Letras
El pasado sábado 11 de marzo se presentó en el auditorio Jaime Torres Bodet del Museo Nacional de Antropología, en la ciudad de México, el libro Montserrat Pecanins: Memoria emotiva. La sala estuvo llena: un bello testimonio del cariño que el mundo de las Artes y de las Letras siempre le tuvo a Montserrat, a Brian Nissen, su compañero de vida, así como a sus hermanas, Tere y Ana María Pecanins.
El libro en cuestión nace de una serie de entrevistas que las hermanas Eulalia y Anna Ribera Carbó le hicieran a Montserrat durante la pandemia, todos los viernes hasta poco antes de su deceso. Si bien es patente el rigor académico de las dos autoras, que se apoyan en las metodologías propias de la historia oral, el propósito del libro era hacer un retrato de Montserrat que fuera lo más vivo y emotivo posible.
Así, después de una excelente introducción en la que se explica el contexto histórico de la Cataluña en que vivieron las Pecanins y sus padres antes de trasladarse a México en 1949, tanto por motivos de trabajo como por afinidades diversas, empiezan propiamente las memorias emotivas de Montserrat. Es imposible en unas cuantas líneas resumir las anécdotas tan amenas que contiene el libro, pero hay para todos los gustos.
Por ejemplo, quien se interese en la historia de la Galería Pecanins aprenderá que fue después de que Montserrat se divorciara de su primer marido, y que Teresa quedara viuda, que ésta última se hizo socia de la galería de la señora Tusó, en la Zona Rosa. Fue así como las hermanas empezaron a relacionarse con pintores y artistas, aunque “la mera verdad, nos dice Montserrat, le señora Tusó no sabía mucho de arte. Tenía buenos artistas, pero luego exponía a artistas aficionados.”
Algún tiempo después de este episodio, Rafael Sánchez Ventura, crítico de arte y refugiado español quien conocía a “García Lorca, Dalí, Buñuel y toda esa runfla,” dijo a las hermanas que era imperativo que pusieran su galería ya que, además de saber de arte, eran guapas, buenas, simpáticas e inteligentes. Así fue como abrieron en 1964 la galería de la calle de Florencia. La primera exposición que tuvo lugar ahí fue la de Joy Laville, a quien Brian Nissen había conocido en San Miguel de Allende junto con Roger von Gunten. Es sin duda significativo que fuera una mujer la primera en exponer en la galería de las Pecanins.
En 1966, vino la Galería de la calle de Hamburgo, en la Zona Rosa, que se inauguró esta vez con una exposición de Brian Nissen. En sus primeros tiempos, el lugar no tenía “clientes” sino que la frecuentaban “los amigos de la galería”, ya que era “la casa de todos nosotros”, a decir de Juan García Ponce. En ésta se presentaban libros y revistas que también se prestaban. Expusieron ahí algunos de los más grandes como Gunther Gerzso, Francisco Toledo y Chucho Reyes. Todo ello antes de que las Pecanins se tuvieran que mudar a la calle de Durango cuando les doblaron la renta.
Más allá de la historia de la galería Pecanins, Montserrat cuenta también como defendió a capa y espada la idea de “apertura” con respecto a la idea de “ruptura” en un encuentro organizado hace unos años en el Museo Macay-Fernando García Ponce. Esta versión del porqué de la palabra “apertura” es elocuente ya que, en palabras de Montserrat, se debe a que “el arte no tiene rupturas, tiene aperturas,” tal como lo “han dicho siempre Vicente Rojo y Brian [Nissen]”, enfatizando que “la única ruptura que tuvimos fue con el gobierno por asesinar a los chicos de la Plaza de las Tres culturas”.
Como no se trata aquí de hacer polémica, ni a nivel político ni histórico, sino de presentar al público este bellísimo testimonio de la vida de una de las representantes más importantes de la cultura en México, evocaré, con respecto a estas últimas declaraciones, las palabras de Rufino Tamayo quien dijera, según cuenta otra de las anécdotas incluidas en el libro: “Si Montse Pecanins dice que es verde, júrenlo que es verde.”
ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU