Letras
Ermilo Abreu Gómez
El rodeo de las palabras
Las palabras no revelan –o casi no revelan– lo que significan. Aun las palabras más concretas apenas sí se acercan a la realidad que evocan o aprisionan. Cuando decimos perro, la palabra no sugiere la imagen de ningún perro. Vemos un perro imposible, un perro ideal. ¿Cómo es el perro que evocamos, de qué tamaño, de qué color, de qué raza? No es posible dar respuesta a estas complejas preguntas.
La palabra es, pues, apenas una aproximación, un rodeo de lo que sugiere. Si esto sucede con algo tan fácil de captar como es un animal, ¿qué sucederá con una palabra que se refiere a una idea, a una imagen etérea e inasible para nuestra sensibilidad o para nuestra inteligencia?
Las palabras amor, sentimiento, idea, infinito, eterno, se quedan en el oído y no podemos acercarnos a la total inteligencia de lo que indican o aluden. De esta suerte, la palabra, la más precisa, la más bella o la más fea, apenas es un tanteo de posible expresión. De ahí que los poetas hayan inventado la imagen y la metáfora, que son un modo de emprender el vuelo sin recurrir al camino.
Tierras del río Lerma
Si uno va por el camino a Toluca, partiendo de México, se disfruta de uno de los panoramas más bellos del país. Primero es preciso rodear la sierra, dando vueltas y más vueltas. Se cruzan poblados indios que trepan por la serranía o se quedan, acurrucados, por los pequeños llanos.
Al bajar de estas sierras ya se está, casi en seguida, en el Valle de Toluca. Todavía se ven aguadas que, en tiempos antiguos, eran verdaderas anchas lagunas. Todas estas aguadas son parte del nacimiento del río Lerma que, crecido, desemboca en el Océano Pacífico.
Frente al valle se levanta el volcán que llaman el Nevado de Toluca. El casco de la nieve es ancho y desciende por las faldas y cubre caseríos, que en invierno quedan cubiertos de nieve. Entonces la neblina se hace densa y cubre los senderos y las veredas que trepan al volcán. En la penumbra se oye el balido de los rebaños de ovejas, que toda esta tierra es tierra lanar.
Origen del lenguaje
No se equivoca Bertrand Russell cuando dice: “No sabemos cómo y cuándo surgió el lenguaje, ni por qué los chimpancés no hablan. Incluso dudo si ya se sabe a ciencia cierta cuál de las dos formas de lenguaje es más antigua: la escrita o la hablada.”
Apunto esto porque he visto hasta en las escuelas cómo algunos maestros gastan horas y horas de clase –con gran abatimiento de los alumnos– tratando de dar (como los dichosos maestros dicen) alguna explicación plausible acerca del origen del lenguaje. Al final, no dicen nada. ¿Por qué no empiezan sus tareas docentes con el lenguaje mismo, con el que podemos asir, aunque sea a medias? Podemos acercarnos con ánimo de estudio al hombre que habla, aunque no escriba. Podemos acercarnos al que también escribe. De estas experiencias, sólo de estas experiencias, podemos partir para saber qué es, cómo es y cómo evoluciona el lenguaje.
El lenguaje y la emoción
Si los cantos de los pájaros, si el rugido o el bramido de los animales, vienen a ser como su incompleto o primitivo lenguaje, advertimos que estas manifestaciones sólo revelan presente emoción. Cualquier ruido animal es eco sonoro de una emoción inmediata. El animal no puede fingir ni acaso recordar con claridad emoción alguna. Sólo el hombre puede fingir y recordar sus emociones y manifestarlas ante sus semejantes por medio de la palabra o de la letra. Si logra transmitir esta emoción, en realidad sólo transmite un conocimiento, la noticia de ella. Pero si logra crear una emoción similar a la suya, ya está en el campo de la literatura, en realidad, de la poesía.
Don Juan Valera
El caso de don Juan Valera renueva mi idea sobre el problema de las escuelas literarias. Las escuelas literarias sólo tienen sentido cuando sus esencias –no precisamente sus fórmulas expresivas– coinciden con la esencia espiritual del escritor. De otra manera sólo se realiza una labor postiza, deleznable, aunque en determinados casos parezca cabal manifestación literaria.
Tal es el caso de don Juan Valera. Nace don Juan en pleno romanticismo y sus primeros ensayos son dentro de las normas de esta escuela. Don Juan se ve aconsejado y guiado por don Serafín Estébanez Calderón. Por este maestro aprende a conocer a los clásicos castellanos; pero de él no tomó (milagro de Dios) el estilo arcaizante y retórico que cultivó toda su vida. La esencia espiritual de don Juan no coincidió con ninguno de aquellos dos estímulos. Se quedó consigo mismo. De la naturaleza de su yo, de su claridad innata, de su espíritu crítico, escéptico y burlón, derivó la forma y el fondo de su obra literaria.
Las escuelas o las fórmulas literarias no le hicieron mella. De allí la originalidad, el poder, el valor de la obra que realizó. La verdadera escuela que obedeció la creó él mismo. El arte epistolar dio soltura a su espíritu y a su pluma. Sus novelas son, en realidad, espléndidas y largas cartas. De ahí que, cuando domina en ellas la forma epistolar, logra páginas maestras. Hojear los dos tomos de su Correspondencia –parte de sus Obras completas– es asistir a una singular cátedra sobre el estilo literario. El pecado, a veces pecado mortal, radica en la pobreza de la invención de sus novelas. Pero ya esto es harina de otro costal.
Diario del Sureste. Mérida, 14 de junio de 1970. Suplemento cultural núm. 856, año XVII, p. 1.
[Compilación de José Juan Cervera Fernández]