Santa Lucía y sus vecinos de hace medio siglo

By on enero 9, 2020

La historia de un barrio

 es la estampa íntima de

una ciudad.

Para todos aquellos que en charlas condimentadas de ocurrencias

repasean sus recuerdos por la Santa Lucía suspirada.

NARRACIÓN PRIMERA

Orientada al norte de la ciudad, a tres cuadras de la vieja Plaza Grande o Plaza Mayor de la Constitución o, por bien decir oficialmente, de la Independencia, se abre al espacio Santa Lucía, barrio antiguo de los más encantadores de Mérida, honrosamente envanecido de legítima tradición lugareña. Hubo tiempo en que gozó de la predilección de familias de campanilla y de mediana posición para asentar ahí su domicilio, disputándose el honor de “buscar casa”, como decían por lograrla, en aquel rumbo que resultaba cómodo por lo céntrico y tranquilo.

Sin embargo, para resguardar aquella tranquilidad, desde el anochecer y dispuesto a prestar auxilio a los vecinos, comenzaba su ronda el buen sereno llevando dos pistolas al cinto, un sable, una linterna, un silbato, un sombrero y manga ahulados, como lo prevenía el Reglamento del Gobierno del Cuerpo de Serenos expedido por el jefe político Joaquín Castillo Peraza, en 17 de septiembre de 1860. Un fiel amigo acompañaba en sus rutinarias y nocturnas evoluciones a este modesto tesonero vigilante: el imprescindible y legítimo perro “malix” (corriente), lo que ciertamente no ordenaba el Reglamento. El Cuerpo de Serenos se extinguió hace aproximadamente cien años.

A decir de cronistas enterados, debe su nombre a una ermita modesta de los primeros años de la Colonia, levantada en el mismo sitio donde hoy vemos la iglesia, y que fue el conquistador Pedro García quien manejó el honor de la iniciativa de su fundación que, alentada por el auxilio económico de varios vecinos, se concluyó en 1575. Esa fue la primitiva; la que actualmente conocemos inició su fabricación en 1580, terminándose en 1620. Por la cuenta cronológica ya es venerable, la ciñen casi cuatrocientos años, proclamándola una de las más antiguas de Mérida.

Durante su primera época era una parroquia reservada a negros y mulatos –posteriormente a naturales–, para que estas castas relegadas de esclavos y encomendados cumplieran ortodoxamente con las prácticas cristianas, ante el requerimiento y celo de sus seráficos doctrineros.

“Fue parroquia de mulatos y negros por los años de 1580 y 1620. El atrio del templo fue durante muchos años el cementerio de la capital hasta el de 1821, que se inauguró el Cementerio General en lo que fue la hacienda de San Antonio Xoholté,” refiere don Gonzalo Cámara Zavala en su Catálogo Histórico de Mérida con los nombres de sus Calles, escrito alrededor de 1948 y publicado en Mérida en 1950. Coincide en hablar de antiguos pobladores de este barrio que eran esclavos mulatos y negros el muy enterado don Ignacio Rubio Mañé en su artículo “Los Barrios de Mérida”; aparecido en la Monografía de esta ciudad en 1942, que saltó de las prensas para homenajearla en el cuarto centenario de su fundación.

Desde el inicio de los servicios religiosos, Santa Lucía quedó consagrada a esta virgen mártir abogada de los males de los ojos. Testimonios antiguos, labrados en piedra, aunque débiles, daban fe de esta fundación en el flanco izquierdo de su entrada principal, la que mira al parque, donde hubo un arruinado portoncito que daba acceso a un patio interior, en el cual se encontraban osarios y lápidas fracturadas y dispersas entre altos hierbajos. Tenía erguidos dos árboles por centinelas, uno del llamado “canisté” y otro del enigmático “choch” (para comer su fruto debe golpearse y dar voces mágicas). Su atrio se convirtió en el primer cementerio de la ciudad que continuó en servicio ocasional, no obstante la apertura del Cementerio General en 1821. (1)

En Santa Lucía se inhumó el 12 de noviembre de 1810 al desafortunado joven dinamarqués Juan Emilio Gustavo Nordingh de With, presunto seductor del capitán general poeta y estadista Benito Pérez Valdelomar para la causa napoleónica de España. Pese al genial alegato del incomparable vallisoletano don Pablo Moreno, no pudo evitar que su defenso terminara en el patíbulo.

En ese camposanto también fue sepultado, 7 de septiembre de 1816, el doctor Miguel Mariano González Lastiri, primer diputado por Yucatán a las Cortes Generales y Extraordinarias de Cádiz. Había nacido en el Puerto de Campeche el 1° de agosto de 1771.

En la segunda mitad del siglo pasado, el atrio quedó clausurado oficialmente como panteón al igual que los de todas las iglesias, y no pocas lo prolongaban hasta en sus interiores y trascoros, para dejar esta función en manos del poder civil por mandato de las Leyes de Reforma (2). Sin embargo, años después este atrio recibió algunos entierros. A nosotros nos tocó ver lápidas funerarias en la parte que bordea la calle 60, y casi a la entrada de la misma de la capilla con inscripciones que rebasaban los años sesentaitantos. Esto no debe extrañar a nadie, pues es fácil comprobar que en atrios de viejas iglesias de la república hasta hoy se advierten testimonios de que después de los años 80 todavía continuaron abriéndose sepulturas.

No disentimos en principios de la opinión del competente ensayista e historiador licenciado Rodolfo Ruz Menéndez, de que estos entierros eran de restos estériles, y que después de 1821 el atrio de Santa Lucía sólo cedió lugar a los llamados osarios.

La pobreza extrema del recinto, su arquitectura severa y simplista, y por haber sido dedicado a naturales (3) y a panteón común su atrio, fomentaron en los feligreses el recelo de asistir a los acostumbrados oficios religiosos de Santa Lucía, más aún durante las solemnes ceremonias de cuaresma y otras de obligada observancia cristiana. La sociedad meridana materialmente se volcaba a las prácticas del culto en la Catedral, Tercera Orden, Mejorada, San Juan de Dios, Las Monjas y algún otro templo de su predilección, mientras el de este barrio se miraba solitario.

En la relación de las iglesias concurridas gracias a su importancia, como también las más visitadas por los fieles al mediar el siglo pasado, mencionadas en la preciosa crónica de Viernes Santo del sabio presbítero don Crescencio Carrillo y Ancona (4), Santa Lucía quedó ausente. Cierto es que hace 100 años era una iglesia olvidada (5).

NOTAS

  1. Quien ciertamente tomó a su cargo directo los trabajos primarios fue el militar oaxaqueño Mariano Carrillo y Albornoz, coronel de ingenieros, que de comandante de las armas de Mérida resultó Gobernador y capitán general de transición de la provincia de agosto a diciembre de 1820. El capitán general Juan María de Echeverry tuvo buen empeño en que se concluyeran las obras necesarias hasta darle el apropiado acondicionamiento. Desde “1787, se dispuso por Real Cédula, la construcción de cementerios fuera de poblado; en 1804, nueva disposición real corroboró esta medida…” – J.F. Molina Solís, Historia de Yucatán durante la Dominación Española, T. III, página 509. –Mérida, 1913.
  2. El propio don Benito Juárez firmó la ley respectiva el 31 de julio de 1859.
  3. Este tipo de asignaciones discriminatorias de iglesias para las castas fueron suprimidas en Mérida y en toda la provincia el 26 de septiembre de 1823 por decreto del obispo don Pedro Agustín Estévez y Ugarte, cuando “se verificó la división de curatos de esta ciudad, y como quedaron incluidos en estos las varias castas de blancos, indios, negros y mulatos, quedó disuelta la parroquia del Jesús que era sólo de negros y mulatos, quedando esta iglesia destinada desde entonces para Tercera Orden.” (José Julián Peón, Crónica “sucinta” de Yucatán, escrita en el año de 1831, pág. 33)
  4. El Repertorio Pintoresco, único tomo publicado, pág. 345, Mérida, 1863.
  5. Santa Lucía desde su primitiva existencia, ha mudado la designación de ermita a la de parroquia de naturales y a capilla, la cual oficialmente no ha variado o sido modificada en los últimos 350 años y es dependiente del Sagrario, y junto con las otras 14 capellanías de Mérida, 20 parroquias, 2 iglesias y 2 vicarías, con la catedral, integran la Diócesis de Yucatán.

Continuará la próxima semana…

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