Magia, mitos y supersticiones entre los Mayas (XI)

By on octubre 24, 2019

XI

HECHICEROS Y HECHICERIAS

Entre los sacerdotes mayas de la antigüedad (H’kin), y los actuales hechiceros, generalmente conocidos como H’men se abre un abismo de diferencia, no solamente en el tiempo sino en categoría social. De personajes de suma importancia en el destino de la nación maya, pasaron a ser gente muy humilde –al menos en su forma de vivir– que habita en parajes rurales o en lugares alejados del centro de las poblaciones.

El vivir en lugares apartados y en condiciones de gran pobreza –quizá más aparente que real– no impide que los H’men sean respetados y consultados por gran número de personas, fundamentalmente indígenas, pero también por gente que vive en ciudades importantes y que pertenece relativamente, a un elevado nivel económico.

Los H’men son llamados para ejercer su oficio en poblaciones distantes de su residencia cuando su presencia es indispensable, o bien, no es raro que enfermos o personas atribuladas por algún mal o problema vengan desde Campeche o Quintana Roo para consultar con algún hechicero de Yucatán, famoso por sus aciertos.

Lo que un curandero puede hacer, desde luego, dependerá de su experiencia y de las enseñanzas que haya recibido. Hay en esto cierta graduación profesional y diferencias de ética. Un verdadero H’men, sin embargo, es sincero en sus ideas y evita caer en el mercantilismo.

En un primer peldaño, podríamos decir, se encuentran los “sobadores” y “yerbateros”, que curan enfermedades por métodos naturales. Manipulan las articulaciones para volver los huesos a su lugar, dan masaje sobre diversas áreas del cuerpo para producir efectos terapéuticos y, en su caso, prescriben infusiones de hojas u otras partes de distintos vegetales.

Otros son aquellos que conocen y practican también –a petición de parte interesada– las artes ocultas, esto es, las hechicerías. Principalmente se utilizan estos conocimientos para curar, o mejor dicho, para “limpiar” o “santiguar” a una persona afectada por un maleficio, pero no faltan curanderos que se presten –por dinero– a realizar operaciones que supuestamente producen desgracias o enfermedades en sus víctimas.

Otras aplicaciones de estos conocimientos mágicos serían, por ejemplo, localizar alguna prenda perdida, lograr buena suerte en cualquier empresa, predecir el porvenir o atraer el amor de quien –absurdamente– se resiste a caer en nuestros brazos.

Y hasta aquí llegan –en este aspecto– las mujeres. Podemos encontrar sobadoras, yerbateras y hasta hechiceras, pero un auténtico y completo H’men sólo un hombre puede serlo, pues la presencia de las damas, agradable y bienvenida la mayor parte de las veces, está terminantemente prohibida en algunas ceremonias, y con mucha mayor razón lo está su participación en ellas.

El H’men, además de ser mitad curandero y mitad brujo, es quien más se aproxima a lo que puede ser un sacerdote maya en nuestros tiempos: preside la realización de viejas ceremonias y rituales, como el Hanlicool, y el Chachaac, que son para dar las gracias por el logro de las milpas y para pedir la lluvia, y también es en cierta forma el depositario de antiguas costumbres.

Aunque con profundos cambios, los H’men han sobrevivido durante muchos siglos la acción de los educadores, de los religiosos y de los avances de la modernización. Nunca volverá el poder de los antiguos sacerdotes, pero queda un espíritu profundo que es el genio de lo maya y que se niega a desaparecer. Bajo las interminables invocaciones a los santos de la religión católica vive un poderoso sentido mágico que viene de muy lejos.

En el esplendor de la civilización maya, centurias antes de la llegada de los españoles, el Ah-Kin-May, sumo sacerdote maya, era un personaje de la más elevada jerarquía que sólo aparecía ante el pueblo en las más sagradas ocasiones. Su dignidad no le permitía caminar, y siempre era transportado en andas. Sólo él conocía la voluntad de los dioses. Escribía los libros sagrados. Aconsejaba a los gobernantes y supervisaba a los demás sacerdotes menores.

El Ah-Kin-May tenía un consejo de doce sacerdotes y en cada región un representante, el Ah-Kulel, quién también se acompañaba de varios subalternos.

La especialización entre estos dignatarios era muy precisa, según su actividad o sus facultades. Así, los Chilames se ocupaban de las profecías; los Chaques asistían en las ceremonias, y los terribles Nacones eran quienes realizaban los sacrificios humanos: desgreñados, vestidos con unas túnicas negras y cubiertos de sangre seca, infundían pavor y repulsión.

Seguían los H’men, quienes practicaban las hechicerías según su propia clasificación: el Ahpul era el que producía los maleficios, las enfermedades y la muerte; el Ahmac-Ik conjuraba los vientos –recuérdese que para los mayas los vientos tenían gran importancia, según de donde viniesen, y la mayoría de las enfermedades se atribuían a un “mal viento”– y el Ahuaxibalbá era el hechicero encargado de evocar a los muertos y a los demonios.

Estas distinciones han desaparecido ya, y hoy solo existen genéricamente los llamados “H’men”, aunque hasta el siglo pasado se conocía entre los indígenas al H’men que causaba el mal como H’pulyaah, que podía alojar gusanos y reptiles en el cuerpo de sus víctimas; y el H’Naat era el adivino, quien tenía el poder de usar el sastun –un pedernal translúcido y posteriormente un simple vidrio redondo– para conocer o adivinar las cosas que se le consultaban.

Si bien hoy los H’men realizan curaciones por medio de supuestos encantamientos, o por la acción de procedimientos naturales –infusiones, ventosas, “sobadas” –, antes existía también una diferenciación muy clara, según fuere el origen del mal.

Oswaldo Baqueiro López

Continuará la próxima semana…

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