¿Qué hacer con el quehacer cultural?

By on febrero 27, 2020

Laberíntica

II

JORGE PACHECO ZAVALA

La cultura es casi inherente al ser humano. Desde que nace, una cantidad importante de hábitos se convierten en parte intrínseca de su desarrollo y personalidad. Muchos aspectos culturales nos vienen desde los primeros meses de haber nacido, y es con el paso del tiempo que se establecen para no dejarnos jamás.

Tan sólo como un ejemplo, la cultura machista que persiste hasta nuestro tiempo se adquiere desde los primeros años ya que, mientras el niño puede sentarse a la mesa para comer, la niña debe ayudar a la madre a servir los platos de comida. Y en eso consiste la cultura, en “cultivar”. Este acto que determina la función y posición del varón y la mujer en el hogar se efectúa cada día durante al menos diez años en la vida de una persona. Es, por tanto, un acto formativo.

Todos obtenemos lo que cultivamos. Es tan simple como la ley de la siembra y la cosecha. El ciclo sólo se romperá cuando alguien de la familia decida cultivar naranjas en vez de manzanas. En el momento que alguien determine hacer las cosas de otra forma, todo cambiará, no sin dificultades. La cultura es así, y sus manifestaciones en los pueblos del mundo funcionan de la misma manera, pues dependerá de la profundidad de las raíces de lo cultivado el grado de dificultad para desarraigar.

Una contracultura es una determinación de no hacer las cosas como se venían haciendo. Es un conjunto de cambios que comienzan en el interior de las personas lo cual representa, para decirlo de manera sencilla, sus convicciones. Una vez que alguien es consciente de sus convicciones, puede comenzar a redirigir sus expectativas de cambio.

La cultura tiene una multiforme expresión en las sociedades, es por ello que llamamos al deporte “cultura física”, a la comida “cultura gastronómica”, al comportamiento en la sociedad “cultura cívica”, a las actividades gubernamentales “cultura política”, a quienes practican la fe espiritual “cultura religiosa”. En fin, podemos encontrar tantas ramificaciones de la cultura como lenguas e idiosincrasias en el mundo.

En México, a diferencia de otros países, casi toda su población asocia la palabra “cultura” con arte, y da por sentado que quien hace cultura es artista, y que quien es artista es culto. En esencia, la segunda premisa debiera ser verdadera, pero resulta que no siempre es así. Tenemos un montón de funcionarios haciendo labores relacionadas con cierta expresión artista que no han sido cultivados en ese ámbito. De más está decir que el resultado es falta de empatía, e ignorancia en la naturaleza de los procesos propios del quehacer artístico. El rezago artístico cultural que el país sufre no es fortuito o accidental, es el producto de años de sembrar de manera equivocada.

Si México brilla (artísticamente) en el cielo internacional, es gracias al esfuerzo y la perseverancia personal de hombres y mujeres convencidos de que su razón de existencia son las letras, la música, la danza o la escultura, tan sólo por nombrar algunos. La fuerza de un país descansa en su cultura, en la diversidad de su expresión artística; lamentablemente, mientras las expresiones culturales artísticas caminen cada una por su lado, perderemos paulatinamente fuerza y poderío. Las nuevas generaciones necesitan atestiguar y ser parte de manifestaciones sólidas de arte, en donde grupos diversos se unan para ser uno, sin importar su ámbito cultural. Solo puedo decir que los actos culturales artísticos entretienen, y ciertamente muestran una riqueza, pero los procesos culturales artísticos forman y transforman.

Ya nos leeremos en la próxima Laberíntica…

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