Magia, mitos y supersticiones entre los Mayas (XV)

By on noviembre 21, 2019

XV

HECHICEROS Y HECHICERIAS

Continuación…

En cuanto a los hechizos para causar males, enfermedades y hasta la muerte –si hemos de creer estas supersticiones–, pues se parecen bastante a prácticas de la magia negra europea o antillana, por lo que cabe suponer que se ha producido alguna mezcla al paso del tiempo, a partir de la Conquista.

La forma más usual para producir dolor y enfermedad a una persona es que el hechicero confeccione un muñeco de cera, adicionada o no con polvo “de cementerio” y, al tiempo que se pronuncian las palabras adecuadas, a manera de rezo, se punza con un espino venenoso la figurilla en los lugares deseados, nueve veces, naturalmente, y se pide que con esa maldad muera tal o cual persona, en medio de grandes sufrimientos.

Luego, el torturado muñequillo es colocado en un supuesto lecho mortuorio, se le reza como si estuviera allí un muerto y se entierra. A la semana siguiente, en martes o viernes, según se haya hecho el hechizo, se desentierra.

Otra manera de hechizar, también muy maligna, consiste en que el hechicero tome mazorcas secas de maíz y, después de mucho rezar para cargarlas de mal, sale al patio o al campo y las arroja con fuerza, pidiendo que “lleguen al corazón de fulano” para que le maten. Algo parecido se hace también cuando se colocan ciertas espinas en una jícara y, después de las consabidas oraciones maléficas, el H’men las lanza al aire y supuestamente llevan la muerte a la víctima.

También puede hechizarse un lugar, un terreno o una casa cuando se entierra en ese sitio “algo malo” preparado por un hechicero. Entonces se producen allí apariciones que causan espanto, o por lo menos la mala suerte estará ligada a los habitantes de la casa, hasta que un H’men descubra el mal y lo elimine.

En este sentido –el de eliminar el mal–, el H’men realiza, como ya hemos mencionado, el Loh, que sirve para ahuyentar a los malos espíritus –ninguna casa debe ser ocupada sin antes efectuar un loh–; el Kex, para satisfacer al “señor de la muerte”, el Yumcimil, a quien se presentan ofrendas para salvar la vida de un enfermo, o bien para transferir la dolencia –Kex quiere decir cambio– a algún animal o un objeto, y finalmente también se practican el Pedz y el Cocan.

El pedz –dice don Manuel Rejón García en su obra “Supersticiones Mayas”–, palabra que significa “apesgar”, consiste en una imposición de manos, tocando al paciente, al que se mira con gran fijeza, a la vez que se hace un ruego en maya para que se aleje la enfermedad.

La cosa no siempre es tan sencilla como se ha descrito, un tanto al estilo de Mesmer. Rejón García refiere el caso de un H’men llamado para salvar a un niño muy enfermo, que pidió un pollo y lo empezó a azotar contra las paredes de la habitación –sin dejar de rezar–, hecho lo cual untó un poco de la sangre del ave en la mollera del niño. Consultó luego su zastún de una vela, y sólo entonces pronosticó que el pequeño sanaría. Por la noche, para terminar, prescribió la aplicación de buena cantidad de ciertas yerbas molidas.

Un caso que se nos ha referido personalmente por alguien que fue testigo presencial, y de cuya buena fe y seriedad no tenemos duda, ocurrió en Balancan, Tabasco: un niño, presa de altísima fiebre, estaba a punto de morir. La familia llamó al H´men. Después de los consabidos rezos, las abluciones y aspersiones con aguardiente y repetidos pases sobre el pequeño paciente con unos gajos de ruda, el hechicero pidió un huevo crudo y un plato.

Se rompió el huevo en el plato y se colocó bajó la hamaca del niño, en la dirección de su cabeza. El H’men se concentró a rezar y, ante los asombrados ojos de los circunstantes, el huevo comenzó a cocerse y la temperatura del niño descendió notablemente. Pronto se recuperó.

El Cocan, que significa “diente de culebra”, consiste en pequeñas punzadas o sangrías que se aplican con el colmillo de una víbora de cascabel, o bien con la púa de un puercoespín que llaman Kixpachoch, o con alguna especie de espinos.

Para saber cómo trabaja y qué hace, cómo piensa –hasta donde pueda ser posible averiguarlo y nos lo quieran decir–, y cómo opera un H’men de la actualidad, no hay nada mejor que ir a visitarlo y conversar con él. Así lo hicimos con dos de ellos: don Dionisio Dzib Flores y don Rafael Pech, que viven en lugares distantes entre sí, pero que presentan curiosas semejanzas y diferencias.

Dionisio Dzib Flores es un hombre de unos 71 años, (nació, dijo, el 4 de mayo de 1908), de constitución robusta y estatura mediana, cuyos rasgos físicos confirman el mestizaje que denota su nombre. De buen carácter y disposición aparentemente locuaz, nos recibió con afabilidad, y de buen talante respondió a nuestras preguntas. Su mirada, generalmente mansa, en algunos instantes fugaces descubría una sorprendente dureza y penetración.

Don Dionisio vive con su esposa, doña Esperanza Xool, en un paraje rural entre Umán y Oxolón llanado Baltzam. Su casa es una humildísima choza, pequeña y de una sola pieza, situada en medio de un terreno pedregoso.

Pues hasta allí acuden muchas personas de lugares tan lejanos como la ciudad de Campeche, que vienen a sesiones en las que se invocan a los espíritus, ya que doña Esperanza es “médium”, con el objeto de buscar consejo y curar algunas enfermedades. Además, el H’men nos informó que con alguna frecuencia viaja hasta la isla de Cozumel, donde vive y trabaja un hijo suyo, y allí también practica su oficio.

“Ah, señor –dice don Dionisio–, son las tantas hipocresías de la gente lo que causa tanto mal. Yo, señor, sólo hago las cosas por el camino bueno, recto. Pero hay muchas maldades que causan los hechiceros con sus polvos. Sé cómo se hace, y sé su contra. Es mi trabajo. Pero sólo voy por el camino bueno…”

Don Dionisio habla bien el español, pero prefiere hacerlo en maya. Desde que nos recibió hasta la despedida prácticamente no interrumpió su charla –excepto en los ratos que se dedicó a rezar, en la “santiguada” que presenciamos–, de tal manera que al conversar sobre sus padres, su predio, sus hijos y otros cien temas, parecía tender una cortina de palabras sobre lo que nos interesaba averiguar.

Nos confió, sin embargo, que hacía más de 37 años que se dedicaba a “este trabajo”, el cual no había aprendido por enseñanzas de nadie, sino que había sido el mismo Dios el que le había conferido el don, o la facultad, de desempeñarlo. Claro, él había estudiado luego “en un libro”, pero básicamente eran cualidades naturales de las que se valía para sus trabajos.

Cuando fuimos a verlo, una de las cosas que queríamos preguntarle era acerca de un caso que, según se nos dijo, había ocurrido recientemente en la población de Ixil, en la que existió una casa embrujada, hasta que fue “limpiada” por un H’men.

En esa casa –ese es el relato– aparecían a diversas horas del día o de la noche animales negros –cerdos, perros– que correteaban a la gente, envoltorios que sólo contenían ropas o trapos rodaban velozmente por el suelo; un muñeco de palo abandonado allí por algún niño a veces bailaba convulsivamente y un joven que vivía en la casa quedó trastornado.

Curiosamente, cuando fuimos a Ixil para verificar el caso, nos encontramos con versiones contradictorias; nos señalaron diferentes casas, y en general la gente nos dio la impresión de que no quería hablar de eso, quizá porque le parecía una tontería; quizá por desconfianza hacia el preguntón y tal vez porque no querían pasar como crédulos aldeanos. Pero nadie negó categóricamente que “algo” había sucedido.

Oswaldo Baqueiro López

Continuará la próxima semana…

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