Magia, mitos y supersticiones entre los Mayas (XIII)

By on noviembre 7, 2019

XIII

HECHICEROS Y HECHICERIAS

Continuación…

El poder estaba antiguamente relacionado con la compresión de un lenguaje esotérico llamado el “habla de Zuyua”, y que servía para que los Batabes o jefes de los pueblos probasen su capacidad mediante la resolución de una especie de acertijos. Si fallaban, eran depuestos y castigados ya que no habían podido probar su estirpe de gobernantes.

“Si es cierto que descienden los Batabes, Los-del-hacha, de Ahaues, Señores Príncipes, de Halach Uiniques, Jefes, realmente, han de demostrarlo. Este es el primer acertijo que se les hace: Se les pedirá comida.”

“Traedme el Sol –dirá el Halach Uinic Jefe a los Batabes, Los-del-hacha–. Traedme el Sol, hijos míos, para tenerlo en mi plato. Hincada ha de tener la lanza de la alta cruz en el centro de su corazón en donde tiene asentado a Yax Balam, jaguar verde, bebiendo sangre. Esto es habla de Zuyua.”

“Esto es lo que se les pide: El sol es un gran huevo frito y la lanza con la alta cruz hinchada en su corazón a que se refiere es la bendición, y el jaguar verde sentado encima bebiendo sangre es el chile verde cuando comienza a ponerse colorado. Así es el habla de Zuyua”. (A. Barrera Vázquez y Silvia Rendón, “El Libro de los Libros de Chilam Balam”.)

Para la clase dominante –sacerdote y gobernantes–, el lenguaje críptico era un instrumento de dominación. Al ir desapareciendo esta élite, primero por la desintegración de la propia civilización maya y luego por la dominación española, se perdieron para siempre –incluso para los mismos indígenas– muchos significados simbólicos.

“Es un mundo, claro es –nos dice Oswaldo Baqueiro Anduze–, que emerge al hundirse el vasto y profundo régimen teocrático de Mayapán, cuando Noh-Yun-Cab, el Gran Padre del Universo, y las otras divinidades tutelares desaparecen. En estas condiciones se inicia la cruzada cristianizante y es este el momento en que se reaniman las figuras demoníacas, los dioses secundarios del olimpo, y se hacen más audaces y se hacen más constantes en la vida cotidiana del hombre”.

Esto es interesante porque explica la resurgencia y proliferación de las supersticiones, de las creencias en innumerables seres malignos. La “religión de las cavernas”, como decía Georges Reynaud, combatida por los antiguos y los nuevos sacerdotes, mayas y cristianos, subsistió entre los indígenas.

“El animalismo, el nagualismo, la magia, entonces, viene a envolverlo todo”. (Baqueiro Anduze “La Maya y el problema de la Cultura Indígena.”)

En cuanto a los hechiceros, es sabido que hay quienes “se hacen”, esto es, aprenden de sus maestros, y los hay que “nacen”, o sea, que tienen dones especiales de nacimiento.

Howard La Fay refiere, en un artículo publicado en el National Geographic en diciembre de 1975, que conoció a uno de estos últimos en el poblado de Xcobenhaltun, donde se realizaría una ceremonia de Chachaac, para atraer la lluvia.

Susano Santos era su nombre, un Yum Kin –señor del sol– o H’men. Según La Fay: “El Yum Kin era un hombre pequeño de pelo negro azabache y ojos distantes. No sabía su edad y tampoco le importaba. Los del pueblo sabían que tenía por lo menos 80. Cuando hablaba miraba directo a los ojos, pero parecía que su mirada estuviera en un lugar muy lejano. Él es un Ahpulyaah, un practicante de magia negra al igual que sacerdote. Los del pueblo lo trataban con cauteloso respeto.”

Fui llamado por los dioses antes de nacer” –me dijo (a La Fay) –. “Cuando mi madre estaba en estado, mi padre le hizo algo muy malo y yo desde su vientre lo maté.”

Entre los mayas existía también la creencia de que los brujos debían pasar por una iniciación para adquirir sus poderes, los que le eran conferidos por el mismo diablo, el que tomaba la forma de una serpiente.

Para esto, el novicio debía situarse desnudo sobre un hormiguero y llamar por tres veces al gran maestro de la brujería y de las malas artes. Ese se aparecería como una enorme serpiente y, después de lamer el cuerpo del aspirante a hechicero, se lo tragaría vivo, por completo. Minutos después, el aprendiz de brujo sería expulsado por el acostumbrado orificio posterior, ya convertido en mago y dotado de plenos poderes.

Las tradiciones no nos dicen, sin embargo, cuántos ilusos deben haber perecido, o por lo menos sufrido un severo escarmiento, al pararse desnudos sobre algún hormiguero y provocar la ira de sus belicosas ocupantes, o bien al confundir una auténtica serpiente con la encarnación del diablo.

De cualquier manera, a los hechiceros mayas se les han atribuido poderes extraordinarios no sólo para adivinar curar y causar el mal, invocar a los espíritus y practicar ciertas ceremonias, sino también para transformarse en animales cuando así conviene a sus hechicerías.

Creencia antigua ésta, y extendida en muchos pueblos, la encontramos ya en el Popol Vuh cuando se refiere a la historia del rey de Gucumatz, en la época de grandeza de los Quiché:

Verdaderamente, Gucumatz –se dice en esta obra extraordinaria– era un rey prodigioso. Siete días subía al cielo y siete días caminaba para descender a Xibalbá; siete días se convertía en águila, siete días se convertía en tigre; verdaderamente su apariencia era de águila y de tigre. Otros siete días se convertía en sangre coagulada y solamente era sangre en reposo”.

“En verdad era maravillosa la naturaleza de este rey, y todos los demás Señores se llenaban de espanto ante él. Esparcióse la noticia de la naturaleza prodigiosa del rey y la oyeron todos los señores de los pueblos. Y éste fue el principio de la grandeza del Quiché, cuando el rey de Gucumatz dio estas muestras de su poder.”

Recogeremos aquí lo que dice al respecto don Bartolomé del Granado Baza, cura que fue del pueblo de Yaxcabá, y que escribió un informe sobre la vida y costumbres de los indios allá por el año 1813. El cura Baeza, definitivamente escéptico, decía lo siguiente:

De magos o brujos nada he sabido. Solamente en un pueblo en donde administré más de cuarenta años, un viejo en artículo de muerte me declaró que por arte diabólica tenía sus transformaciones; y en aquella misma jurisdicción, una muchacha, como de diez o doce años, me dijo que llevaba por algunos brujos la transformación en pájaro, y la llevaban a sus paseos nocturnos, y que una noche hizo asiento con ellos sobre el techo de la casa cural en donde yo vivía, que distaba dos leguas de su habilitación.”

“Es verosímil –comentaba el buen presbítero– que, impresionada por los cuentos de brujos que suele haber entre ellos, lo hubiese soñado con tal viveza que le hubiese parecido realidad.”

Explicación tan lógica y natural como la que hubiésemos podido ofrecer hoy, ya que según la persona de que se trate y las circunstancias, la gente habla de los H’men de muy diversas maneras. A veces con temor y a veces con burla. Con fe. Con escepticismo. Con desdén racionalista que, sin embargo, no acaba de borrar ese residuo de duda que todos tenemos –y que nos avergüenza confesar– cuando tratamos de lo sobrenatural.

La magia, las prácticas curativas y la adivinación, amén de innumerables creencias y supersticiones del más diverso origen, se encuentran entrelazadas de tal manera que se dificulta su ordenada separación. Todo intento en ese sentido nos llevaría a las más serias dificultades y, como ya hemos dicho antes, este no pretende ser un libro “serio”, si por seriedad se entiende el rigor de las clasificaciones científicas.

Oswaldo Baqueiro López

Continuará la próxima semana…

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