Letras
VICTORIA CAMPOS GONZÁLEZ
Juego, suerte, deleite, martirio,
mil voces, inconciencia, angustia.
Revoloteo de pasiones, ruina, llanto,
desilusión, soledad, tristeza,
estrés, amargos despertares.
Callejón sin salida, acumulación de deudas,
huida de la realidad,
reflejo intangible de la desolación.
Futuro sin mañana, adicción que destruye.
Sentimiento de culpa, rabia;
ludopatía perversa.
Hoy por la mañana vi una película en la que un honrado hombre de negocios se obsesiona con el juego. Al principio disfrutaba, ganando por su aparente buena suerte; cada día apostaba más y más. Recorría ciudades por su trabajo que le dejaba enormes dividendos dada su capacidad empresarial, ocupando el puesto de mayor jerarquía en una exitosa compañía de automóviles nuevos. Contaba con toda la confianza de los socios e inversionistas. Tenía una hermosa familia y una esposa buena, e hijos en carrera, bien educados.
Todo parecía un cuento de hadas.
Él ya era conocido en el medio de apostadores, hasta recibía pasajes gratuitos a los centros de juegos, alojamiento por el tiempo que quisiera jugar, alimentos, paseos y mujeres de la vida alegre.
Cuando ya debía mucho dinero por reveses a su buena fortuna, decidió sacar 5 millones de la cuenta bancaria para comprar fichas. Acudió a la casa de juegos en donde algunas veces ganó en Atlantic City. Jugó casi un día con dados. La suerte le sonreía, al grado de haber ganado 11 millones. Era la locura. Los dueños del casino estaban frente a él.
Uno de los guaruras del dueño mayoritario le murmuró que ya estaba ganando demasiado y que ponía en peligro las ganancias del casino. El jefe dijo: “No te preocupes. Este se va sin un centavo, ya lo verás.”
Sin embargo, un mesero que había visto todo le dijo: RETÍRESE, SEÑOR. ¡POR FAVOR! ¡ACABA UD. DE APOSTAR LOS 11 MILLONES A ESTA JUGADA! ¡VA A PERDERLO TODO! ¡NO LO HAGA, RETÍRESE!
Pero la obsesión por el juego fue más fuerte…
Lanzó los veleidosos dados que le hicieron perder hasta el último centavo. Como se dijo antes, los dueños del casino ya tenían por sentado que este juego así acabaría.
Al salir el perdedor del casino, derrotado y sin haber probado alimento, pidió le llevaran algo de comer. Un empleado le obsequió en una bolsa de papel un sándwich frío y una soda. Caminó hacia el estacionamiento, abrió la puerta de su auto de lujo, se sentó al volante, abrió la cajuelita del tablero. En el interior había una pístola, la tomó y la vio sin soltarla…
Esta es una de miles de historias provocadas por la LUDOPATÍA, enfermedad de la ociosidad.
Este es el momento de aprender que los casinos solo reparten entre sus jugadores el 15% de sus utilidades netas, para crear esa ilusión de ganar aunque sean unos centavos y sentir esa sensación adrenalínica para por un segundo confirmarle a todos los demás perdedores que se es un triunfador.
Así, el 85% del dinero que juegan los apostadores se queda en sus arcas y todos tan felices.
TALLER LITERARIO “CARTAGO”