Me estoy volviendo un árbol

By on julio 23, 2020

César González “Chico”

Me estoy volviendo un árbol.

Ya lo sospechaba y ayer por fin lo supe con certeza, cuando descubrí un brote verde saliéndome del codo.

Hace días que por las mañanas, al levantarme, oigo crujir mi espalda con un rumor de madera seca; empiezo a notar mis brazos y mis piernas tornarse rígidos. Mis brazos, a fuerza de no abrazar a nadie, se han vuelto leñosos y ahora se alargan y se retuercen en extrañas formas. A mis piernas les cuesta cada vez más dar algunos pasos y, cuando lo hacen, con una orquesta de crujidos, se encaminan irremediablemente y a su voluntad rumbo a las jardineras: me tienen allí parado durante horas con los pies metidos en los tiestos.

Los pájaros se posan en mi cabeza, y trepan por mis muslos las hormigas. He descubierto un matojo de musgo creciendo entre mis piernas, líquenes poblando mis axilas, incipientes brotes de raíces saliendo de mis pies, y pequeñas larvas anidando entre mis dedos.

El otro día sentí un irrefrenable deseo de salir a mojarme durante un aguacero; al día siguiente había crecido dos centímetros y me había brotado del ombligo un champiñón.

Me estoy volviendo un árbol y mi memoria empieza a ser la de los árboles: Lenta, dilatada, serena, elemental. Una memoria en la que los días transcurren muy parecidos unos a otros, y en la que un día soleado, una llovizna, un rayo, un vendaval, son eventos dignos de recordar y se quedan grabados en tu memoria de madera.

Empiezo a olvidar las palabras y las canciones, y mi voz se va convirtiendo de a poco en un rumor de hojas, mi piel empieza a transformarse en corteza y a dejar de sentir. Se me está olvidando el roce de tus dedos, lo suave de tu piel, lo dulce de tu boca.

Porque los árboles no hablan con nadie; no se abrazan, no se besan, no hacen el amor. Sólo hacen eso: crecen en silencio, murmuran, rumoran con ayuda del viento, más para sí mismos que para alguien más. Esa es la parte más dura de ser un árbol.

En estos días extraños en que los hombres nos volvimos árboles, el tiempo se alarga y se retuerce como una enredadera.

Pero el tiempo ya no importa en realidad. Importan solamente los ciclos elementales, la manera sencilla en que los árboles suelen medir el tiempo: el día, la noche, las estaciones, las épocas de lluvia, las épocas de seca. Jamás se ha visto un árbol preocupado por el reloj o por el calendario y, sin embargo, son cosas que solían preocuparle al hombre que estoy a punto de dejar de ser.

Así que, como mi transformación aún no es completa, todavía me entretengo midiendo los meses en cuanto a lo largo de mis ramas, mido las estaciones en cuanto a la cantidad de frutos que me brotan, mido las horas del día con el largo de mi sombra y la eternidad… en tanto tu recuerdo se diluye poco a poco en mi savia.

Paso los días inmóvil mirando al cielo, viendo desfilar las nubes y tratando de adivinar cuál de ellas va a dejar caer la primera gota de lluvia.

Me gusta que por las tardes el viento me despeine, y me traiga el rumor lejano de otros hombres-árbol a quienes recuerdo vagamente.

 

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