Sexo Virtual – XVII

By on octubre 22, 2020

XVII

ERÉNDIRA

Ella era mi Eréndira, y yo su eterno Ulises. Era tan buena para los sexoservicios que no le hacía falta una abuela desalmada. En días caniculares, cuando el sol yucateco “raja piedras”, y noches calurosas, ella se fajaba satisfaciendo sexualmente a filas larguísimas de hombres hambrientos de sexo.

Más que la verdad, nunca se rajó. Siempre –como María Magdalena o la Mesalina romana– soportó las furiosas embestidas de machos lujuriosos que la veían como un grial erótico de sus fantasías sexuales.

Cuando una amiga desalmada, no su benevolente abuela, le propuso aprovechar su excitante físico para ganar dinero fácil, comenzó su “triste y terrible historia”. Entonces cambió su vida de obrera errante por la de sexoservidora al servicio del mejor postor.

En aquel tiempo la conocí. Y me enamoré de su Eros. Y bebí complacido de su continuum lascivo. Y también pasé a formar parte de las legiones de sedientos sexuales que acudían a su cuarto itinerante para satisfacer mi homo eroticus.

Telchac Puerto, Motul, Ticul, Izamal, Kantunilkín, o Cancún miraron impávidos su brevísima cintura y sus libidinosas nalgas de pera cuando llegaba y, en su cuarto nómada, cortésmente comenzaba a atender a los clientes con sus servicios sexuales. Nunca desperdició a alguno por feo, viejo o discapacitado.

Entonces, enamorado de su Eros, y como ya vivía con ella, siempre la esperé hasta el último cliente sexual.

Por sus férreas piernas, y su oscuro sexo donde me perdía loco de pasión, pasaron ejércitos de machos excitados por su impúdico cuerpo; púberes “desquintados” por su experta vagina; ancianos desdentados, sedientos de su descarado sexo; borrachos que, después de furiosas penetraciones, se quitaba de encima para bajarlos de la hamaca; jóvenes, cual machos cabríos, que la inundaban con sus chorreantes líquidos; adultos que, al no poder hacerlo con sus mujeres, satisfacían con ella sus fantasías eróticas.

Con todo eso, por estar locamente enamorado de ella, vivimos juntos durante mucho tiempo.

Una vez, después de contar el dinero ganado con el sudor de sus nalgas, y de contabilizar la cantidad de clientes atendidos en cada jornada, calculamos el tropel de hombres que la habían poseído durante años de servicios sexuales: una mega suma de 16,000 hambrientos sexuales… hasta esa noche.

Pero continuó satisfaciendo las urgencias físicas de cualquier varón que pudiera pagar su módico precio pues, a diferencia de otras suripantas a las que no les resultaba un trabajo fácil, Eréndira se movía en los sexoservicios como pez en el agua. Estaba, literalmente, “en su lodo”. Había nacido para satisfacer sexualmente a los hombres.

“¿Ya cogiste con Eréndira?” preguntaban los pescadores venidos de días enteros en el mar sin probar mujer. “¡Claro que sí, está rebuena la muy puta!” respondían hombres de mar ganosos, campesinos casados, obreros solteros o sementales estudiantes.

“¿Cuál será su secreto para tenernos hambrientos de su sexo?” se cuestionaban unos a otros. “Yo creo que perrito”, se respondían otros a unos, aludiendo a sus poderosos músculos vaginales que a punto estaban de exprimirles el cerebro en cada experiencia de su comercio carnal.

Era una guerrera itinerante del comercio sexual. Amazona erótica. Quizá por eso, un día estival muy caluroso, como hoy, me dejó para siempre, para proseguir su prostitución nómada por los siglos de los siglos.

Edgar Rodríguez Cimé

Continuará la próxima semana…

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