Mitsu e Hiraku (XXXVII)

By on marzo 28, 2019

MITSU_37

XXXIV

‘En cierto que muchos niños morían cuando iniciaban su entrenamiento shinobi, algo lógico considerando las terribles condiciones a las que se sometían desde temprana edad para lograr con los años convertirse en los mejores guerreros. Otros fallecían siendo jóvenes, e incluso unos pocos siendo adultos, antes de alcanzar la anhelada meta. Pero ninguno de ellos enfrentó con temor el abrazo de la muerte’ – AYUMI KOIZUMI, Cronista

El rompehielos avanzaba a una velocidad inusual en el glacial clima de la Antártida. Chieko observaba la inmensidad del hielo en derredor, y el color que emitía se intensificaba con una niebla húmeda cuyo aullido era perceptible claramente en el interior de la gigantesca embarcación. «¿Gigantesca era el adjetivo correcto?» se cuestionó la hermosa asiática. Después de todo, el rompehielos nuclear ruso Árktika, tenía una longitud de 173.3 metros, un ancho de 34 metros y un calado máximo de 10.5 metros que le permitía atravesar el espeso hielo océanico. Pues bien,  la nave en que se trasladaba  era al menos 10 veces más grande, superando en proporción la velocidad de hasta 22 nudos que garantizaba el original. Era evidente que con semejante poderío el avance fuera mucho más rápido de lo habitual, lo que contribuía a lo impresionante que resultaba atravesar la inmensidad de la Antártida, que parecía interminable.

No quiso calcular las dimensiones que podían adquirir los misiles antiaéreos que seguramente portaba el monstruoso buque, el cual irónicamente no era más que un punto negro en un mar blanco.

Hacía dos días que ella y Hiroshi salieron escoltados por Lev Aggot hacía la Argentina, de donde partieron en otra embarcación a una isla secreta donde abordaron su vehículo final. En ese momento fueron separados, delegando a cada uno un camarote amplio, confortable y cálido. No fue una despedida adecuada: no tuvieron tiempo de prodigarse un último abrazo, mucho menos un último beso, ya que de manera firme fueron conducidos cada uno a su correspondiente espacio.

Desde que salieron de Guatemala en un avión Hércules, estuvo tomada de las manos de Hiroshi todo el trayecto,  observando a aquellos mercenarios que los vigilaban atentamente, aunque con respeto. Todos sabían que aquellos eran combatientes que viajaban hacia un destino ineludible. Aquellos humanos eran especiales, un par de los escasos privilegiados que tenían la oportunidad de lograr la inmortalidad, y eso era digno de admiración.

Frente a ellos, con el cinturón de seguridad perfectamente ajustado, Lev Agott, con su elegante atuendo para frío, sonreía complacido detrás de aquellos lentes de color azul intenso. Empeñado en ser un perfecto anfitrión, les compartió la información oficial sobre el continente helado que atravesarían.

<<La masa humana sabe que la Antártida tiene un diámetro de 4500 kilómetros, una superficie de 14 millones de kilómetros cuadrados donde menos del 1 por ciento se encuentra libre de hielo. Es, además, el continente más frío, más seco, más ventoso. Pero lo verdaderamente fascinante radica en el hecho de que es a la vez el continente con mayor altura media, con más de 2 mil metros sobre el nivel del mar. De todos estos datos solamente el de la altura es correcto, porque en realidad el diámetro es incalculable, al rodear totalmente la tierra plana. La superficie suma más de 14 millones de kilómetros, pero en circunferencia con el piso del domo que cubre el mundo. Es fascinante.>>

Hiroshi y Chieko habían aceptado, con sorpresa, que el estilo de aquel siniestro personaje era realmente cool. Un enemigo encantador, si pudiera usarse ese término. Les resultaba graciosa la manera en la que iba describiendo las falsedades que todos daban por ciertas, tanto como las realidades que casi todos ignoraban.

<<La versión oficial y conocida por la mayoría es que la Antártida es un continente rodeado de océanos, pero la realidad es que la Antártida es la que rodea a los océanos, conteniéndolos. Este muro de hielo es fabuloso, los ingenieros que lo diseñaron supieron crear algo tan perfecto que las rocas que lo conforman tienen más de 550 millones de años, recubierto en algunas zonas con una capa de hielo que supera los 4500 metros de espesor. Es una pena que los vientos serán mucho más agresivos que de costumbre cuando estemos navegando en su seno, porque eso impedirá que puedan admirar el monte Vinson que con sus 4897 metros sobre el nivel del mar es la montaña más alta del continente.>>

Ahora, sentada en aquel camarote, apreciando la disputa del viento y el  rugir de los motores de aquel titán de acero,  decidió meditar. Ignoraba cuánto tiempo tardarían en llegar a su destino. Destino. Vaya palabra. Hasta hacía algunos meses significaba tanto para ella como para los demás seres humanos la fuerza sobrenatural que actúa sobre ellos y los sucesos que enfrentan a lo largo de su vida.

Chieko no tardó en encontrar su chi interior. Las reflexiones sobre cada suceso importante fluyeron de manera más clara. Se visualizó a sí misma desnuda, ingresando a las templadas aguas de un majestuoso lago rodeado de un inmenso bosque de cuyo interior surgían sonidos de las diferentes seres vivos que la saludaba en coro.

En cuestiones religiosas se consideraba atea, pese a haber estudiado y practicado tanto el Shintoismo como el Budismo, como lo habían hecho por generaciones los miembros de su familia. Sin embargo, la religión no jugaba ya un papel importante para ella; la generación de Chieko solamente recordaba esos lazos en los funerales o las bodas. Ella jamás conceptualizó cómo sería el Dios supremo, si tendría un rostro o sería una fuente de energía. En su cotidianidad, trataba de ser una persona justa, agradable e incluso altruista, alguien positivo, pero no era partidaria de la idea generalizada de muchas religiones que aceptan que el destino es un plan creado por Dios que no puede ser alterado por los seres humanos.

Recordó aquella reunión organizada en París por su casa editorial en la que pudo conocer a otros jóvenes autores que comenzaban a despegar a la fama. Platicando con Demetrio, un excelente artista visual mexicano, talentoso caricaturista que radicaba en Europa y que compartió con ella detalles de una novela gráfica que preparaba sobre la muerte, aquel entusiasta artista contrastaba el concepto de Dios de cada una de las zonas del mundo, remarcando sus diferencias. Le explicó que, dentro del Cristianismo, sus adeptos no creen que exista una predestinación absoluta, sosteniendo que Dios los ha dotado del libre albedrío. “Ellos creen que pueden tomar sus propias decisiones,” comentó divertido aquella vez.

Destino, esa fuerza sobrenatural que actúa sobre los seres humanos y los sucesos que enfrentan a lo largo de su vida.

Las aguas de aquella laguna parecían dibujar las ideas que giraban en la mente de la diva. Conforme avanzaba con aquel nado tranquilo, relajante, recordaba las charlas con Kumi, su madre, quien fue la que le enseño los principios básicos del Shintoísmo.

<<No hay absolutismos. Nada es absolutamente correcto o malo, pequeña  hija.>>

Ella sonreía y repetía el conocimiento previamente recibido.

<<Toda persona es fundamentalmente buena. La maldad es causada por la influencia de los malos espíritus.>>

Ambas sonreían, se abrazaban, se llenaban de besos…

Las brazadas comenzaron a ser más fuertes. Chieko fue conectando aquellos recuerdos importantes. Su padre, en cambio, creía en la existencia de un destino predeterminado y consultaba eventualmente a especialistas del campo de las ciencias ocultas, esperando conocer lo que le deparaba el futuro. Por eso permitía que mujeres ancianas le realizaran la lectura de su línea de la mano, ya que en ella, aseguraban, se plasma el destino.

La velocidad al bracear ya era elevadísima, sus piernas la proyectaba velozmente al centro de aquella gigantesca piscina natural. Se vio como era hasta hacía poco: Chieko Fujimoto, la famosa escritora, investigadora y cronista de la escena cultural de Tokio, mujer de 30 años que se había labrado una reputación envidiable que le permitía vivir cómodamente de manera independiente.

Ahora viajaba a un lugar prohibido para la mayoría de los mortales. Iba rumbo al fin del mundo conocido, para enfrentar en una batalla a muerte a Hiso, quien se había convertido en una especie de ser maligno modificado quirúrgica y genéticamente para convertirse en una maquina asesina.

¿Cuáles eran sus posibilidades reales de salir con vida de esa confrontación? ¿Quién apostaría por ella en un coliseo moderno ante tan brutal enemigo? ¿En qué momento esto se convirtió en su destino?

Un estruendo lejano alcanzó a percibirse a la distancia. Era el sonido de una mano golpeando la puerta del camarote para avisarle que habían llegado. Chieko se reincorporó a su cuerpo.

Justo apenas de que abriera la puerta, Lev Agott  lo hizo y, tras prender un puro Cohiba, dijo: << Todo está dispuesto princesa. Ha llegado el momento cumbre de tu destino.>>

Continuará…

RICARDO PAT

riczeppelin@gmail.com

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