Serapio Rendón en la Revolución Mexicana (1867 – 1913) – Las Contradicciones del Maderismo

By on septiembre 27, 2016

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Serapio Rendón en la Revolución Mexicana (1867 – 1913)

Las Contradicciones del Maderismo

Los primeros problemas del Maderismo y la causa revolucionaria surgen durante el interinato del reaccionario presidente León de la Barra, y a ellos se añaden los que ocasionó el propio Presidente Madero al integrar su Gabinete, que tuvo la siguiente composición:

Relaciones Exteriores
Manuel Calero 1911 Nov. 6 1912 Abr. 9
Pedro Lascuráin 1912 Abr. 10 1912 Dic. 4
Julio García 1912 Dic. 5 1913 Ene. 14
Pedro Lascuráin 1913 Ene. 15 1913 Feb. 18
Gobernación
Abraham González 1911 Nov. 6 1912 Feb, 17
Jesús Flores Magón 1912 Feb. 26 1912 Nov. 25
Rafael Hernández 1912 Nov. 27 1913 Feb. 18
Justicia
Manuel Vázquez Tagle 1911 Nov. 6 1913 Feb. 18
Instrucción Pública
Miguel Díaz Lombardo 1911 Nov. 6 1912 Feb. 26
José María Pino Suárez 1912 Feb. 26 1913 Feb. 18
Fomento
Rafael Hernández 1911 Nov. 6 1912 Nov. 27
Manuel Bonilla 1912 Nov. 27 1913 Feb. 18
Comunicaciones
Manuel Bonilla 1911 Nov. 6 1912 Nov. 27
Jaime Gurza 1912 Nov. 27 1913 Feb. 18
Hacienda
Ernesto Madero 1911 Nov. 6 1913 Feb. 18
Guerra y Marina
José González Salas 1911 Nov. 6 1912 Mar. 5
Ángel García Peña 1912 Mar. 5 1913 Mar. 18

Dos solventes opiniones nos orientan sobre el asunto: la del historiador José Mancisidor y la del periodista Antonio Ancona Albertos.

Para Mancisidor, “con la designación de estos colaboradores no fueron pocos los que se sintieron defraudados. Se había venido alimentando la creencia, entre sus partidarios, de que al llegar Madero al poder integraría su gabinete con personas de reconocida filiación revolucionaria; mas, ahora de cara a la realidad, los hechos hacían naufragar todas las esperanzas. Porque si se exceptuaba a Abraham González, Manuel Bonilla, y Díaz Lombardo, los demás funcionarios eran personas ajenas al sentimiento popular, o bien enemigos irreconciliables de la Revolución. Entre aquellos podían considerarse a Vázquez Tagle y González Salas, entre estos a Calero, Rafael Hernández y Ernesto Madero. Ahora se veía bien que, si el Partido Científico había aceptado que el general Díaz fuera eliminado del Gobierno, no lo había hecho sino para obtener las ventajas que había obtenido en su favor.”

Ancona Albertos explica con las siguientes palabras ese gabinete: “El Gabinete Presidencial es heterogéneo. Jesús Flores Magón, Secretario de Gobernación, sólo tiene dos apellidos ilustres, los de Ricardo, pero él –Jesús – es incoloro, vacuo, inútil. Jaime Gurza para nada sirve. Don Pedro Lascuráin es un viejo millonario, muy honesto y nada más… y solo se veían dos grandes figuras revolucionarias en el Gabinete: Pino Suárez –Lealtad y Revolución, y Manuel Bonilla –Revolución y Lealtad”.

Semejante contradicción se da también en la Cámara de Diputados con maderistas pseudorrevolucionarios.

El nuevo régimen no logra desarrollarse políticamente, y transcurre sus días entre las pugnas de los jefes revolucionarios y el sabotaje de los simpatizantes del porfirismo, entre quienes se cuentan altos funcionarios y aun miembros del Gabinete Presidencial. Los elementos radicales le reprochan a Madero que no renovase totalmente las cámaras colegisladoras –el Senado de la República y la Cámara de Diputados– “como es lógico hacer en una revolución”, y que mantuviese intacto todo el aparato militar y burocrático del general Díaz. Y así, el legalismo del Presidente Madero, sus sentimientos de respeto, son interpretados como incapacidad para gobernar. Ningún otro Presidente de México, durante su mandato, ha sido tan difamado y calumniado como él por la prensa amarillista.

Conscientes de ello, fueron los diputados renovadores quienes, el 23 de enero de 1913, se dirigieron resueltamente al Presidente para opinar acerca de los errores políticos en que estaba incurriendo.

Un testigo de calidad, el diputado Ancona Albertos, relata así los hechos: “Fuimos a Chapultepec. Le leímos al Presidente largo y fundado memorial en el que le pedíamos urgente cambio de política. Eduardo Hay, viril, acometió casi con fiereza. Y tras las palabras del Presidente, hombre honradísimo y confiado –¡y confiado en soldadones de la especie de Huerta! – hubo de exclamar Luis Cabrera, amargado y convencido: Me iré de México para que mi cadáver no sea arrastrado junto con el de usted por las calles de la ciudad.”

“Cuando se produce la usurpación del poder por Huerta, como culminación de los hechos sangrientos de la “decena trágica”, y en medio de los crímenes que segaron las vidas del diputado Gustavo A. Madero y del intendente del Palacio Nacional, Adolfo A. Bassó, la mayoría parlamentaria que había apoyado al Presidente Madero se encontraba disgregada; unos diputados estaban presos, otros se habían escondido, algunos consiguieron salir de la ciudad, los pocos que quedábamos para afrontar la situación logramos reunirnos en una de las calles cercanas a la Cámara, en los alrededores del Teatro Mexicano, para discutir qué era lo que convenía hacer. Algunos opinaban por no ir a la sesión, otros por asistir y votar en contra de las renuncias. Todavía no se llegaba a un acuerdo definitivo, cuando se presentó ante nosotros un compañero de toda confianza, don Jesús M. Aguilar, pariente de Madero, y nos puso de manifiesto la situación. Madero y Pino Suárez ya habían firmado las renuncias. El cuartel general decía estar dispuesto a hacerlos salir al extranjero inmediatamente que el Congreso aceptara la dimisión: en caso contrario, si los diputados maderistas rompían el quorum o impedían por otro medio que las renuncias fueran aceptadas, entonces se procedería militarmente y el cuartel general estaba resuelto a hacer desaparecer al Presidente y al Vicepresidente esa misma noche de cualquier manera. Aguilar, por lo tanto, en nombre de la familia Madero, se acercaba a nosotros para suplicarnos que asistiésemos a la sesión y votásemos las renuncias”, dijo el diputado Abog. Alfonso Cravioto.

Y añadió: “todavía más: se nos aseguró que la situación internacional era de tal manera grave, que de no resolverse el asunto de la Presidencia esa misma noche, al otro día las tropas americanas desembarcarían en Veracruz rumbo a México, es decir, la intervención y la guerra con los Estados Unidos”.

Sobre los diputados que votaron en contra de la aceptación de las renuncias, opina el pundonoroso legislador: “El grupo legislativo de la Cámara, encabezado por Francisco Escudero y Luis Manuel Rojas, representaba el grupo moderado de Partido Liberal, presidido por Iglesias Calderón; defendía la legalidad por la legalidad misma y nada más, y ésta era la única base de su apoyo para el gobierno de Madero. Ellos tuvieron la facultad de rehusar su voto libremente, sin comprometer la existencia del Presidente y no arriesgando más que las propias vidas. Hicieron bien.”

 “Nosotros los maderistas –afirmó–, estábamos en situación enteramente distinta. Con Madero teníamos ligas estrechas de correligionarismo, de fe, de gratitud, de cariño y de amistad personal. Él era nuestro apóstol y nuestro caudillo, nuestra bandera y nuestra guía; era algo más que el Presidente de la República: era el redentor del pueblo. Representaba no sólo la legalidad, sino algo de mayor trascendencia para nosotros: representaba la Revolución. Su vida, por lo tanto, era para nosotros necesarísima y había que defenderla a toda costa, no solo por interés sentimental, no solo por nuestra amistad, sino también por nuestro deber de revolucionarios.” ¡De esa madera eran los diputados renovadores!

Importantes asuntos que conoció esa Legislatura fueron las renuncias del Presidente Madero y del Vicepresidente Pino Suárez; el nombramiento del ministro de Relaciones Exteriores, Lic. Pedro Lascuráin como Presidente Interino –por ministerio de la ley– y del general Victoriano Huerta como ministro de Gobernación; la renuncia del Lic. Lascuráin y el nombramiento de Huerta como Presidente Interino (19 de febrero).

La comparecencia del Lic. León de la Barra, Ministro de Relaciones Exteriores, como portador de un mensaje de concordia del Presidente Huerta. (22 de febrero).

El estudio, discusión y aprobación del proyecto de “ley de Amnistía” (iniciado el 7 de marzo).

La comparecencia del Presidente Huerta, en la apertura del segundo período del primer año de sesiones (1° de abril).

La comparecencia del Ministro de Hacienda, Lic. Toribio Esquivel Obregón, para solicitar la aprobación a la solicitud del empréstito de 20 millones de libras esterlinas, impugnada por los diputados Rendón, Cravioto, Urueta, Palavicini y Garzaín Ugarte (3 de abril) y, posteriormente, para exponer su ingenioso proyecto de “Ley de Fraccionamiento de Tierras”, cuyo estudio y aprobación saboteó el propio Huerta.

Los diputados renovadores y los independientes tuvieron un proceso de actuación inverso. Los renovadores fueron oficialistas con Madero y oposicionistas con Huerta; los independientes –de izquierda y derecha– fueron opositores con Madero y varios de ellos colaboradores de Huerta, hasta extremos que rayan en el servilismo. Unos y otros hicieron de esa Cámara el punto de partida de inquietudes y acciones que trascendieron.

Allí Luis Cabrera –uno de los políticos de mayor talla intelectual y moral en nuestra historia– presentó una iniciativa de “Ley Agraria” que proponía la dotación de ejidos a los pueblos y respondía a la impaciente demanda campesina representada por Emiliano Zapata, iniciativa que lamentablemente no prosperó. Roque González Garza ridiculizó a Lozano cuando éste, luego de ser aprobada la “Ley de Amnistía”, propone reformas y demuestra que el cambio de actitud piadosa de los diputados Moheno y Lozano, por una intransigencia hasta la crueldad, solo obedecía al propósito de excluir de los beneficios de esa Ley a los exgobernadores presos. Y Félix F. Palavicini demuestra la inutilidad de la Ley de marras ante la realidad de que “los delincuentes de rebelión y de sedición están ya amnistiados, pasean por las calles, y los de fuero militar han sido ascendidos en grado y tienen mando ya.”

Al ocurrir el asesinato de Madero y Pino Suárez, el diputado renovador Luis Manuel Rojas escribió su famoso “Yo acuso a míster Henry Lane Wilson”, en el que denuncia la intromisión criminal del embajador norteamericano en la política interior del país, que fundamentalmente consistió en patrocinar el Pacto de la Embajada Norteamericana, firmado por los generales Huerta y Félix Díaz e hizo posible el ascenso del primero al poder, mediante la traición.

Mucho contribuyeron a la caída del gobierno espurio sus conflictos con aquella Cámara Legislativa, por la tenaz oposición de los diputados renovadores –y los independientes que a ellos se sumaron– a sus iniciativas  de ley y al nombramiento de los diputados Eduardo Tamariz y Nemesio García Naranjo como miembros del Gabinete Presidencial sin la previa aprobación de la Cámara; por el desaire a un banquete ofrecido a los legisladores federales (10 de octubre), y las comunicaciones enérgicas que los diputados dirigieron con motivo del golpe de estado en Querétaro, y la desaparición del senador chiapaneco Belisario Domínguez.

Como respuesta, Huerta envió al ministro de Gobernación, Lic. Manuel Garza Aldape a la sesión de la Cámara de 10 de octubre, como portador de un mensaje en el sentido de que, si no se revocaba el acuerdo tomado en la sesión del día anterior, el Ejecutivo tomaría las medidas necesarias. Y las tomó: la Cámara fue disuelta y aprehendidos 110 de los diputados asistentes. El Senado, ante la gravedad de los hechos, acordó su propia disolución, con lo cual desapareció el Congreso de la Unión.

Ese fue el principio del fin del régimen de la usurpación, de tan ingrata memoria. El avance de las fuerzas norteamericanas y el repudio popular obligaron a Huerta a entregar el poder al Lic. Francisco S. Carvajal de Relaciones Exteriores el 14 de julio de 1914, y a huir de México.

Arturo Menéndez Paz

[Continuará la próxima semana]

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