distingue de la propia de manera radical, muchas veces desconcertante y sorpresiva. El segundo de ellos da la pauta para ensayar las presentes líneas.

La estancia en territorio extranjero trae de la mano combinaciones incómodas: enajenación y angustia, hastío e incertidumbre que a veces ceden paso a instantes de euforia y sosiego. Los desequilibrios que guardan las grandes ciudades parecen mitigarse en la serenidad rústica de un pueblo de Indiana vedado de pretensiones y extravagancias; pero, en realidad, basta cualquier lugar que ofrezca el alivio de los rigores de la existencia en un reducto íntimo de fin de semana. “Ya el sábado es domingo / y tú eres potestad del tiempo / y fragor de alcoba. / La noche es generosa / y entre los estertores del festín / Tristán emite su bostezo de muerte; / Isolda yace quieta, saciada en su armonía.”

El emigrado no se desliga de sus moldes nativos, lleva consigo el eco de mitos y atavismos que preservan su fuerza de origen aun cuando pasan por el filtro del tratamiento poético. Al sustento de su entramado cultural, cobran novedoso relieve en una rama viva del arte discursivo. Con este espíritu, los santuarios y los observatorios prehispánicos ventilan sus viejos ritos y sus nociones sagradas en las cadencias vigorosas de un canto entrañable. Y no se trata sólo de las ciudades extintas del Mayab, sino de la gran urbe del altiplano que se prolonga en resabios violentos. “Todavía estamos expuestos a la peste y a la guerra, / a sangrarnos las orejas y los párpados, / a alimentarnos de serpientes / y a comer, de tarde en tarde, un poco de carne humana. / La ciudad aguarda el día en que sea arrojado del cielo / el atroz tigre Tezcatlipoca. / En las cunas ya no hay niños / sino cuchillos de pedernal.”

Evocaciones de lienzo y de música acariciadora, impresiones infantiles de patios y jardines, la oleada gozosa del eterno femenino, la danza salobre de vaivenes marítimos y la taxonomía sensitiva del bestiario tropical unen sus matices de emoción para iluminar una lectura memorable. Enriquecen una presencia que también se permite el efecto satírico de exhibir las imposturas que en nombre de la poesía se cometen.

El disfrute de la poesía reclama, como los hálitos profundos de su creación, vivencia y recogimiento. La epifanía, la lucidez del instante, la intuición unitaria y el aliento del vuelo sólo llegan cuando la actitud que se adopta ante la vida alcanza a discernir lo efímero y lo perdurable entre cada parvada de sucesos e imágenes que llena la experiencia diaria. Lejos del aislamiento total y de la negación de la vida, este gesto primordial marca el impulso de enlazar sus variaciones sin discriminar juicios de valor adversos. La poesía transfigura y atribuye significados nuevos a los objetos que visita.

Con su sello intransferible de nitidez y pulcritud, el autor brinda así su crónica del avasallamiento del tiempo sobre la humanidad, testimonio de la excelencia lograda para ejercer el magisterio cordial de la literatura.

Roldán Peniche Barrera. Entre el sudor y el tiempo. Mérida, Ayuntamiento de Mérida-Compañía Editorial de la Península, 2011. 72 pp.

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