PERSEGUIR EL MITO
Habrá que perseguir el mito dentro de nosotros,
el mito que nos hará despedazarnos.
HAN DERRAMADO SU FRONDA LOS ÁRBOLES ETERNOS
Este jardín inmenso contempló la fuga
del odio simulado en que pernoctan a la intemperie
Ellos Cualesquiera Esos otros
los que no han podido deformarse.
El despiadado buitre les escarba
una vela extinta y silenciosa.
Una madera dura ya de muerto
detiene el cauce del Estigio
el iracundo camino del Leteo.
Ellos o nosotros los de siempre
siguen buscándose en los pantanos del silencio,
como una voz tejiendo nuestros nombres en los árboles
o el espinazo colmando sus avispas.
Todo viene a redimirlos
todo como sustancia informe quebrando los tatuajes,
piedras luminiscentes en cada rododendro,
los muslos y su gangrena de fuego
ante el sol que nunca se detiene: hojarasca hojarasca
y un trébol deshojado.
ELLOS SE BUSCARÁN HASTA COMPLEMENTARSE
Esos dos Aquellos Esos otros
que han tirado los ojos a la vida,
ante la muerte son espada de gemidos,
un tañir lastimoso en que se cierran las campanas
comulgando en la alegría del fuego
Nosotros Ellos Cualesquiera
bajo el sonido amargo de los campanarios
que nos reinventan,
como unos ojos una espalda o las cejas,
sobre la costra en que todo se consume
para perder la voz e imaginarse desnudos
clavándose los garfios.
EN LA AGONÍA DE PERTENECERNOS
Somos así,
orquídea y aguijón de muerte,
inesperados y hambrientos.
Una mentira de dientes filosos,
la vela el grillete del odio
Uno más Único Indivisible demonio
devorando las noches calurosas.
En tus lamentaciones me invocas,
como el mismo Jeremías desnudo en las murallas,
y te regalas intacta a cada Nombre,
a cada religión o historia que me ha dado forma
como una lengua mítica ya olvidada
Era yo Nemrod y tú:
mi devastada Babilonia
ERES TÚ DETRÁS DE LA COLINA
tras el inabordable grito de infantes perseguidos por Herodes,
dentro de las alcantarillas de la Casa de la Muerte
en que Sinuhé aprendió la necrofilia.
enredada con las sombras sobre contraluces,
en las costuras de vidrio,
o las puntas desplegadas del diamante,
junto a la tienda abierta de Amunenshi que todo lo abarca,
extiendes el ojo buscándote en cada rostro marcado por la arena del desierto
en que me has desperdigado…
Adán Echeverría