Sexo Virtual – XVIII

By on octubre 29, 2020

XVIII

EN LA CUEVA DE ALÍ BABÁ

¡¡Ábrete Sésamo!!

–  Alí Babá (Palabras mágicas para abrir su escondite secreto)

Cuando el tío de Beto que les había dado alojamiento lo descubrió a él y su amigo Andrés inhalando solventes –por primera vez, por habérseles gastado la marihuana– en sus camas después de llegar el sábado por la noche medio ebrios, comenzaron sus desventuras en plenas vacaciones en el De Efe.

Regresando de la zona rosa defeña, decidieron seguir la fiesta en sus camas con solventes. Cuando despertaron al otro día, y tomaron conciencia de la cruda realidad, se miraron a los ojos y comprendieron que sus vacaciones en el De Efe habían terminado.

Lo primero que empacó Andrés en su maleta fue su apreciada chamarra del Club Industrial, recién recibida por haberse coronado campeones en la liga estatal de fútbol. Literalmente la idolatraba y no se la quitaba. Beto, por su parte, cargó con su “Marciana”, potente grabadora, pues le encantaba escuchar su arsenal de casetes: Chuck Berry, Jimmy Hendrix, Santana, Bob Marley.

Ante tal interrupción de las vacaciones, como era 23 de diciembre, decidieron zarpar para regresar a Mérida ese mismo día y llegar justo a tiempo a la celebración de la Nochebuena, el día 24.

Acudieron a la terminal de autobuses TAPO y, para suerte suya, encontraron boletos, aun siendo víspera de Navidad. Abordaron y todo salió como lo habían planeado hasta cerca de Coatzacoalcos al otro día, cuando se descompuso el autobús; arribaron a esta ciudad en un camión de segunda que les recogió. Como no había asientos disponibles para viajar a Mérida ese día, pasarían su “Nochebuena” en un lugar nunca imaginado: el “atractivo” pueblo de Coatzacoalcos.

Pensaron en localizar a su cuate Wicho en los patios de la estación de ferrocarriles para pasar esa noche tan especial al menos con él.

No encontraron a Wicho, pero sí a tres muchachos del barrio. Les preguntaron si podían conseguirles marihuana y les respondieron que en ese momento no, pero si Beto y Andrés daban las cervezas, los conciudadanos de Salma Hayek les convidarían de su yesca.

Como ambos eran macizos (adictos al cannabis), aceptaron financiar las cervezas para que el Turi y socios les invitaran de su hierba.

Entre el humo, el tetrahidrocannabinol y el alcohol comenzaron a arribar del “trabajo” los demás integrantes de la Banda de los Ferrocarriles.

Cuando llegaban, el Turi –mero capitán del grupo– les preguntaba cómo les había ido y ellos le entregaban cuentas: “una soguilla”; “unos aretes”, “nada, me fui liso y hoy por poco me apaña la autoridad…”

Beto y Andrés cruzaron las miradas y asumieron la situación: Estaban en medio de una banda dedicada al “noble fin” de los robos.

En medio de la diversión de alto octanaje, el Gandul le comentó a Andrés.

“Está efectiva tu chamarra.”

“Maa sí. Nos la dieron por coronarnos campeones en fútbol.”

“¡Chale! No me late el fútbol, me aburre,” acotó el Gandul.

En un momento en que fueron a orinar juntos, Andrés comentó acerca del sitio donde cayeron –“La cueva de Alí Babá” –, pues Turi y sus cuates eran de una banda de rateros. Beto reconoció la situación y se amparó en la buena relación generada entre ellos y la banda del Turi, aparte de que su modesta situación económica no se prestaba para despertar la ambición de un despojo.

En la graba, Love Army estaba sonando con “Caminata Cerebral”, cuando el Gandul se inconformó: “No me late esta madre. Oye, carnal, ¿no tienes “La Pachanga” de Los Socios del Ritmo? ¿Noo? Entonces voy a poner el radio para oír música chida.” En “la poderosa del cuadrante”, Los Solitarios lloriqueaban: “Sufriiiir me tocó a míí en esta vida / Llorar es mi destino hasta el morir / Que importa que la geente me critique / Si así lo quiso Dios, si así lo quiso Dios / yo tengo que sufrir…

“¡Esta sí es música!” gruñó el Gandul.

Beto y Andrés regresaron con la banda del Turi que comentaban sobre “su nochebuena”. Sin familia, comenzaban a ingerir cocteles de drogas desde el mediodía, para que al llegar la noche tuvieran dos opciones: dormirse después de ingerir cantidades industriales, o aguantar hasta donde se pudiera para aprovechar algún borracho tirado después de la fiesta y llevarse cuando menos sus zapatos.

La Banda de los Ferrocarriles hablaba de robos, atracos, agresiones con arma blanca, y entradas a la cárcel, de una forma tan natural, como la gente de estos arrabales aceptaba la ilustre presencia del grupo delictivo en su diario vivir en los excesos o la ilegalidad.

Cuando Beto preguntó si no había problema por la humareda de los ‘toques’ encendidos, el Turi le presumió: “Ni en cuenta, aquí nosotros mandamos”.

Ahora es Maik Laure quien ameniza la fiesta con “La cosecha de mujeres”. En tanto Bartolo le daba duro al solvente en una bolsa de nailon, el Gandul se quejaba de su mala suerte de hoy:

“¡Coño!, tan pronto hoy me fue mal. Con la corretiza de la policía se me cayó el pulsito que le había bajado a una doña. ¡Vale madres!”

Para desquitar su coraje, se puso a presumir su rosario de entradas a la correccional, por su acostumbrada agresividad con arma blanca. Se acercó a Andrés, le abrazó “fraternalmente” y, con la mirada perdida, le comentó (por enésima vez): “Oye, carnal está chida tu chamarra.”

“Maa sí, te dije que nos las dieron por coronarnos campeones.”

“¿Pues sabes qué onda…? Me la vas a regalar,” le soltó el Gandul, con los ojos inyectados de sangre por lo ingerido y por varios días durmiendo mal y poco.

Andrés no creía lo que acaba de escuchar. Miró a Beto, quien a su vez lo veía como a un desahuciado. Contempló su chamarra y recordó todos los esfuerzos, entrenamientos y sinsabores sufridos para ganársela como miembro del equipo campeón, y venir a dejársela a un “mendigo” que ni siquiera le gusta el fútbol, le dan ganas de llorar. De no estar la Asamblea de la Banda de los Ferrocarriles, lo haría.

“¡No hay tos!” –le soltó el Gandul, quitándose unos harapos que llevaba puestos–. A cambio te voy a dar la mía.”

Andrés observó patéticamente los andrajos cantinflescos del Gandul, mientras los demás chavos de la banda guardaban un silencio cómplice.

Se quitó la chamarra de su glorioso club y –como en los comerciales de la tienda Liverpool– le dio un beso para entregársela al Gandul, quien se la ensarta.

Con la mirada de Andrés puesta en su ex chamarra, Beto recogió su grabadora antes de que “se enamoraran de ella” y anunció sorpresivamente:

“Chido, Turi. Nosotros zarpamos porque, como dice el título de un libro de José Agustín, se está haciendo tarde.”

Edgar Ramírez Cimé

Continuará la próxima semana…

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