Roma locuta, causa finita

By on noviembre 9, 2023

¿Carnaval móvil?

XXIII

10 de enero de 1999

Por costumbre y tradición, los tres días que preceden al miércoles de ceniza, inicio de Cuaresma, se dedican a las fiestas de carnestolendas o Carnaval, cuyo origen se remonta a las bacanales y saturnales de la antigüedad, en honor a Momo, dios griego de la risa, la alegría, la locura y el buen humor.

Los españoles y portugueses trajeron a nuestra América estas festividades europeas que, con el paso del tiempo, tomaron características propias, mezcla de las culturas del viejo continente, de la raza negra y de los indígenas.

El carnaval llegó a la Nueva España en el siglo XVI y al terminar esa centuria se comenzó a festejar en la Capitanía General de Yucatán.

El gobernador y capitán general Luis de Céspedes y Oviedo, un “bon vivant” de su época, fue el precursor de los bailes de máscaras, durante las fiestas carnavalescas, en medio del escándalo de la sociedad, que por conducto del obispo Francisco de Toral lo acusó ante el Rey de España, por considerarlo un mal ejemplo para la juventud y las buenas costumbres.

Desde entonces los organizadores de carnavales deben tener mucho cuidado y respeto con los obispos. Cuando en 1792 se terminó de construir en Mérida la Alameda o Paseo de las Bonitas, el gobernador Lucas de Gálvez celebró en este sitio, hoy convertido en feo bazar, el primer domingo y martes de carnaval, con participación de las familias, algunas a bordo de coches calesa, que disfrutaron las máscaras y disfraces que vestían los señores importantes de aquel tiempo.

Sin embargo, fue hasta 1891 cuando el Ayuntamiento se hizo responsable de los festivales y se creó la Junta de Carnaval, con la participación de las sociedades coreográficas. A partir de entonces, el Carnaval de Mérida tomó carta de naturalización. Se recuerda en forma especial, el Carnaval de 1903, en plena dictadura, con todo el esplendor de la aristocracia yucateca, uno de los mejores de la época y que fuese comparado con los de Niza, Venecia, Madrid, Nueva Orleans y la Habana. Así habrán sido de fastuosos los salones y paseos de los reyes del henequén.

Posteriormente, el último Carnaval de grandes recuerdos fue el de 1926, en el que según crónicas, participaron un total de 563 vehículos en los desfiles por las principales calles de la ciudad, entre carros alegóricos, automóviles y coches calesa.

Actualmente nuestros carnavales han venido a menos. Se limitan a un desfile generalmente tedioso, lento y falto de continuidad, en medio del ruido ensordecedor de amplificadores de sonido, cuyo volumen excede los requerimientos y las normas ambientales. Ojalá que este año los responsables del mismo se asesoraran con expertos en movilización de contingentes, por respeto al público asistente. Sería deseable también, enriquecer los desfiles, con la participación de los cuadros artísticos cubanos de la ciudad, dejando a un lado la falsa moral de los organizadores, que se espantan con la expresión de la belleza femenina.

El Carnaval de Mérida es clasista y racista. La alta sociedad se disfraza y se divierte entre los muros de sus clubes privados, sin salir a las calles ni mucho menos compartir con el pueblo. Inventan espectáculos fastuosos con el pretexto de fines caritativos, en los que se invierte en disfraces y atuendos, más dinero del que se recauda para obras de beneficencia. Se premia el lucimiento personal, la vanidad de la opulencia, en contraste con las normas de humildad que recomiendan que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha. Una falsa moral cristiana. Se olvida la sentencia lapidaria del miércoles de ceniza: “Polvo eres y en polvo te convertirás”.

El calendario litúrgico del catolicismo es inamovible, por ello causó extrañeza la declaración de las autoridades municipales y organizadores del Carnaval de Mérida, en el sentido de que se estaba considerando cambiar de fecha la celebración del mismo, en obsequio a los requerimientos de mayor seguridad para el Presidente de Estados Unidos, William Clinton, cuya visita se ha anunciado para el próximo día 14 de febrero, día dedicado al amor y la amistad.

No es de extrañar esta actitud de entreguismo de las autoridades conservadoras de Mérida. Por tradición, la derecha yucateca ha sido siempre proclive a los imperios.

Recordemos que fue precisamente un peninsular, un yucateco nacido en Campeche, José María Gutiérrez Estrada, quien encabezó la comisión de notables y monárquicos que viajó hasta el Castillo de Miramar en Trieste, para ofrecerle la corona de México al archiduque Maximiliano de Habsburgo. Tampoco podemos olvidar que cuando la Emperatriz de México María Carlota Amelia Clementina Leopoldina, hija de los reyes de Bélgica, hizo su entrada a Mérida el 23 de noviembre de 1865, los jóvenes más aguerridos de la casta divina, desengancharon las bestias de tiro y ocuparon su lugar para arrastrar la carroza de su Majestad, la cual repartió nombramientos de damas de palacio y chambelanes del emperador, con el regocijo de los que soñaban con títulos de nobleza.

El nuevo imperio ha deslumbrado otra vez a los descendientes de la antigua casta, que quiere volver por sus fueros en estos tiempos de globalización y ha encontrado la mejor oportunidad en la visita del Presidente Clinton, al que pretenden explicar que Yucatán y México no podrán ser democráticos sin la intervención directa del gobierno norteamericano, para llevarlos al poder. Triste papel de indignidad y subordinación a una potencia extranjera.

En la confusión, con gran oportunidad y talento, el sucesor del obispo Francisco de Toral, ya mencionado, opinó censurando a quienes pretendían mover a su antojo las fechas del carnaval y por consiguiente de cuaresma, con el resultado inmediato de que el propio día, las más altas autoridades dieran marcha atrás a sus pretensiones, volviendo a tomar las aguas su nivel.

El báculo del Pastor dejó huellas de su entereza en la testa de las ovejas extraviadas, que luego de rectificar, volvieron en sana mansedumbre al redil.

Hay mucho que aprender de las lecciones de la historia.

Los organizadores de los carnavales no deben tentar al diablo. Tampoco deben olvidar que cuando ROMA LOCUTA, CAUSA FINITA.

Amén.

Luis F. Peraza Lizarraga

Continuará la próxima semana…

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