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Nocturnos del Desorbitado (II)
XL
NOCTURNOS DEL DESORBITADO
A Roldán Peniche Barrera
Continuación…
4
MI antigua soledad de pájaro exprimido
por la voz de los juncos y el color de la tierra,
mi soledad de joven dolorido y disperso,
de joven aburrido, desgajado, infecundo;
esta mi soledad de joven energúmeno,
sonámbulo sin prisa de llegar a la vida,
esta mi soledad, en fin, está conmigo,
me deprime y afirma, me devora y digiere.
Mi soledad de viento congelado en la calle,
mi triste, noble, fiera soledad tan lejana
de los hombres sin sombra y arrasados de tedio,
mi adelgazada y tímida soledad sin ventanas.
Yo la veo partir hacia el mundo más próximo
como flecha con hambre, disparada en el grito,
y la veo llegar ciega y remotamente
a donde están las vírgenes puras y el extravío.
Mi soledad pequeña como mi cuerpo, a veces
se dilata en el vértigo del cristal y se rompe
como un niño que juega los caminos del ala
e hinca la cabeza contra un muro de ángeles.
Mi peligrosa, antigua soledad incansable,
inalcanzable para quienes no saben nada
de mi alma en la noche y en el alba fecunda,
está ahora en el límite de las flechas vacías.
Mi soledad. ¡Qué cosas tiene la noche a veces!
Esta mi soledad como la roca herida,
macerada en los jugos de las fértiles brumas.
Mi soledad. ¡Y sin embargo no estoy solo!
5
ES el sexo. Me mata su caricia en los ojos,
más allá del instinto de las bestias vencidas.
Soy un niño en la jungla del viento atormentado
y hay el riesgo en mi alma de crecer como un junco.
Sueño en túneles húmedos y se mece mi tacto
en la selva redonda de las formas sedientas.
La carne se me vuelve más tierna por el roce
y el fervor de sentirme desvelado me enciende.
Tengo las manos puestas en mis hombros caídos
y es actitud la mía de cruz desconsolada.
El viento de la noche me persigue en la selva
y me inunda de astillas la pasión del poema.
El corazón se ha muerto pero el alma lo sabe;
la vida se ha marchado y el dolor no lo ignora.
Si yo tuviese ahora los árboles del sueño
caídos en mi alma, no estaría despierto.
Estaría debajo de los mares veloces,
Trepado en las montañas caóticas del germen,
empeñado en decirle mi temblor a las fieras,
y lamentablemente carcomido de arbustos.
Estaría fuera ya de mí mismo, con brincos
de ruiseñor en celo por la hembra dormida;
estaría contando las hojas de mis libros
y llorando mis viejas heridas silenciosas.
Ah, pero el polvo amargo de los negros caminos
se habría levantado pegándome en el rostro,
y el hombre no estaría muriéndose, mirándose
en las gotas de arena de un reloj destruido.
6
VEN y lléname el mundo de mis venas profundas
savia maravillosa como un nombre de sangre;
mira cómo es perfecta la rosa conmovida
y el pájaro que canta para exprimir su pena.
Soy un largo silencio, casi remota aldea,
ciudad desvanecida, ciego desorbitado:
a veces un tranvía y otras una esperanza
de ser ciego en el alma desdoblada y sufrirme.
No te muevas. Espera que despierte el fantasma
y se meta en sí mismo para extender su aliento
en estos huesos húmedos deslumbrados, gozosos,
y levantarme entonces y decir que no he muerto.
Porque los muertos mueren un día y otro día,
como viven los vivos una y otra esperanza.
Mueren todos los días y su muerte la ignoran
ellos mismos, sin dioses, sin ángeles y túmulos.
Mueren y viven de su muerte inevitable
y se hacen más nuestros mientras más se adelgazan.
Yo vivo de una muerte multiplicada y sola,
sola como un gran árbol en una calle muerta.
Ven y lléname el cántaro de la sangre vacía,
de las venas roídas por los huesos, del tenue
cuerpo deshabitado, del alma insustituible,
de las manos, del tórax, de la espalda y el ímpetu.
Soy el deshabitado, piel y carne caídas,
hambre en la voz callada, fuego en el agua. ¡Espera!
Soy el deshabitado, pero vienes y espero
que amanezcan las rosas y tu sangre me alce.
Clemente López Trujillo
México, D.F. 1940.
Continuará la próxima semana…
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